Escrito por Thierry MEYSSAN el 01/03/2022
Al amanecer del 24 de febrero, las fuerzas militares rusas entraron masivamente en Ucrania. De acuerdo con el presidente Vladimir Putin, quien se dirigió a la poblacion en televisión en ese momento, esta operación especial era el comienzo de la respuesta de su país a “aquellos que aspiran a la dominación del mundo” y que están avanzando la infraestructura de la OTAN hasta las puertas de su país. Durante este largo discurso, resumió cómo la OTAN destruyó Yugoslavia sin la autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, bombardeando incluso Belgrado en 1999. A continuación, repasó la destrucción causada por Estados Unidos en Oriente Medio, en Irak, Libia y Siria. Sólo después de esta larga exposición anunció que había enviado sus tropas a Ucrania con la doble misión de destruir las fuerzas armadas vinculadas a la OTAN y acabar con los grupos neonazis armados por la OTAN.
Inmediatamente, todos los Estados miembros de la Alianza Atlántica denunciaron que la ocupación de Ucrania era comparable a la de Checoslovaquia durante la “Primavera de Praga” (1968). Según ellos, la Rusia de Vladimir Putin había adoptado la “doctrina Brezhnev” de la Unión Soviética. Por lo tanto, el mundo libre debe castigar al resucitado “Imperio del Mal” con “costes devastadores”.
La interpretación de la Alianza Atlántica pretende sobre todo privar a Rusia de su principal argumento: aunque la OTAN no es una confederación de iguales, sino una federación jerárquica bajo mando anglosajón, Rusia hace lo mismo. Niega a Ucrania la posibilidad de elegir su destino, como los soviéticos se lo negaron a los checoslovacos. Es cierto que la OTAN viola los principios de soberanía e igualdad de los Estados estipulados en la Carta de la ONU, pero no debería disolverse, a menos que Rusia también se disuelva.
Tal vez, pero probablemente no.
El discurso del presidente Putin no iba dirigido contra Ucrania, ni siquiera contra Estados Unidos, sino explícitamente contra “los que aspiran a la dominación mundial”, es decir, contra los “straussianos” de la estructura de poder estadounidense. Fue una verdadera declaración de guerra contra ellos.
El 25 de febrero, el presidente Vladimir Putin calificó a los dirigentes de Kiev de “camarilla de drogadictos y neonazis”. Para los medios de comunicación del Atlántico, estas palabras eran las de un enfermo mental.
Durante la noche del 25 al 26 de febrero, el presidente Volodymyr Zelensky envió una propuesta de alto el fuego a Rusia a través de la embajada china en Kiev. El Kremlin respondió inmediatamente exponiendo sus condiciones:
– detención de todos los nazis (Dmitro Yarosh y el Batallón Azov, etc.)
– retirada de todos los nombres de las calles y destrucción de los monumentos que glorifican a los colaboradores nazis durante la Segunda Guerra Mundial (Stepan Bandera, etc.)
– deposición de las armas.
La prensa atlántica ignoró este acontecimiento, mientras que el resto del mundo, que lo conocía, contuvo la respiración. La negociación fracasó unas horas después tras la intervención de Washington. Sólo entonces se informaría a la opinión pública occidental, pero siempre se le ocultarían las condiciones rusas.
¿De qué habla el presidente Putin? ¿Contra quién está luchando? ¿Y cuáles son las razones que han hecho que la prensa atlantista esté ciega y muda?
