por Carola Chávez
Pepe Mujica, el viejito humilde, el que maneja un volkswagen de toda la vida, el que pisa el freno con su chancleta -nunca el acelerador-, siempre un osito de peluche que todos quieren porque ¿cómo no querer a ese viejito con cara de duende que vive en un ranchito y no molesta a nadie?
Pepe el viejito tranquilo, prudente, salvo cuando hay un micrófono abierto y se le sale el “tuerto” y de la “vieja loca”, en pleno proceso de formación de UNASUR, el “loco como una cabra”, en plena guarimba contra el gobierno de Maduro… Y Pepe y su lengua siempre en perfecta sincronía con algún feroz ataque de la oligarquía, siempre convertido en bandera de quienes nos atacan, ahí con sus chancletas y sus uñas encajadas, que, si te fijas, es lo único que a las élites les molestó de Pepe.
Hace un tiempito vi a Pepe en el programa de Jordi Évole, que fue en peregrinación a la famosa chacarita para mostrarle al mundo que se puede ser revolucionario e inofensivo a la vez y que eso es muy bueno. Ahí estaba Pepe, enfáticamente desgreñado, como siempre, contándole a Jordi lo asqueante que es la política regional, enumerando generalidades, obviando, cuidadosamente, los grandes progresos alcanzados en la época en la que el continente marchaba mayoritariamente al paso de los pueblos; separándose de todo aquello, con la nariz arrugada, como intentando quitarse de encima una cucaracha… Y el entrevistador, famoso por arrinconar a sus entrevistados, risueño, escuchando como un niño al cuenta cuentos de la plaza. Una hora de narrativa de mierda, que describía a un continente de mierda, con presidentes de mierda y unos pueblos de mierda que se dejaban volver mierda, donde Pepe flotaba íngrimo en una impoluta tablita. No se salvaba nadie sino él, el viejito humilde que afirmaba frente a la cámara que en su larga y humilde vida no conoció jamás a un líder político que no fuera una mierda. Y todos los que odian a Fidel y a Chávez amaron a Pepe, el patriarca de las revoluciones inofensivas. La soberbia disfrazada de humildad.
Hoy vuelve Pepe a ser portada en los medios que celebran su última pepada: En medio de un brutal intento de revolución colorida en Nicaragua, con un reguero de muertos, la violencia más violenta, cuando el gobierno sandinista ha liberado casi todo el país de las guarimbas y las tracas, cuando está a punto de sofocar el último foco golpista, sale Pepe, siempre oportuno para el enemigo, y declara: “en la vida hay momentos en los que hay que decir me voy”. Y -¡sorpresa!- los que se tienen que ir no son los guarimberos sanguinarios, no, tienen que irse Daniel Ortega y los sandinistas, y ceder el paso a quienes han torturado, violado, asesinado a cualquiera que les parezca sandinista. Tienen que irse y ponerse en fila, ordenadamente, para que los borren del mapa ¡Ay, Pepe!
Por eso, mientras los dueños del mundo satanizaban a Chávez, nos vendían a Pepe con su carrito, con sus chancletas, mal vestido y despeinado, sí, pero inofensivo. Y lo peor es que muchos lo compran y se tragan el cuento de que la cualidad revolucionaria se mide en chancletas y suéteres con bollitos, mientras más bollitos, más revolucionario…
Y como nos venden a Pepe, nos venden también a Iván Duque, que viaja a Washington en clase turista, como cualquier mortal que pueda pagar un boleto de avión; y a la primera ministra Croata, que se descuenta el sueldo para ir al mundial, y el de Holanda que limpia el café que derramó, y hasta al Rey de España, que lleva él mismo a su hija al colegio, sin chofer ni nada, mira tú… Y nos venden la idea de que lo importante es parecer común y corriente, pero sin fastidiar a los dueños, eso sí; no como Nicolás, que según Pepe, “está loco como una cabra”.
En fin, que saco mis cuentas, les regalo sus chancletas y me quedo con mi loco.
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