por Pedro Bustamante – Leímos con mucho interés Gouverner par le chaos – Ingénierie sociale et mondialisation (Gobernar a través del caos: Ingeniería social y globalización) aparecida de forma anónima en 2010 (Max Milo), que luego supimos que era obra de Lucien Cerise. Ahora hemos seguido con Neuro-Pirates: Réflexions sur l’ingénierie sociale (Neuro-piratas: Reflexiones sobre la ingeniería social, Kontre Kulture, 2016).
Nos interesa todo lo que se mueve alrededor de Egalité et Réconciliation y su editorial Kontra Kulture, liderados por Alain Soral, una de las voces más lúcidas del pensamiento francés contemporáneo, ferozmente perseguido por la dictadura atlantista-sionista que se esconde tras la careta del aparato de Estado francés desde hace décadas.
Lucien Cerise es uno de esos intelectuales con un pie en el pensamiento académico y otro en la calle, en la realidad de lo que está ocurriendo en el mundo. Nos dice que se ha movido mucho en los ámbitos del activismo, de la militancia política, de los movimientos de base (pp. 215, 331-332).
Habla el lenguaje de los académicos, pero para tratar de los temas de los teóricos de la conspiración, y lo hace con un admirable rigor, armado de lecturas, referencias y citas. Pero sobre todo de lucidez, de capacidad para discernir lo importante de lo que no lo es, para moverse entre disciplinas y ámbitos del saber, para saltar de escala, para poner el dedo en la llaga. Es un investigador suficientemente especializado en el ámbito de la ingeniería social, pero al mismo tiempo un intelectual con una gran cultura y sensibilidad. Esto le permite mostrar hasta qué punto esta disciplina ocupa un lugar central en nuestros días, como ámbito en el que se ejerce lo político, por oposición a la política de teatro de marionetas, cada vez más vacía de contenido.
Así, a pesar de que la ingeniería social es el ámbito central de su trabajo, Cerise es uno de esos intelectuales transversales, profundos, comprometidos. De manera que más que hablarnos solo de ingeniería social, lo que hace es hablarnos de todo a través de la ingeniería social. Poner el foco de lo político en la manera cómo el poder transforma las sociedades.
Es un pensador que recoge lo mejor de la tradición francesa —Foucault, Deleuze, Guattari, Debord, Baudrillard, Girard— pero que sabe actualizar este saber de cara a analizar y comprender, de manera muy concreta, el presente. En esto Cerise nos recuerda a Comité Invisible/Tiqqun, otro colectivo de gran interés, que también alimenta su obra.
Orden a partir del caos
Desde Gouverner par le chaos Cerise ha comprendido la clave del poder contemporáneo:
“La novedad del siglo XX reside en que se pasa de un control social a través del orden a un control social a través del desorden. El orden a partir del caos.”
Esta estrategia se remonta, según Cerise, a las revoluciones burguesas de finales del XVIII (pp. 190, 239). Lo que cambia es que entonces las revoluciones eran disrupciones en la continuidad del orden instituido, tras las que se retornaba a otro orden, mientras que hoy la revolución tiende a hacerse permanente, con los efectos traumáticos que esto tiene para la gran mayoría, que no se beneficia de tanto cambio.
Subraya algo obvio, a pesar de que el pensamiento dominante tienda a obviarlo: que la historia de la humanidad ha sido mayoritariamente la de la instauración del orden. Y que el prestigio del cambio, del progreso, de la revolución, de la transformación, es de hecho una anomalía, inculcada por el mismo aparato de propaganda del sistema, fuertemente ideologizado. La tradición, la continuidad, el orden, ha sido casi siempre la norma. El antitradicionalismo moderno es la anomalía (p. 217).
De manera que el francés pone el dedo en otra de las claves de la religión capitalista: el culto al progreso. Que se resume, para él, en la repetición permanente del mantra “antes era peor”. Efectivamente, el progreso científico o tecnológico, no solo no siempre lleva aparejado el progreso humano o espiritual, sino que, de hecho, tiende a impedirlo, a eclipsarlo, a sustituirlo.
Pero lo que nos dice Cerise, como vamos a ver, es que no se trata de rechazar de plano el progreso, sino de valorar hasta qué punto este es negativo o positivo, “disolutivo” o “coagulante”.
Cerise comprende que el progreso capitalista no consiste en “adaptar el mercado al pueblo”, sino al contrario en “adaptar el pueblo al mercado” (p. 132). Aún se podría ir más lejos y decir que el objetivo último del capitalismo sería fusionar el pueblo y el mercado, esto es, transformar el ser humano en ganado cibernético. La mercancía, el valor de cambio, la plusvalía, el dinero, son solo medios para un fin. El objetivo a largo plazo, creemos, es mercantilizar al humano. De ahí que la ingeniería social esté hoy en el centro de lo político, pero también de lo económico, en la medida en que en el capitalismo ambas dimensiones tienden a fundirse. Y que en el hollycapitalismo la mercancía fundamental es el hombre.
El sociólogo reconoce que el comunismo ha fracasado. Pero también que este no ha sido tan destructor de la moral y los valores humanos como el capitalismo (pp. 134-135). Porque, más allá de las ideologías y de las diferencias entre los distintos sistemas politico-económicos, lo que cuenta es siempre una relación real de fuerzas, en la que el más agresivo, el más perverso, el más amoral, pero también el que mejor sabe enmascararlo, tiende a ganar.
Cerise pone el énfasis en los hechos, y el hecho por excelencia en política y sociedad es la relación de fuerzas (p. 227). Toma de Heráclito el elogio del polemos, de la lucha, por principio:
“Porque la victoria consiste en luchar” (pp. 178-180).
Así, propone apoyar a todos los contrapoderes, en la medida en que supongan una oposición real al imperio atlantista-sionista: China, Rusia, Irán, Venezuela (p. 355). Pero también, apoyar al Estado, que es hoy la única estructura que puede resistir los embates del capitalismo global. Esto relega a un segundo plano todas las ideologías, las distinciones artificiales entre derechas e izquierdas, etc. La cuestión es detectar dónde está la oposición real y apoyarla, dejando en un segundo lugar las ideologías.