Una breve historia de los straussianos
Detengámonos un momento en este grupo, los straussianos, del que los occidentales saben poco. Se trata de individuos, todos ellos judíos, pero de ninguna manera representativos ni de los judíos estadounidenses ni de las comunidades judías de todo el mundo. Fueron formados por el filósofo alemán Leo Strauss, que se refugió en Estados Unidos durante el ascenso del nazismo y se convirtió en profesor de filosofía en la Universidad de Chicago. Según muchos relatos, había formado un pequeño grupo de estudiantes fieles a los que daba instrucción oral. No hay constancia escrita de ello. Les explicó que la única manera de que los judíos no fueran víctimas de un nuevo genocidio era formar su propia dictadura. Los llamó hoplitas (los soldados de Esparta) y los envió a perturbar los tribunales de sus rivales. Por último, les enseñó la discreción y alabó la “noble mentira”. Aunque murió en 1973, su fraternidad estudiantil continuó.
Paul Wolfowitz
Los straussianos comenzaron a formar un grupo político hace medio siglo, en 1972. Todos ellos eran miembros del personal del senador demócrata Henry “Scoop” Jackson, entre ellos Elliott Abrams, Richard Perle y Paul Wolfowitz. Trabajaban estrechamente con un grupo de periodistas trotskistas, también judíos, que se habían reunido en el City College de Nueva York y editaban la revista Commentary. Ambos grupos estaban estrechamente vinculados a la CIA, pero también, gracias al suegro de Perle, Albert Wohlstetter (estratega militar estadounidense), a la Rand Corporation (el think tank del complejo militar-industrial). Muchos de estos jóvenes se casaron entre sí hasta formar un grupo compacto de unas 100 personas.
Juntos redactaron y aprobaron la “Enmienda Jackson-Vanik” en medio de la crisis del Watergate (1974), que obligó a la Unión Soviética a permitir la emigración de su población judía a Israel bajo pena de sanciones económicas. Este fue su acto fundacional.
En 1976, Paul Wolfowitz fue uno de los artífices del “Equipo B” encargado por el presidente Gerald Ford de evaluar la amenaza soviética. Publicó un informe delirante en el que acusaba a la Unión Soviética de prepararse para hacerse con la “hegemonía mundial”. La Guerra Fría cambió de naturaleza: ya no se trataba de aislar (contener) a la URSS, había que detenerla para salvar al “mundo libre”.
Los straussianos y los intelectuales neoyorquinos, todos ellos de izquierdas, se pusieron al servicio del presidente de derechas Ronald Reagan. Es importante comprender que estos grupos no son verdaderamente de izquierda ni de derecha. Algunos miembros han pasado cinco veces del Partido Demócrata al Republicano y viceversa. Lo importante para ellos es infiltrarse en el poder, sea cual sea la ideología. Elliott Abrams llegó a ser asistente del Secretario de Estado. Dirigió una operación en Guatemala en la que puso a un dictador en el poder y experimentó con oficiales del Mossad israelí sobre cómo crear reservas para los indios mayas con el fin de hacer eventualmente lo mismo en Israel con los árabes palestinos (la Resistencia Maya le valió a Rigoberta Menchú su Premio Nobel de la Paz). Luego, Elliott Abrams continuó sus exacciones en El Salvador y finalmente en Nicaragua contra los sandinistas con el asunto Irán-Contra. Por su parte, los intelectuales neoyorquinos, ahora llamados “neoconservadores”, crearon la National Endowment for Democracy (NED) y el U.S. Institute of Peace, mecanismo que organizó muchas revoluciones de color, empezando por China con el intento de golpe de Estado del primer ministro Zhao Ziyang y la posterior represión en la plaza de Tiananmen.
Al final del mandato de George H. Bush (el padre), Paul Wolfowitz, entonces número 3 del Departamento de Defensa, elaboró un documento basado en una idea fuerza: tras la descomposición de la URSS, Estados Unidos debía impedir la aparición de nuevos rivales, empezando por la Unión Europea. Concluyó abogando por la posibilidad de emprender una acción unilateral, es decir, poner fin a la acción concertada de las Naciones Unidas. Wolfowitz fue sin duda el diseñador de la “Tormenta del Desierto”, la operación de destrucción de Irak que permitió a Estados Unidos cambiar las reglas del juego y organizar un mundo unilateral. Fue durante esta época cuando los straussianos valoraron los conceptos de “cambio de régimen” y “promoción de la democracia”.
