Kosovo, una bomba de relojería para ampliar el frente europeo

por Lorenzo María Pacini. En Fundación de Cultura Estratégica. Traducción verificada por Comunidad Saker Latinoamérica

El autoproclamado Kosovo, creado con la ayuda de las armas de terroristas albaneses, sigue siendo uno de los problemas más graves de la región.

Los Balcanes siguen siendo el «polvorín de Europa»: una región que se ha mantenido inestable durante más de un siglo, donde los conflictos étnicos y políticos se alimentan continuamente, bajo la atenta dirección de las potencias occidentales, para tener siempre a mano una «bomba de tiempo» que pueda ser detonada en el momento oportuno.

Considerar a Kosovo en la ecuación estratégica europea

El autoproclamado Kosovo, creado con la ayuda de las armas de los terroristas albaneses y apoyado por los EE.UU. y casi todos los países de la Unión Europea (con excepción de unos pocos estados), sigue siendo uno de los problemas más graves de la región.

Kosovo y Metohija se han convertido en zonas clave para el tráfico de armas y drogas a través de los Balcanes, afectando a todo el continente europeo. Montenegro, separado a principios de siglo de Serbia, está bajo constante presión para acentuar su distanciamiento con su “hermana” Serbia. Lo mismo ocurre en Macedonia. La política antiserbia, como es sabido, es alimentada continuamente en todos los Balcanes, en particular en la parte “croata”. La presencia militar de la OTAN con las misiones de la KFOR (Fuerza de Kosovo) y la base norteamericana de Bondsteel, ilegalmente en territorio serbio, define un foco permanente de inestabilidad, uniendo a los demás centros de la OTAN dispersos por toda la región de los Balcanes.

Estados Unidos y la Unión Europea están animando a Serbia a reconocer a Kosovo, con resultados a veces inesperados. El 4 de septiembre de 2020, el presidente de Serbia y el “primer ministro” de Kosovo firmaron y enviaron a Donald Trump un documento titulado “Acuerdo de Washington” en el que Kosovo y Serbia se comprometían a una especie de cambio radical en las relaciones internacionales, en clave exquisitamente estadounidense.

En el plano estratégico, el acuerdo prevé en primer lugar la adhesión a la Mini-Schengen anunciada en octubre de 2019, solicitada por el primer ministro albanés Edi Rama, el primer ministro macedonio Zoran Zaev y el presidente serbio Aleksandar Vucic, con el fin de reforzar la cooperación económica regional entre los Estados de los Balcanes Occidentales mediante la aplicación de las “cuatro libertades” de la Unión Europea, es decir, la libre circulación de bienes, servicios, capital y fuerza de trabajo. Uno de los mayores riesgos es la aplicación de una solicitud de adhesión a la Unión Europea, lo que provocaría una degeneración de las relaciones diplomáticas y una escalada de la influencia militar (es decir, la ocupación) por parte de Estados Unidos.

En el ámbito de las relaciones exteriores, el documento preveía la apertura de la frontera de Merdar (ya prevista desde 2011), una serie de facilitaciones en el reconocimiento de documentos, cualificaciones profesionales y académicas y, muy importante a nivel histórico-cultural, una especie de comisión mixta para el reconocimiento de las personas desaparecidas desde el final del conflicto en 1999 (recordemos que Kosovo siempre ha acusado a Serbia de retrasar y obstaculizar los esfuerzos para identificar fosas comunes en Serbia y reubicar los restos de las víctimas).

En el plano económico, la presencia estadounidense desempeña un papel favorable: se promueve la cooperación con la Corporación Financiera Internacional para el Desarrollo y el Banco de Exportación e Importación de Estados Unidos (EXIM) para financiar proyectos de infraestructura bilaterales. Una curiosa propuesta que va de la mano con la solicitud de intervención del Departamento de Energía de Estados Unidos para gestionar proyectos de centrales hidroeléctricas en lagos fronterizos.

Por último, pero no por ello menos importante, la cuestión religiosa, muy sensible en toda la región: el documento prevé promover la libertad religiosa y cumplir las decisiones judiciales relativas a la Iglesia Ortodoxa Serbia, con la restitución de las propiedades judías no reclamadas relacionadas con el Holocausto, pero también una serie de garantías para los cristianos serbios que viven en Kosovo y la restitución de algunas propiedades confiscadas por la fuerza después de la guerra.