La ingeniería social consiste —nos dice Cerise— en considerar a la sociedad como un objeto (pp. 141-142). Insistimos, lo que diferencia al hollycapitalismo del capitalismo es que el humano pasa a ser la mercancía por excelencia. De ahí que la ingeniería social se convierta en una disciplina central en este régimen de poder-religión. Simplificando, en el capitalismo se producían coches y en el hollycapitalismo se producen humanos. El objetivo del capitalismo, aunque estuviese centrado en la producción de mercancías, era servirse de estas como intermediarias para someter y transformar al humano. El hollycapitalismo sería una fase posterior del capitalismo, en la que las mercancías ya no ocupan el lugar central para transformar al humano, en la medida en que la ciencia y la tecnología de la producción de mercancías se aplica ya directamente al humano.
Veamos con más detalle cómo, según Cerise, opera este gobierno de las sociedades a través del caos. Una de las claves, a la que su investigación recurre, es la ideología de género. Porque nos permite ver de manera muy evidente cómo el poder orquesta una guerra artificial entre dos partes —en este caso mujeres y hombres, pero también heterosexuales y homosexuales—, que están por naturaleza llamados a conformar una unidad. Se hace realidad una ficción, se naturaliza un artificio. Y ¿qué puede haber de más artificial que fabricar la noción de género e independizarla de la realidad del sexo? Por supuesto que siempre habrá anomalías, y estas deben ser respetadas. Pero eso es una cosa y otra muy distinta hacer de la anomalía el paradigma.
La ideología de la confusión de géneros
Lo interesante es que esta separación artificial lo que persigue en última instancia es una “confusión”. Así, para Cerise la teoría de género es, en realidad, “ideología de confusión de géneros” (pp. 25, 361). Las teorías de género están ahí para destruir una de las riquezas, de los valores fundamentales de toda cultura: la distinción entre hombres y mujeres. Distinción entendida como complementariedad, como suma integral en la que 1 + 1 > 2. La teoría de género es una ideología tremendamente perversa, al servicio de una agenda de empobrecimiento y de destrucción de las sociedades humanas. El género es un invento, una entelequía de los intelectuales, aliados de manera implícita con la agenda transhumanista, para destruir todo lo que nos diferencia, y por lo tanto nos atrae, nos une, a hombres y a mujeres.
Pero lo más interesante de Lucien Cerise es que disecciona con mucha exactitud “cómo” esto se está llevando a cabo. Nos dice, y estamos plenamente de acuerdo con él, que lo importante es el “cómo”, y no el “quién” o el “por qué” (p. 341).
Según el francés, lo que están haciendo es demonizar las diferenciaciones y las jerarquías que hacen una sociedad rica, estructurada, compleja. La clave para esto está en la mecánica de identificación, que depende de categorías y estructuras delimitadas y jerarquizadas. La entelequia de la igualdad-confusión entre hombres y mujeres es el caso más evidente de este igualitarismo mal entendido (pp. 36-37). Igualitarismo que, en realidad, persigue la destrucción de todas las diferencias, y con ello la destrucción del ser humano.
Lo importante es comprender que esta desestructuración a un nivel se produce en paralelo a una reestructuración a otro nivel. Es decir, la desestructuración al nivel de la sociedad tradicional se produce en paralelo a la reestructuración el nivel mercantil-tecnológico-informacional. De ahí que ingeniería social y capitalismo estén tan íntimamente relacionados.
Cerise comprende que lo que está en el trasfondo de la ingeniería social es el cuestionamiento de la norma, en el sentido más fundamental, en el ámbito moral y el del comportamiento. Nos dice que “[l]a heteronormatividad es la fuente de toda norma, la norma de las normas, la metanorma” y que “piratear” esta heteronormatividad equivale a destruir las sociedades humanas tradicionales (pp. 38-40):
“Las diferencias primeras, fundadoras, de toda sociedad, se resumen en un concepto: el complejo de Edipo. Son las diferencias hombres/mujeres y padres/hijos (por extensión jóvenes/viejos)” (p. 193).
Y efectivamente esto es lo que estamos viendo hoy. Levantar dos de las prohibiciones centrales en las que se fundan todas las comunidades sanas, desde hace milenios: la prohibición del incesto y la prohibición de la homosexualidad:
“Existe por lo tanto una verdadera ingeniería psicosocial del levantamiento de los límites, de la transgresión de las prohibiciones, de las leyes, de los tabúes y de la abolición de las fronteras, y por lo tanto una ingeniería de la desocialización, del asalvajamiento, de la desestructuración de masas y de la regresión civilizatoria provocada; en suma, una ingeniería de la desedipización…” (p. 196).
Como vemos, hay un cierto paralelismo entre el tabú del incesto —distinción entre padres e hijos— y el de la homosexualidad —distinción entre sexos—. Estos son los dos tabués que sostienen las estructuras familiares o clánicas tradicionales, del tipo que sea, desde los matrimonios de grupo o las diversas formas de poligamia, a la familia extendida o la nuclear. La homosexualidad se puede entender como una forma de incesto. Esto es, la homosexualidad sería una suerte de endogamia, mientras que la heterosexualidad sería una forma de exogamia.
Levantar estas dos prohibiciones —incesto y homosexualidad— equivale a destruir todas las formas de familia o clan tradicionales, las que hacían posible la existencia de un ser social natural, de una zoé. Levantar la prohibición de la homosexualidad —proceso ya muy avanzado en Occidente— y la del incesto —que vamos a padecer en las próximas décadas—, equivale a exterminar al ser humano social, y con ello al ser humano individual, que de hecho no es más que una faceta de este ser social. Y evidentemente todo esto forma parte de la agenda transhumanista.
Normalizar las anomalías
Según el sociólogo, una de las técnicas que están utilizando para vendernos lo que en realidad es la destrucción encubierta del ser humano, es una “puesta de anzuelo” (hameçonnage). Consiste en presentar como discriminación positiva, como defensa de las minorías, lo que en realidad es un ataque encubierto a las mayorías. Esto es, una defensa de las excepciones, de la anomalías, pero que enmascara lo que en realidad es un ataque a las normas, a los paradigmas (pp. 73, 119). Y esto pasa por culpabilizar a las mayorías, de cara a legitimar la discriminación positiva de las minorías (pp. 230, 238-239).