Gary Schmitt, Abram Shulsky y Paul Wolfowitz entraron en la comunidad de inteligencia estadounidense a través del Grupo de Trabajo sobre la Reforma de la Inteligencia del Consorcio para el Estudio de la Inteligencia. Criticaron la suposición de que otros gobiernos piensan lo mismo que el gobierno estadounidense. Luego criticaron la falta de liderazgo político en los servicios de inteligencia, dejando que estos divaguen en cuestiones sin importancia en lugar de centrarse en las esenciales. Politizar la inteligencia es lo que Wolfowitz ya había hecho con el equipo B y lo que volvería a hacer en 2002 con la Oficina de Planes Especiales, inventando argumentos para nuevas guerras contra Irak e Irán (la “noble mentira” de Leo Strauss).
Los straussianos fueron apartados del poder durante el mandato de Bill Clinton. Luego entraron en los think tanks de Washington. En 1992, William Kristol y Robert Kagan (el marido de Victoria Nuland, ampliamente citado en los artículos anteriores) publicaron un artículo en Foreign Affairs en el que deploraban la tímida política exterior del presidente Clinton y pedían una renovación de la “hegemonía global benévola”. Al año siguiente fundaron el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC) en el American Enterprise Institute. Gary Schmitt, Abram Shulsky y Paul Wolfowitz eran miembros. Todos los admiradores no judíos de Leo Strauss, incluido el protestante Francis Fukuyama (autor de El fin de la historia), se unieron inmediatamente a ellos.
Richard Perle
En 1994, ya convertido en traficante de armas, Richard Perle (alias “el Príncipe de las Tinieblas”) se convirtió en asesor del presidente y ex nazi Alija Izetbegović en Bosnia-Herzegovina. Fue él quien trajo a Osama Bin Laden y su Legión Árabe (precursora de Al Qaeda) desde Afganistán para defender el país. Perle fue incluso miembro de la delegación bosnia en la firma de los Acuerdos de Dayton en París.
En 1996, miembros del PNAC (entre ellos Richard Perle, Douglas Feith y David Wurmser) redactaron un estudio en el Instituto de Estudios Estratégicos y Políticos Avanzados (IASPS) para el nuevo primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Este informe aboga por la eliminación de Yasser Arafat, la anexión de los territorios palestinos, una guerra contra Irak y el traslado de los palestinos allí. Se inspira no sólo en las teorías políticas de Leo Strauss, sino también en las de su amigo, Ze’ev Jabotinsky, el fundador del “sionismo revisionista”, del que el padre de Netanyahu fue secretario privado.
El PNAC recaudó fondos para la candidatura de George W. Bush (el hijo) y publicó antes de su elección su famoso informe “Rebuilding America’s Defenses”. En él se pedía una catástrofe similar a la de Pearl Harbor que lanzara al pueblo estadounidense a una guerra por la hegemonía mundial. Estas son exactamente las palabras que el Secretario de Defensa del PNAC, Donald Rumsfeld, utilizó el 11 de septiembre de 2001.
Robert Kagan
Gracias a los ataques del 11 de septiembre, Richard Perle y Paul Wolfowitz instalaron al almirante Arthur Cebrowski a la sombra de Donald Rumsfeld. Desempeñó un papel comparable al de Albert Wohlstetter durante la Guerra Fría. Impuso la estrategia de la “guerra sin fin”: las fuerzas armadas estadounidenses no deberían ganar más guerras, sino iniciar muchas y mantenerlas el mayor tiempo posible. El objetivo sería destruir todas las estructuras políticas de los Estados objetivo para arruinar a esas poblaciones y privarlas de todo medio de defensa contra Estados Unidos; una estrategia que se aplica desde hace veinte años en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen…
La alianza entre los straussianos y los sionistas revisionistas se selló en una gran conferencia celebrada en Jerusalén en 2003, a la que desgraciadamente pensaron asistir figuras políticas israelíes de todos los bandos. Por eso no es de extrañar que Victoria Nuland (esposa de Robert Kagan, entonces embajador en la OTAN) interviniera para declarar un alto el fuego en el Líbano en 2006, permitiendo que el derrotado ejército israelí no fuera perseguido por Hezbolá.
