Kiyoshi Hatanaka para el el blog de El Saker
Serbia es un país que, como ha admitido públicamente incluso su presidente Alexander Vucic, apoya a Rusia en el conflicto ucraniano por una abrumadora mayoría de al menos el 80%. Es muy probable que se trate de una subestimación. Los habitantes de esa pequeña nación balcánica sienten intuitivamente que Rusia ha actuado correctamente y que es su único amigo internacional. Conocen su historia y se dan cuenta de que en cada coyuntura crítica de los dos últimos siglos Rusia, ya sea imperial, soviética o la Federación Rusa de hoy, es su único aliado fiable. En agosto de 1914, cuando las potencias germánicas de Europa estaban tramando la invasión y la desaparición de Serbia, tras acusarla falsamente de complicidad en el asesinato en Sarajevo del heredero al trono de Austria, el archiduque Fernando, fue Rusia la única de las grandes potencias que, en la tormenta mundial que se estaba gestando, defendió inequívocamente a Serbia. El zar Nicolás II arriesgó literalmente la estabilidad de su imperio (y como quedó claro posteriormente, también su propia vida y la de su familia) para oponerse al asalto a Serbia, que desencadenó la Primera Guerra Mundial.
En la Segunda Guerra Mundial, los serbios recuerdan el papel clave que desempeñó el ejército soviético al expulsar a los ocupantes nazis tras una brutal y asesina ocupación de cuatro años. Durante los turbulentos años noventa del siglo pasado, tras el colapso y desmembramiento de la Unión Soviética, Rusia estaba demasiado enfrascada en la recuperación de su propia soberanía como para poder hacer mucho por los serbios. Pero el inquebrantable apoyo posterior de Rusia y su insistencia en la aplicación de la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU, que marcó la conclusión del conflicto de Kosovo al definirlo como parte integrante de Serbia, volvió a convertir a Rusia en un garante clave de la estatalidad e independencia de Serbia. La posición de Rusia en la cuestión de Kosovo ha anulado efectivamente la declaración unilateral de independencia de Kosovo y ha garantizado que la reclamación de Serbia sobre la provincia que fue ocupada por la fuerza como resultado de la agresión de la OTAN en 1999 siga siendo inviolable y válida desde el punto de vista del derecho internacional. La nación serbia lo sabe y lo agradece profundamente.
Si avanzamos hasta los acontecimientos actuales, ha surgido una fuerte discrepancia entre los sentimientos del pueblo serbio y las políticas aplicadas por su gobierno. El gobierno serbio parece estar jugando cada vez más a un juego de doble cara, guiado principalmente por su propia supervivencia política más que por la preocupación por el honor del país o el deseo de representar adecuadamente el sentimiento mayoritario de sus ciudadanos en los foros internacionales.
Este juego, que está alineando gradualmente a la Serbia oficial con la OTAN y las potencias occidentales a las que el pueblo serbio desprecia, se ha desarrollado recientemente en dos votaciones históricas en las Naciones Unidas. El 3 de marzo, para total consternación del público serbio, el gobierno votó a favor de una resolución de la ONU propuesta por los principales países occidentales para condenar la “invasión rusa de Ucrania”. Los portavoces del gobierno se apresuraron a señalar que, a pesar del cuestionable voto de la ONU, Serbia seguía sin tener intención de imponer sanciones a Rusia, pero el daño estaba hecho. No obstante, Rusia tuvo la amabilidad de excluir a Serbia de la lista de “países no amigos”, que publicó poco después.
Tal vez animado por la indulgencia de Moscú, el 6 de abril el gobierno serbio subió la apuesta y siguió poniendo a prueba la paciencia de Rusia al emitir otro voto hostil, esta vez para suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, de nuevo en respuesta a la presión de los gobiernos occidentales.
Un miembro de la delegación rusa en la ONU comentó diplomáticamente en aquella ocasión que le resultaba difícil de entender el voto de “nuestros amigos serbios”.
El gobierno serbio está llevando al país por un camino peligroso al ceder a la presión y el chantaje de Occidente. El primer voto podría haberse explicado como una casualidad, pero el segundo voto contra Rusia no puede describirse de otro modo que como una bofetada en la cara. La pregunta legítima que surge ahora que podemos ver claramente una tendencia hostil hacia Rusia en la conducta del gobierno serbio, es ¿hasta dónde llegarán estas provocaciones y qué otros actos inamistosos para Rusia están destinados a seguir?
Analistas serbios cualificados opinan que una vez que se forme el nuevo gobierno serbio tras las elecciones, se adoptará inevitablemente una serie de medidas contra Rusia por orden del Occidente colectivo. Es muy posible que eso incluya la adhesión a las “sanciones” occidentales, aunque no está claro exactamente en qué forma, porque el comercio con Rusia en condiciones muy favorables es una vía unidireccional que sólo beneficia a Serbia. No es probable que Rusia sufra mucho al verse privada de las ciruelas, manzanas y otros productos agrícolas serbios, pero la frágil economía serbia sí lo hará.