Insistimos, una cosa es respetar la anomalía, y otra muy distinta hacer de la anomalía el paradigma. Y esto segundo es lo que está ocurriendo hoy. Se declara una cosa pero en realidad lo que se está haciendo de manera encubierta es otra muy distinta. Así funciona todo hoy. Hacer de la anomalía el paradigma, hacer de la transgresión la norma, tiene efectos perniciosos y pervertidores devastadores para cualquier sociedad (p. 279). La muerte, el sacrificio del ser humano.
Y esta lógica, que vemos de manera muy evidente en las teorías de género, Cerise la extiende a otros muchos dominios:
“… el transhumanismo es esencialmente una forma quimérica para vendernos otra cosa, que es la discriminación positiva humanófoba y la dictadura de las minorías. La propaganda homo y transexual, el pinkwashing, el antiespecismo, el veganismo, los derechos de los robots y la lucha moral y jurídica contra todas las diferencias naturales, participan también de este programa de puesta en minoría jurídico-moral de la especie humana” (p. 281).
A todo esto nosotros añadimos la dimensión religiosa. La transgresión siempre ha sido el ámbito de la sagrado. Hacer de la transgresión la norma lleva implícito esta religiosidad, sin la que no se puede entender en todo su alcance el régimen de poder-religión contemporáneo, el hollycapitalismo. Así, esta ingenieria social no se puede entender sin el papel central que están desempeñando toda una serie de figuras que podemos calificar como semisagradas, que actúan como referencias sociales para los profanos. Las estrellas de Hollywood y de la Hollymúsica son las más evidentes. Pero en realidad hay que ir más al fondo de la cuestión para comprender que estas estrellas son de hecho solo parte de un fenómeno más profundo, que es el de los programas de control mental mediante trauma, tipo MK Ultra o Monarch, que producen literalmente todo tipo de figuras sociales que lideran las agendas de ingeniería social. Y todo esto opera como las religiones paganas, con iniciaciones, rituales, sacrificios, hierogamias.
Y todo esto está, además, muy vinculado con el abuso intergeneracional, que nos atrevemos a decir que es una de las claves de bóveda del sistema, del que se nutren estos programas institucionales de control mental, en los que, el incesto y la homosexualidad ocupan un papel central. Como vemos todo encaja, todo se cierra, todo se relaciona.
Hacer de la transgresión la norma implica una inversión mayúscula de las bases morales y normativas de cualquier sociedad, que solo podemos calificar de satánica. Y efectivamente esta es la corriente subterránea sin la que no se puede entender todo este movimiento transhumanista. Aunque en realidad siempre ha estado ahí, desde hace milenios, porque es la estructura profunda del poder-religión: el ritual de sexo y sangre.
Volviendo a Cerise, lo que se esconde detrás de estas discriminaciones positivas, de esta defensa de las minorías, es algo en realidad mucho más perverso, patológico y patogénico. Lo que estarían encubriendo estos movimientos, supuestamente progresistas, es en realidad un “odio visceral contra el pueblo y los heterosexuales” (p. 272). Esto es, un odio contra lo normal, contra la norma.
Se podría añadir que estos movimientos, que podemos englobar bajo el término trans —transexualismo, transgenerismo, transgenetismo, transespecismo, transhumanismo— son mucho más religiosos y fundamentalistas de lo que aparentan. Serían de hecho la herencia de la tradición judeo-cristiana más radical, más puritana. Paradójicamente. En el sentido en que suponen una demonización de lo corporal, de la carne, en lo que esta tiene de menos maleable por el espíritu, por la cultura, que es su tendencia a unirse con el otro sexo.
Todos estos movimientos trans, están alimentados por un transcendentalismo, en el sentido más negativo del término. En otras palabras, lo que todos ellos tienen en común es la adoración, sin duda marcadamente religiosa, de lo espiritual, y la demonización de lo corporal. Pero sobre todo de lo espiritual separado de lo corporal. En definitiva, de la dominación enormemente sublimada, hasta el punto en que se convierte en inconsciente, del espíritu sobre la materia, del artificio sobre la naturaleza, de la ficción sobre la realidad. Y a su vez, entre las masas, de la dominación del cuerpo sobre el espíritu. Lo que padecemos hoy es el reino de la desencarnación, de la desespiritualización del cuerpo y la descorporización del espíritu. Y evidentemente esto solo lo saben orquestar altos iniciados.
Lo trans es, de hecho, una de las facetas más importantes para comprender la religión hollycapitalista, el reino de la producción de realidad a partir de ficciones. Dinero fiduciario, teoría de género, ingeniería genética, Hollywood, etc., son finalmente distintas facetas de un mismo fenómeno que hoy se despliega ante nosotros.
Lo más interesante de Lucien Cerise es que nos muestra, como avanzábamos, que muchos de estos movimientos trans —fomentados por el globalismo tras la máscara de activismos, militantismos y progresismos varios— son parte de una única agenda transhumanista:
“… veremos aparecer uno de estos días leyes antihumanas que se imponen enmascaradas bajo el pretexto moral de luchar contra la «transhumanofobia» y por la igualdad del humano y el transhumano.”
Esto es, la misma mecánica de defensa de las minorías, de lo anómalo, de lo excepcional, de lo artificial, va a ser utilizada, según él, para otorgar a los robots los mismos derechos que a los humanos (pp. 74, 276, 279). Aquí vemos como esta dimensión transcendentalista es central, que como decimos no es otra que la de la dominación del cuerpo desencarnado por el espíritu, al máximo nivel, y del espíritu por el cuerpo, en la base. Insistimos, la noción clave para comprender lo que vivimos hoy es esta: desencarnación. Y todo esto se está realizando, no solo con ciencia y tecnología, sino además con rituales, con magia negra.
En lo que hay que insistir es en que lo que tenemos siempre es un doble movimiento de desestructuración a un nivel y de reestructuración a otro nivel. Esto es, el propio sistema tiene que desestructurar a un nivel más natural para reestructurar a un nivel más sístemico. Siempre en el marco de agendas de medio-largo plazo que operan más allá de la farsa de la política de telediario, controlada por las logias.