Bernard Lewis y Benjamin Netanyahu
Algunos individuos, como Bernard Lewis, han trabajado con los tres grupos, los straussianos, los neoconservadores y los sionistas revisionistas. Antiguo oficial de la inteligencia británica, adquirió la ciudadanía estadounidense e israelí, fue asesor de Benjamin Netanyahu y miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Lewis, que a mitad de su carrera aseguró que el Islam es incompatible con el terrorismo y que los terroristas árabes son en realidad agentes soviéticos, cambió más tarde de opinión y aseguró con el mismo aplomo que la religión predica el terrorismo. Inventó la estrategia del “choque de civilizaciones” para el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. La idea era utilizar las diferencias culturales para movilizar a los musulmanes contra los ortodoxos, un concepto que popularizó su ayudante en el Consejo, Samuel Huntington, con la salvedad de que Huntington no lo presentó como una estrategia, sino como una fatalidad que había que contrarrestar. Huntington comenzó su carrera como asesor del servicio secreto sudafricano durante la época del apartheid, y más tarde escribió un libro, El soldado y el Estado, en el que sostenía que los militares (regulares y mercenarios) son una casta especial, la única capaz de entender las necesidades de la seguridad nacional.
Tras la destrucción de Irak, los straussianos fueron objeto de todo tipo de polémicas. Todo el mundo se sorprende de que un grupo tan pequeño, apoyado por periodistas neoconservadores, haya podido adquirir tal autoridad sin haber sido objeto de un debate público. El Congreso de Estados Unidos nombró un Grupo de Estudio sobre Iraq (la llamada “Comisión Baker-Hamilton”) para evaluar su política. Condenó, sin nombrarla, la estrategia de Rumsfeld/Cebrowski y lamentó los cientos de miles de muertos que había causado. Pero Rumsfeld dimitió y el Pentágono prosiguió inexorablemente esta estrategia, que nunca había adoptado oficialmente.
En la administración Obama, los straussianos se abrieron paso en el gabinete del vicepresidente Joe Biden. Su asesor de seguridad nacional, Jacob Sullivan, desempeñó un papel central en la organización de las operaciones contra Libia, Siria y Myanmar, mientras que otro de sus asesores, Antony Blinken, se centró en Afganistán, Pakistán e Irán. Fue él quien dirigió las negociaciones con el líder supremo Alí Jamenei que desembocaron en la detención y el encarcelamiento de miembros clave del equipo del presidente Mahmud Ahmadineyad a cambio del acuerdo nuclear.
El cambio de régimen en Kiev en 2014 fue organizado por los straussianos. El vicepresidente Biden está firmemente comprometido con ello. Victoria Nuland vino a apoyar a los elementos neonazis del Sector Derecho y a supervisar al comando israelí “Delta” en la plaza Maidan. Una intercepción telefónica revela su deseo de “joder a la Unión Europea” (sic) en la tradición del informe Wolfowitz de 1992. Pero los dirigentes de la Unión Europea no lo entienden y sólo protestan débilmente.
“Jake” Sullivan y Antony Blinken colocaron al hijo del vicepresidente Biden, Hunter, en el consejo de una de las principales empresas de gas, Burisma Holdings, a pesar de la oposición del secretario de Estado John Kerry. Hunter Biden es, por desgracia, sólo un yonqui, serviría de fachada para una gigantesca estafa a costa del pueblo ucraniano. Nombraría, bajo la supervisión de Amos Hochstein, a varios de sus amigos drogadictos para que se conviertan en otros testaferros al frente de diversas empresas y para que saqueen el gas ucraniano. Estas son las personas que el presidente Vladimir Putin calificó de “camarilla de drogadictos”.