En un plano más serio, en los círculos políticos serbios se especula que los supervisores occidentales del gobierno exigirán que Serbia demuestre su solidaridad con los países occidentales saqueando también las propiedades rusas en su territorio. Un objetivo principal sería NIS, la empresa energética de propiedad mixta que garantiza que Serbia reciba de Rusia el gas y el petróleo que necesita a un precio extraordinariamente favorable. ¿Se disparará Serbia en el pie al interrumpir su relación energética con Rusia, que es tan vitalmente importante para su pueblo y sus pocas industrias viables? Eso está por ver, pero Alemania, Reino Unido y otros países occidentales ya lo han hecho en su propio detrimento, así que cabe esperar algo parecido también del régimen serbio, políticamente inseguro y fuertemente chantajeado.
Habiendo sentado recientemente Serbia dos importantes precedentes que marcan su servilismo al bloque occidental y su flexibilidad ante la presión occidental, ¿qué es lo siguiente? Evidentemente, el “asunto pendiente” del Occidente colectivo en Kosovo sigue siendo lo más importante. Para que la secesión de Kosovo sea reconocida por el derecho internacional, Serbia debe dar su consentimiento y firmarlo. El gobierno se ha movido constantemente en esa dirección durante los últimos ocho años, concediendo al régimen secesionista un atributo de soberanía tras otro, pero hasta ahora se ha detenido en el último paso por miedo a la reacción popular. También se ve obstaculizada por la posición hasta ahora inflexible de Rusia, como miembro con derecho a veto del Consejo de Seguridad de la ONU, de que la única solución que aprobaría es la que se enmarca en la Resolución 1244, que establece que Kosovo es parte de Serbia. Por tanto, cabe preguntarse legítimamente si el régimen está molestando intencionadamente a Rusia con la esperanza de que se irrite lo suficiente como para incluir a Serbia en su lista de países no amigos y abandone su insistencia en la Resolución 1244, que es la que impide de hecho la legalización de la entidad secesionista como Estado soberano separado de Serbia. El tiempo lo dirá, pero abundan las sospechas fundadas de juego sucio.
La otra cuestión importante de la agenda que debe surgir pronto es la pertenencia de Serbia a la OTAN. Se trata de una cuestión que tendrá que ponerse pronto sobre la mesa a la luz de la actitud cada vez más belicosa de Occidente con respecto a Rusia, que muchos interpretan como una dirección deliberada hacia la guerra. Suponiendo que se esté planeando la guerra con Rusia, la absorción de Serbia en la OTAN sería una necesidad militar y política. No, por supuesto, en el sentido de que alguien en el cuartel general de la OTAN espere seriamente que los soldados serbios disparen voluntariamente contra los rusos (incluso el régimen colaboracionista de la Segunda Guerra Mundial se negó rotundamente a enviar a un solo serbio al frente oriental y los alemanes no pudieron hacer nada al respecto), sino porque, al igual que Hitler cuando preparaba la Operación Barbarroja, la OTAN necesita al menos neutralizar su flanco balcánico.
Por tanto, debemos estar atentos a la probabilidad de que la presión sobre el régimen serbio para que se incorpore a la OTAN gane en impulso e intensidad y no encuentre una dura resistencia oficial. Un indicio de ello es que la principal lobista de la OTAN en Belgrado, una mujer que afirmó descaradamente que el uranio empobrecido que quedaba tras el bombardeo de 1999 no sólo era inofensivo sino que incluso podía tener ciertos beneficios para la salud, fue recientemente recompensada por sus actividades de quinta columna con el nombramiento de embajadora de Serbia en Croacia.
No obstante, es importante tener en cuenta que los medios de comunicación serbios están divididos a partes iguales, por un lado, entre los medios de comunicación de propiedad occidental que difunden la versión del Imperio de la Mentira sobre los acontecimientos en Ucrania, y los medios de comunicación de la televisión y la prensa escrita bajo el control del régimen engañoso que difunden una versión ligeramente suavizada de la misma línea del partido, el público serbio está en gran medida aislado de la información fiable sobre Ucrania y casi cualquier otra cosa.
A la luz de esto, las manifestaciones masivas organizadas espontáneamente en Belgrado y otras ciudades importantes contra el voto del gobierno del 3 de marzo que condena la “invasión rusa” son un hito importante. Indican que el proceso de lavado de cerebro en Serbia al menos está lejos de ser un éxito rotundo. También son un repudio a los planes de guerra de la OTAN y a las traiciones políticas de sus colaboradores locales. Las protestas masivas serbias son un mensaje al gobierno y al pueblo ruso de que Serbia está con ellos y que las decisiones de la cábala gobernante en Belgrado son nulas.
El 15 de abril habrá otra concentración popular en Belgrado, esta vez para denunciar el voto de Serbia de suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Sí, ahora hay manifestaciones de imitación en muchos países de Europa Occidental en apoyo de Rusia. Pero cabe señalar que esta vez también, como el 26 de marzo de 1941, cuando se echaron a la calle para denunciar la firma del pacto del Eje por parte de su cobarde gobierno, los serbios vuelven a ser pioneros en la oposición a la tiranía mundial.
Hitler, y ahora el Occidente colectivo después de él, catalogaron correctamente a los serbios como un elemento incorregible y molesto en los Balcanes. Que el pueblo serbio siga estando a la altura de esa gloriosa reputación.
Este es el cartel desafiante que circula estos días por las redes sociales serbias:
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