Cerise ha comprendido muy bien, como ya mostró en Gouverner par le chaos, que las élites atlantistas-sionistas están llevando a cabo una “demolición controlada” de las estructuras existentes (pp. 45-46), esto es, una desestructuración. Y que por ello, la labor de cualquier resistencia a esta dinámica debe pasar, al margen de las distinciones artificiales entre derechas e izquierdas, por la tendencia contraria, por una reestructuración. Pero una reestructuración “por abajo”, frente a la reestructuración “por arriba”, que también se produce.
Si el “orden a partir del caos” (p. 54) es eficaz es porque el sistema construye estructuras “por arriba”, más artificiales, que son capaces de recuperar las energías que libera de las estructuras más naturales. Las teorías de género, la homosexualización y transexualización, la violencia de género, el abuso infantil, y como iremos viendo cada vez más, el incesto, nos llevan a una sociedad atomizada. Por eso todo esto está siendo instigado por las élites satánicas. Porque la desestructuración “por abajo” hace posible la reestructuración “por arriba”, el del intercambio mercantil, el dinero, el control del Estado, los dispositivos educativos, mediáticos, tecnológicos, etc.
Esta transferencia entre planos también puede entenderse como una estructura piramidal, tal como propone Cerise. La desestructuración y la división en la base se produce al mismo tiempo que la reestructuración y la cohesión de la cumbre. El sociólogo es consciente de la implicación de la masonería en todo esto, a pesar de que no ha profundizado en este tema (p. 54). Esto es lo que se echa de menos en el pensamiento de Cerise.
Como decíamos, su método es comprender el “cómo” antes que el “quién”, y en esto demuestra mucha inteligencia. Y es que cuanto más nos acercamos a las cúpulas más desinformación vamos a encontrar sobre los “quiénes”, mientras que los “cómos” son relativamente constantes. Así, Cerise propone investigar y “democratizar” los métodos utilizados por las agencias de inteligencia, que son de hecho quienes verdaderamente ejecutan las agendas concebidas por el verdadero poder en la sombra (pp. 256, 334, 344). Sobre todo en el régimen del caos, de la crisis, del desastre, que hoy padecemos.
Esta mecánica de desestructuración y división de la bases se puede aplicar también a la distinción tradicional entre izquierdas y derechas. Pero de hecho todas las oposiciones sociales responden a la misma mecánica (pp. 56, 90, 149, 152, 181).
La ficción produce la realidad desencarnada
El sistema pone en escena la tesis y la antítesis, pero ambas controladas, esto es, tesis y antítesis solo hasta ciertos límites. Y al mismo tiempo deja fuera de escena todo aquello que supone una verdadera oposición al sistema (pp. 152, 156, 158). Lo que hay que subrayar es que la dimensión espectacular, escénica, representativa, de esta mecánica, es central. Especialmente en el mundo de hoy en el que cada vez más todo está inscrito en algún dispositivo de representación, de mediación. Este es el verdadero poder hoy.
De hecho la mercancía no tiene sentido sin su “puesta en mercado”, que es una suerte de “puesta en escena”. Esta “puesta en mercado” es lo que la dota de valor, lo que permite incrementar su valor de cambio por encima de su valor de uso. Pero esta misma lógica afecta a los demás valores: a la verdad, al honor, a la credibilidad, al prestigio. La homosexualidad, el transgenerismo, la cocina deconstruida, las mayores artificialidades… todo se carga de valor en función de cómo es escenificado en los medios dominantes. Como el dinero ficticio. De manera mágica, por el simple hecho de aparecer en la escena hollycapitalista.
Pero lo importante es comprender que estas ficciones son el vehículo en el que se transfieren los flujos libidinoso-agresivos que articulan todo el sistema, que vinculan los distintos planos de la realidad de los que hablábamos. Son ficciones pero ficciones encarnadas. Que sin embargo producen realidad desencarnada. Aquí está una de las claves para comprender el hollycapitalismo.
Cerise nos dice que esta dimensión ficticia es a veces suficiente, cuando el poder pone en escena la violencia:
“… la representación [del terror] es a veces suficiente para provocar los mismos efectos que lo real. […] La capacidad para «hacer creer» (en el poder o en el peligro) es fundamental, porque la representación del peligro provoca más o menos los mismos efectos anxiógenos que el peligro real” (p. 165).
Aquí el investigador francés pone el dedo en un tema central en el hollycapitalismo. En lo que hace de él un régimen no solo político sino también religioso. Todo el sistema se sostiene sobre una estructura de producción de valor de cambio ficticio, que vacía cada vez más de contenido, de realidad, el resto de los valores sociales. Pero esta producción inmaterial, ficticia, de valor, tiene que estar tensada a su vez por una producción de goce y de violencia, en parte ficticios pero también, en alguna medida, reales. Realidad y ficción son los dos polos entre los que se mueven todas las producciones del sistema. Y lo que estructura y articula todos los niveles del sistema son flujos libidinoso-agresivos que se transfieren entre los distintos niveles. En otras palabras, si es posible que la ficción del dinero fiduciario, del terrorismo fabricado, de las pandemias de laboratorio o de las teorías de género, se sostengan, es porque todas ellas vienen acompañadas en última instancia, aunque sea solo parcialmente, por producciones reales de goce y de violencia. En este sentido decimos que son ficciones encarnadas. Aunque paradójicamente produzcan realidad desencarnada. Esto donde mejor se ve es en los programas de control mental mediante trauma.
En este sentido, Cerise ha comprendido muy bien que el terrorismo en Occidente es, en esencia, un producto sintético del propio sistema, controlado por las agencias atlantistas-sionistas (de Estados Unidos, de Reino Unido, de Israel, y de otros Estados aliados). Y que esta amenaza terrorista es, en parte, una ficción, “terror virtual” (pp. 166-167). Pero, como decíamos, una ficción fundamental, porque es la que permite, entre otras, que el resto de valores ficticios del sistema, como el dinero fiduciario falsificado por la mafia bancaria, así como la burbuja financiera, se carguen de valor real. Y lo mismo con el goce sintético, con las pornografía, con las niñas-esclavas sexuales de las que disfrutan los altos políticos, los monarcas, las estrellas de Hollywood, etc. Ficción encarnada, producción sintética de goce y de violencia que es lo que ha caracterizado siempre al poder-religión. Esta es la clave de bóveda de todo poder-religión, del de hoy como del de hace milenios.
