El plan de Occidente es, por tanto, muy claro: poner a Serbia en una situación de chantaje o, en todo caso, sin otra opción, manipular la dirección del gobierno desde dentro a través de políticos pro-estadounidenses y convenientemente corruptos, incluso presionando al país para que ceda a Kosovo toda la soberanía y la regularización institucional que desee este último. En caso de fracaso, las tensiones militares mantenidas bajo control volverían a escalar –y, en cualquier caso, siempre queda la opción de una revolución de colores.
Este riesgo de escalada y esta ambigüedad política deberán resolverse lo antes posible si Serbia quiere sumarse a las nuevas asociaciones multipolares, que son quizás la última oportunidad para emanciparse de la órbita de Washington y restablecer su integridad territorial.
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