Sullivan y Blinken se apoyaron en el padrino de la mafia Ihor Kolomoysky, la tercera fortuna del país. Aunque es judío, financió a los pesos pesados del Sector Derecho, una organización neonazi que trabaja para la OTAN y que luchó en la plaza de Maidan durante el “cambio de régimen”. Kolomoïsky aprovechó sus conexiones para hacerse con el poder dentro de la comunidad judía europea, pero sus correligionarios se rebelaron y lo expulsaron de las asociaciones internacionales. Sin embargo, consiguió que el jefe del Sector Derecho, Dmytro Yarosh, fuera nombrado vicesecretario del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa de Ucrania y que él mismo fuera nombrado gobernador del oblast de Dnipropetrovsk. Ambos hombres serían rápidamente apartados de cualquier función política. Fue su grupo el que el presidente Vladimir Putin calificó de “camarilla de neonazis”.
En 2017, Antony Blinken fundó WestExec Advisors, una empresa de consultoría que reunió a ex altos funcionarios de la administración Obama y a muchos straussianos. El negocio de la firma es extremadamente discreto. Utiliza las conexiones políticas de sus empleados para ganar dinero; lo que en cualquier otro lugar se llamaría corrupción.
Los Straussian siguen siendo los mismos de siempre
Desde que Joe Biden volvió a la Casa Blanca, esta vez como presidente de los Estados Unidos, los straussianos han estado dirigiendo el espectáculo. “Jake” Sullivan es el Consejero de Seguridad Nacional, mientras que Antony Blinken es el Secretario de Estado con Victoria Nuland a su lado. Como he informado en artículos anteriores, ella fue a Moscú en octubre de 2021 y amenaza con aplastar la economía de Rusia si no cumple. Este fue el comienzo de la crisis actual.
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La subsecretaria de Estado Nuland resucitó a Dmitro Yarosh y le impuso al presidente Zelinsky, un actor de televisión protegido por Ihor Kolomoysky. El 2 de noviembre de 2021, lo nombró asesor especial del jefe del ejército, el general Valerii Zaluzhnyi. Este último, un verdadero demócrata, se rebeló al principio y finalmente aceptó. Al ser interrogado por la prensa sobre este sorprendente dúo, se negó a responder y mencionó una cuestión de seguridad nacional. Yarosh dio todo su apoyo al “führer blanco”, el coronel Andrey Biletsky, y a su batallón Azov. Esta copia de la división de la SS Das Reich está dotada desde el verano de 2021 de mercenarios estadounidenses procedentes de Blackwater.
Una vez identificados los straussianos, debemos admitir que la ambición de Rusia es comprensible, incluso deseable. Librar al mundo de los straussianos sería hacer justicia al millón o más de muertes que han causado y salvar a los que están a punto de matar. Queda por ver si esta intervención en Ucrania es el camino correcto.
En cualquier caso, si la responsabilidad de los acontecimientos actuales recae en los straussianos, todos los que les dejaron actuar sin inmutarse también tienen una responsabilidad. Empezando por Alemania y Francia, que firmaron los Acuerdos de Minsk hace siete años y no hicieron nada para que se aplicaran, y siguiendo por el medio centenar de Estados que firmaron las declaraciones de la OSCE que prohibían la ampliación de la OTAN al este de la línea Oder-Neisse y no hicieron nada. Sólo Israel, que acaba de deshacerse de los sionistas revisionistas, ha expresado una posición matizada sobre estos acontecimientos.
Esta es una de las lecciones de esta crisis: los pueblos gobernados democráticamente son responsables de las decisiones tomadas durante mucho tiempo por sus dirigentes y mantenidas tras las alternancias en el poder.
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