Es verdad que una buena parte de estas violencias son ficticias, fabricadas, actuadas. Pero necesitan también tener algo de realidad. Con ello, lo importante es que provocan amenazas reales. Lo mismo podríamos decir del goce sintético, fabricado por el sistema, y del deseo real que este produce. De hecho el grado de perversión y de amoralidad que hoy padecemos, pone de manifiesto hasta qué punto el régimen de poder-religión es precario.
Aquí vemos otra vez la importancia de ciertas figuras que operan como intermediarias entre los profanos y los iniciados, aquellas que aparecen en el escenario del poder-religión. Son las que articulan la dimensión real y la ficticia. Las que “hacen creer” en la realidad del goce y la violencia, aunque esta realidad sea solo parcial. Estas figuras articuladoras de los dos ámbitos de lo social, del ámbito público y el secreto, del profano y el iniciático, no son otras que los esclavos de control mental tipo MK Ultra o Monarch. Otra vez, esta es la clave de bóveda de todo el sistema. Nos atrevemos a decir que toda la espectacularización del Hollycausto está ahí, entre otras cosas, para encubrir estos programas desarrollados en los campos de concentración, que después siguieron llevándose a cabo en Occidente, a través de la Operación Paperclip.
Este es un tema en el que Cerise no ha profundizado, dejándose guiar por desinformadoras como Naomi Klein (pp. 64-67, 182). Es verdad que el modus operandi del “capitalismo del desastre”, de la “doctrina del schock” tiene mucho que ver con los programas de control mental mediante trauma. Pero la cuestión es mucho más compleja, mucho más profunda y mucho más sutil de lo que nos cuentan tanto Klein como Cerise. Porque para comprenderla es necesario recorrer el laberinto de las iniciaciones, del abuso intergeneracional, de lo que podemos denominar el gobierno encubierto del Falo desvirgador, violador, pederástico, incestuoso, homosexual, felado. Es este Falo del poder-religión el que articula el goce y la violencia reales, y por lo tanto el sadismo, con el goce y la violencia sintéticas producidas en su escenario, y que a su vez producen el deseo y la amenaza que sostienen todo el orden social. Esto es el hollycapitalismo en el que Hollywood lo atraviesa todo. Pero no el Hollywood políticamente correcto que nos muestran los medios dominantes, sino el Hollywood iniciático, el Hollywood del abuso infantil y sexual, el Hollywood vinculado a las agencias de inteligencia y a los programas de control mental.
Y sin embargo Cerise se acerca a comprender lo que está aquí en juego, que en definitiva es la utilización ambivalente —satánica— de símbolos. Nos dice que lo que hace el poder es “esconder a plena luz” (pp. 91-92). Este es el doble lenguaje orwelliano, el que hace posible que una misma palabra, un mismo discurso, una misma imagen, en definitiva, un mismo símbolo, pueda ser leído de distintas maneras, a los distintos niveles del sistema. Y que pueda servir como mantra de programación mental, tanto de control “duro”, para esclavos MK Ultra-Monarch, como de control “blando”, para el resto de la ciudadanía.
Disolución y coagulación
Otro tema interesante en la obra de Cerise es su utilización de los términos alquímicos “disolución” (solve) y “coagulación” (coagula). Similares a las nociones de “sociedad líquida” y “sociedad sólida” de Zygmunt Bauman. Ya hemos introducido este tema al hablar de desestructuraciones y reestructuraciones sociales.
El sociólogo francés identifica la “disolución” con la “ingeniería social negativa” y la “coagulación” con la “ingeniería social positiva”. La primera es la que utiliza el poder para “disolver” las estructuras sociales que se le oponen. La segunda la que propone como acción emancipadora, resistente, de protección y recuperación de soberanía (pp. 103-104, 210, 237, 328).
Pero el asunto es algo más complejo. Porque el poder, de hecho, utiliza alternativamente ambas tendencias. Esta es la clave para entender cómo recupera muchos movimientos que aparentemente se lo oponen. Esta está implícito en la obra de Cerise, siguiendo, entre otros, a Pierre Hillard. Así, reconoce que diversos regionalismos, soberanismos, independentismos, separatismos, etc., están antes que nada inscritos en una relación real de fuerzas con el poder imperial. Esta relación real de fuerzas es la que nos dice hasta qué punto actúan a favor o en contra de la agenda globalista, hasta qué punto son movimientos de recuperación, de oposición controlada (pp. 121-122). Cerise trata siempre de remitirse a los hechos, a las relaciones de fuerzas reales, más allá de las declaraciones o de las ideologías, y en esto vuelve a mostrar su lucidez.
De manera que no es tan sencillo decir que el poder “disuelve” las sociedades y para resistirlo debemos “coagularlas”. En determinadas circunstancias el poder también “coagula”, y esta “coagulación” explica su extraordinario poder para recuperar movimientos populares. Porque lo que en última instancia está implícito aquí es una mecánica de creación a partir de la destrucción.
La cuestión no es tanto “poner la otra mejilla”, como propone el pacifismo naíf cristiano, que en realidad es una ideología creada por el imperio romano para amansar a las masas, para legitimar su monopolio de la violencia. Una verdadera e inteligente resistencia popular supone reconocer que, en determinadas circunstancias, es necesario recurrir a la violencia, pero solo si esto es imprescindible. O en otras palabras, no dejarse provocar por el poderoso, en la medida en que este puede benerficiarse de esta confrontación, sobre todo si puede escenificar ante la opinión pública que se trata, en su caso, de una defensa frente a un ataque ajeno.
“Disolución” y “coagulación” están, insistimos, en función de una mecánica de destrucción y creación mucho más elemental. Pero también mucho más mágica, propiciatoria y simbólica de lo que nos dice Cerise. Esta mecánica es la que conocen bien los magos negros que nos gobiernan en la sombra, la que siempre han practicado las religiones de misterios, las logias. Tanto la disolución como la coagulación, llevadas la extremo, implican una dimensión destructiva. La disolución tiende a destruir al individuo, como ponen de manifiesto las numerosas perversiones, anomalías, patologías que padece el ciudadano medio de las metrópolis contemporáneas. Pero también la coagulación, llevada al extremo, enfrentada a otra coagulación, lleva al conflicto ente comunidades, entre razas, entre religiones, a la guerra civil. El poder juega con estas dos tendencias, alternativa o incluso simultáneamente, en función de las circunstancias. Siempre teniendo en cuenta que la destrucción es el verdadero motor del sistema, el elemento verdaderamente activo. Destrucción necesaria para la regeneración. Esto es lo que saben los iniciados. Esto es lo que se aprende en las logias, lo que no se enseña en las universidades.
Cerise apunta a todo esto, pero no lo llega a desarrollar suficientemente. No comprende por completo la reciprocidad de las fases de coagulación y de disolución, a los distintos niveles. Es un autor muy lúcido, un todoterreno, que sabe poner las teorías al servicio de la realidad y el compromiso con su tiempo. Y sin embargo su pensamiento es demasiado lineal para comprender a fondo las ambivalencias del poder-religión, que no se puede entender en todo su alcance al margen de esta mecánica mistérica, religiosa. Lo que nosotros denominamos el mecanismo hierogámico-sacrificial.
El nazismo, apoyado por los grandes capitales atlantistas-sionistas, la Segunda Guerra Mundial, el Hollycausto, nos ofrecen un ejemplo privilegiado de cómo operan estos vórtices de coagulación y destrucción, que propician a su vez las creaciones de nuevos órdenes. Vórtice coagulador y destructor del nacionalsocialismo aleman, del Hollycausto, por un lado, y vórtice disolvente y creador de Israel y del sionismo global. Y esto a todos los niveles, al material y al energético, esto es, también al nivel simbólico, al de la producción de narrativas, de sentidos, de valores. Y así podríamos llegar hasta la vinculación del sionismo y del pinkwashing, como Cerise ha mostrado. Pero toda esta tendencia disolvente, que hoy declina, no estaría ahí sin la tendencia coagulante del nazismo alemán, catalizado por el imperio anglo-americano-sionista.
El sociólogo francés ha comprendido, como no podía ser de otra manera, que una de estas estrategias de largo alcance para la “disolución” de las culturas occidentales es la inmigración musulmana, en buena medida porque supone la
“multiplicación al infinito de los códigos de comunicación y los lenguajes, de manera a complejizar la situación más allá de lo controlable, lo que hará que aumente automáticamente la tasa de incomunicación, y por lo tanto de violencia y de entropía” (p. 111).
Esta es una de las claves para comprender por qué el sistema hoy no necesita censurar todo el repertorio de posiciones, movimientos, iniciativas, que se le oponen, siempre que no superen un cierto alcance. Todo lo que contribuya a la “disolución” beneficia al poder de hoy. Incluso aunque lo crítique o lo exponga con crudeza. Los más radicales, los más conspiranoicos le son tan útiles al poder como los medios de masas, siempre que la proporción entre unos y otros sea la adecuada. Siempre que las masas críticas sean suficientes. (Es también la lógica capitalista. El monopolio, el cartel, se ejercen de facto en el momento en que se domina una masa crítica de las acciones, del mercado.) Proporción que puede ser en todo momento controlada mediante operaciones psicológicas. El contenido no es lo prioritario, siempre que esté inscrito en la estructura o la tecnología del poder, que es la que le permite controlar el efecto que dichos contenidos tienen en las masas críticas. “El medio es el mensaje.”
Generar en la sociedad desorden, entropía, sobreabundancia de códigos, de identificaciones, es por lo tanto una de las estrategias fundamentales para debilitarla, para despolitizarla (p. 191). Despolitizar con respecto a lo que más se opone al poder, para repolitizar según toda otra serie de cuestiones que, aunque parecen resistir al poder, en realidad lo apoyan. En este sentido funcionan el greenwashing y el pinkwashing, e incluso todas las revoluciones de color (pp. 345, 374). Se despolitiza la economía, la geopolítica, la soberanía, la guerra; y se repolitiza el género, el aborto, el ecologismo, el animalismo.
De nuevo, todo lo que tiene que ver con la liberación sexual debe ser interpretado en este sentido. Como una operación de disidencia controlada de muy largo alcance, que padecemos desde los años 60, que nos lleva una sociedad transhumana de ganado cibernético. Liberación que es también disolución, normalización de la transgresión.
Frente a esto, Cerise nos aconseja: “[h]ay que tener niños, el máximo de niños” (p. 174). O, frente a la homofobia, “heterofilia”. O contra la falsa horizontalidad, que en realidad es una estrategia de recuperación por las estructuras jerárquicas verticales, estructuras alternativas, pero también complejas, articuladas, jerárquicas, intelectuales (pp. 175, 328-329).
La triangulación y escenificación de las divisiones sociales
Otro de los análisis muy lúcidos de Cerise es que esta ingeniería social negativa se basa en la utilización de estructuras triangulares. Se refiere al “triángulo de Karpman”, que pone en escena un verdugo y una víctima (pp. 30 y ss, 43). Pero para nosotros esta estructura es algo más compleja, porque además de una tercera figura oculta, que es el poderoso que orquesta el espectáculo, tiende a haber una cuarta figura, que es el público asistente a dicho espectáculo, a dicha escenificación.
En todo caso, de lo que se trata es de escenificar la debilidad de la víctima, su inferioridad, su situación de minoría (pp. 371-372). De esta manera se busca la identificación, o en todo caso la compasión del espectador. Pero también la culpabilización de este último, como mayoría relativamente privilegiada y protegida. Se trata así de generar un consenso social, aparentemente humanitario, protector, solidario, políticamente correcto.
Pero en realidad se trata de una estructura perversa, magnificada y falseada por los medios de masas, controlados por las élites que orquestan la operación desde detrás de bambalinas. Cualquier posición que se oponga a la mayoría de manipulados se convierte automáticamente en “extremista”, “radical”, “racista”, “machista”, “misógina”, “conspiranoico”, etc. Siempre con comillas porque estos mantras operan en el marco de una escenificación orquestada por el poder, que en definitiva es lo que les da su poder casi hipnótico. De nuevo esto nos llevaría, en última instancia, a los proyectos de control mental mediante trauma. A comprender que este control mental “blando”, de masas, es la otra cara de la moneda del control de masas “duro” que sufren los MK Ultra o Monarch. Aquí es, otra vez, a donde Cerise no llega.
La dictadura de lo políticamente correcto y de la superficialidad opera en esta estructura triangular o triangulada. Pero también en esta estructura de control mental de masas a dos niveles, “duro” y “blando”. De esta manera es como se lleva progresivamente a toda a una sociedad a renunciar a sus principios y valores “normales” para adoptar los de las minorías, en ocasiones tremendamente artificiales, pervertidos (pp. 346-347). Finalmente tremendamente antinaturales, lo que nos lleva a la transhumanización. Y esto sí lo explica Cerise con lucidez.
Primero tuvimos que aceptar el matrimonio homosexual. ¡Hoy toca respetar la elección de género de los niños! En las próximas décadas veremos la normalización de la pederastia y el incesto. De la misma manera, nos dice Cerise, en un futuro próximo habrá que respetar las diferencias de los robots, o la de los seres híbridos o transhumanos. Y así lo normal, la norma, irá siendo aniquilada progresivamente (p. 301).
En esta estructura triangular siempre están implícitos un verdugo y una víctima. En la estructura política clásica, la de conservadores y progresistas, estamos ante la misma mecánica, aunque en este caso se tienda, en contextos estables, al equilibrio y la alternancia de ambos actores (p. 90). Pero insistimos en que, en la medida en que la situación se haga crítica, estos pasarán a desempeñar los roles de verdugo y víctima.
Cerise se inspira para estas ideas, entre otros, en René Girard y su “rivalidad mimética” (pp. 80-81). Pero ni Girard ni Cerise llegan a comprender que lo que está en juego es una mecánica, no solo sacrificial, sino hierogámico-sacrificial. No llegan a mostrarnos que uno de los fenómenos centrales en el sacrificio, sea de una minoría social, sea de materia y energía en general, es la destrucción. Y que esta, lo repetimos, está en función de una hierogamia, de una creación, de una regeneración.
El sociólogo nos muestra la importancia del trauma fundador (pp. 85-86, 211), y cómo este sigue estando en el trasfondo de las operaciones psicológicas y los ataques de bandera falsa. También cómo el poder utiliza hoy la “estrategia del shock” o el “management del terror” (pp. 164, 336). Pero, como decimos, no llega a vincular todo esto con la dimensión destructiva, en el sentido más amplio del término: destrucción de materia, de energía, de vida, de valores, de símbolos. Destrucción disolvente o coagulante.
Pone el dedo en la llaga, pero no llega a introducirlo. No llega a comprender que estamos ante una mecánica hierogámico-sacrificial, en la que el motor del sistema es siempre la destrucción sacrificial, y que esta destrucción sacrificial está en función de una regeneración, de una reconstitución, de una hierogamia a otro nivel. Esto le habría permitido también comprender que la distinción entre disolución y coagulación no es tan lineal como él la plantea, y que ambas están también implícitas en esta mecánica de disyunciones y conjunciones que opera en toda transformación del sistema.
Esta estructura triangular —o mejor, estructuración triangular, porque lo hace el poder es producir esta polarización, esta triangulación— la utiliza también Cerise a nivel geopolítico. Afirma que la Segunda Guerra Mundial fue un
“gigantesco conflicto mundial triangulado por actores financieros, que apoyaban a los dos bandos enfrentados para hacer avanzar su programa de hegemonía mundial al precio del caos en Europa” (p. 297).
Esta vinculación entre distintas escalas, entre distintas disciplinas, en este caso entre la geopolítica y la ingeniería social, es una de las virtudes del trabajo de Cerise. El modus operandi es siempre comprender una determinada mecánica, que permite entender diversos fenómenos aparentemente heterogéneos:
“Los separatismos pueden por lo tanto ser regionalistas, étnicos, culturales, pero también sexuales (entre hombres y mujeres) y familiares, enfrentando a los hijos contra los padres, que es el trabajo que se lleva a cabo desde la emergencia de la contracultura «juvenil» de los años sesenta hasta el día de hoy” (p. 322).
Insistimos, lo importante no es el “quién” sino el “cómo”, lo importante no es el contenido sino la estructura, la forma, el símbolo. De lo que se trata es de desestructurar y reestructurar, y para esto se puede recurrir a unos u otros contenidos, en función de los contextos: cristianos y musulmanes, sunitas y chiitas, hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, machistas y metrosexuales, etc. Siempre para desviar la atención de la distinción fundamental: élites de iniciados, amorales, pervertidos, criminales, sociópatas, por un lado, y pueblos morales, trabajadores, sanos, por otro.
También ha comprendido Cerise que esta “rivalidad mimética” está en buena medida orquestada por los medios de masas, protagonizada por “imágenes”, por “palabras-clave” (p. 87). Casi podríamos hablar de mantras. De nuevo, porque es más importante la forma que el contenido. En última instancia lo que se busca es el posicionamiento de unos y otros, a uno y a otro lado de la división artificial que es presentada en el escenario del poder, que el propio mecanismo hace real, naturaliza (pp. 344-345). Ficción productora de realidad. Cuanto más cerca estemos de una situación crítica más neta será está separación, con mayor intensidad e irracionalidad serán demonizados o divinizados uno u otro bando.
En lo que hay que insistir es en la estructura espectacular, escénica, mediática, de esta triangulación. Cerise afirma que, en esta estructura triangular, solo dos de los tres integrantes aparecen en escena (p. 82). La tercera figura, el poder que orquesta la operación, está por encima del nivel en el que se enfrentan las otras dos partes del triángulo. De nuevo, según la lógica de que la desestructuración de la base hace posible la reestructuración de la cumbre:
“… dividir lo bajo para unificar lo alto. […] dividir, descentralizar y desorganizar siempre más la base de la pirámide social, lo que permite, por un efecto de vasos comunicantes, unificar, centralizar y organizar siempre mejor la cumbre de esta misma pirámide social. Acelerar artificialmente la entropía de los grupos humanos, intensificando las tendencias centrífugas que los recorren, para producir por contraste neguentropía centrípeta al nivel del control. En una palabra: «vampirización». Este es el nombre literario de esta transferencia de energía y de información” (pp. 320-231).
En esto, la teoría de Cerise (pp. 351-353) se acerca mucho a la que hemos propuesto nosotros, bajo el lema del “ojo que todo lo enmascara”. En la pirámide masónica, no solo el ojo, esto es, el espíritu, el control, se ejerce desde arriba hacia abajo. Además, desde la base de la pirámide no se debe comprender lo que hay por encima. La escenificación de las falsas oposiciones se inscribe en esta estructura piramidal, en esta mecánica de enmascaramiento por niveles. De esta manera, los niveles superiores sirven de pantalla a los inferiores. Y finalmente ocultan lo que se esconde en la cumbre: la amoralidad, la perversión, la lascivia, el sadismo, el incesto, la antropofagia, el ritual de sexo y de sangre, el satanismo. Esta estructura piramidal y enmascaradora representa los diversos niveles y jerarquías de poder y de control, pero también los diversos niveles de comprensión del sistema. Y en este sentido la dimensión espectacular, escénica, mediática, enmascaradora, es clave.
Cerise está muy cerca de reconocer que lo que opera aquí es una mecánica sacrificial, pero no da el último paso. El sistema, en su conjunto, se alimenta de sí mismo, autodestruye su base para recuperar esta materia y esta energía y emplearla en la cohesión de su estructura, definida desde la cumbre. El espíritu, el plan, la cifra, la lógica, el valor de cambio, la cábala, se alimentan de la muerte de la materia, y al mismo tiempo la enmascaran en su aparato de propaganda, que hoy se extiende a todo. La metafísica es, en última instancia, antropofágica. La trascendencia es un erupto que apesta a carne humana.
Ya hemos dicho que una de las cosas interesantes de este investigador es su pensamiento transversal, transdisciplinar, multiescalar. Esto se aprecia a menudo, cuando sintetiza en una frase lo que para otros requiere páginas:
“La definición del capitalismo es: «Todo sistema en el que el dinero es el valor supremo» (p. 204).”
Efectivamente, aquí Cerise nos muestra que la clave es entender el capitalismo, el marxismo, el valor de cambio, en relación con el resto de valores. Lo que han hecho pocos economistas. Esto es lo que se echa de menos a menudo en la casta académica.
El francés no pierde de vista en ningún momento las vinculaciones profundas entre diversos ámbitos del conocimiento, en particular entre ingeniería social y capitalismo. Y así, nos dice que el objetivo de las élites es
“la abolición de todas las diferencias, salvo las que existen entre las cuentas bancarias” (p. 220).
De lo que se trata es de abolir todas las diferencias, de confundir todas las identidades, de vaciar todos los valores. De manera que toda la riqueza, que toda la energía que, por así decirlo, queda liberada, cargue el valor de cambio, como valor hegemónico global que estructura todo el sistema desde la cumbre. Aquí vemos el rol central que desempeña el dinero fiduciario en el régimen hollycapitalista que hoy padecemos.
O dicho con otras palabras, el capitalismo es “la abolición de todas las fronteras y de todos los límites” (p. 261). Excepto el límite del valor de cambio, como unidad de medida y jerarquía única y universal.
Insistimos en que lo más interesante de Cerise es pensar al mismo tiempo diversos ámbitos del saber. Así, para él, el transhumanismo es equivalente al capitalismo integral (p. 262). Diversos movimientos aparentemente heterogéneos, en realidad confluyen en la agenda transhumanista-hollycapitalista. El feminismo, el homosexualismo, el transgenerismo, el transgenetismo, el animalismo, el minoritarismo, el cibernetismo, etc., son epifenómenos de un fenómeno único que es la implementación de la agenda transhumanista. Esto es, del sacrificio del humano, tal como lo entendemos, para crear el transhumano.
Estamos en guerra
Por último, otro de los temas del pensamiento de Cerise que compartimos, y que muestra su lucidez y su compromiso, es que comprenda que “estamos en guerra”:
“Es necesario no olvidar nunca una cosa: estamos en guerra. Hace falta tener esto muy presente. Tenemos por lo tanto que convertirnos en guerrilleros y librar esta guerra” (pp. 126, 173).
Pero aclara que esto no significa que sea necesario hacerlo, por el momento, con armas. La guerra es multidimensional, se libra desde hace décadas contra todos, en todos los frentes, también los psicológicos, cognitivos, mediáticos, etc.:
“Estamos en guerra y las armas utilizadas no son exclusivamente materiales” (pp. 337-339).
Cerise nos anima a librar esta guerra, pero con racionalidad, frialdad, inteligencia, mesura, nos llama a constituir, también, una élite intelectual (pp. 173-174).
Y nos recuerda que esta guerra es más crucial de lo que parece. Pues en definitiva implica el genocidio del ser humano, tal como lo entendemos. Nosotros añadimos que se trata, además de un genocidio, de un sacrificio del humano. Sobre todo de lo humano-social, de la zoé, en todas sus variedades —familia, clan, comunidad, raza, nación, Estado—, y con ello de lo humano-individual, que no es nada sin lo humano-social. En esto la religión del individualismo, que practicamente coincide con la religión del capital, tiene la máxima responsabilidad. El individuo es una más de las ficciones, de los mitos, de las creencias, de esta religión contemporánea que hoy padecemos.
Y junto al sacrificio del ser humano —Osiris—, lo que estamos presenciando hoy es la hierogamia de la inteligencia artificial —Isis— con su cadáver, para concebir y dar a luz a un nuevo ser transhumano —Horus—. Esto nos lo ha contando mejor que nadie Stanley Kubrick en “2001: Una odisea del espacio”.
Pedro Bustamante es autor de “Sacrificios y hierogamias: La violencia y el goce en el escenario del poder (1 y 2)” (2016) y “El imperio de la ficción: Capitalismo y sacrificios hollywoodenses” (2015). Colabora en diversos medios alternativos como El Robot Pescador, El Espía Digital, Katehon, La Caja de Pandora y Csijuan.
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