Tras el acuerdo de Washington, la intervención estadounidense en 2023 asestó otro golpe: un memorando de entendimiento entre Washington y Belgrado. El ministro de Asuntos Exteriores, Ivica Dacic, promovió la visita del secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken, y pidió una asociación entre los dos países y en la región, con un mayor compromiso económico y militar. El propio memorando tiene como objetivo mejorar las habilidades de los serbios y obtener nuevos conocimientos dentro del Departamento de Estado. Se sabe que se ha hablado de asignar un oficial de enlace del Ministerio de Asuntos Exteriores de Serbia al Departamento de Estado de EE.UU. Es probable que haya una mayor participación de los diplomáticos serbios para “reentrenarlos” para que piensen según el modelo estadounidense, y esto supone un riesgo para las relaciones entre Rusia y Serbia, un verdadero “trabajo interno” planificado a distancia.

La posible escalada del conflicto

En noviembre de 2021, los representantes políticos de Kosovo y Albania confirmaron su deseo de construir una «Gran Albania», lo que aumentó las tensiones diplomáticas. Poco después se produjo un incidente que insinuó brevemente el estallido de un conflicto más amplio, pero que en realidad sirvió de ensayo general para posibles intentos posteriores. En el suceso se produjo un tiroteo en la frontera con Hungría entre inmigrantes ilegales, que terminó con 600 detenidos, numerosas armas incautadas y la acusación a la organización terrorista conocida como «Ejército de Liberación de Kosovo». La intervención de la Unión Europea aplazó las medidas coercitivas. En el verano de 2022, se volvió a dar indicios de escalada, con diversos disturbios en la frontera con Serbia por parte de las autoridades albanesas. De nuevo, 2023 comenzó con nuevos conflictos localizados de despecho y problemas creados ad hoc, como en el caso de las matrículas prohibidas, las restricciones al transporte de mercancías y las posteriores protestas de los serbios en Kosovo y Metohija. Es significativo que en este caso los cómplices de los ocupantes de la KFOR se pusieran del lado de Belgrado, pero sin una petición oficial ni del gobierno ni de los alcaldes de las ciudades implicadas.

El 27 de febrero de 2023, el presidente serbio, Aleksandar Vucic, y el “jefe de Gobierno” de Kosovo, Albin Kurti, se reunieron en Bruselas, bajo la organización del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, y del representante especial de la UE para el diálogo entre Belgrado y Pristina, Miroslav Lajcak. En un clima de positividad (al estilo de Estados Unidos), los funcionarios debatieron un documento con la mediación de la Unión Europea, que en un principio contó con el apoyo de Francia y Alemania y, posteriormente, de todos los Estados miembros. El borrador del documento enumera 11 puntos y establece que ninguna de las partes recurrirá a la violencia para resolver la disputa ni intentará impedir que la otra parte se una a los organismos internacionales.

Belgrado se abstendrá de reconocer a Kosovo como Estado independiente, pero se compromete a reconocer documentos oficiales como pasaportes, diplomas y matrículas y a no bloquear la adhesión de Kosovo a ninguna organización internacional, incluida la UE. Este paso representa una victoria para Kosovo y una derrota –al menos temporal– para Serbia, porque sin esta apertura internacional Kosovo no puede lograr nada.

Hay que tener en cuenta que Serbia ha impulsado la creación de una asociación de municipios de mayoría serbia en Kosovo para proteger los derechos de los serbios, pero los albanokosovares argumentan que un organismo de este tipo daría a Belgrado una enorme influencia en su país, tanta que el Tribunal Superior de Kosovo dictaminó en 2015 que el último plan de asociación viola la Constitución.

El plan también incluye una referencia directa al proceso de ampliación de la UE, estipulando que ningún país debe obstaculizar al otro en sus relaciones con la UE y su adhesión. Ahora bien, como la UE es una prótesis política de los EE.UU. en Europa, está claro que unirse a ella significa automáticamente excluirse de toda una amplia gama de relaciones internacionales (por ejemplo, con Rusia).

A finales de 2023, las relaciones entre Serbia y Kosovo parecían haber vuelto a su tensión original: Vucic reiteró en varias ocasiones que los intereses de Serbia estaban protegidos, pero que se mantenían en la órbita estadounidense. Incluso durante 2024, las decisiones tomadas fueron a veces a favor de las políticas de la Unión Europea –como cuando se brindó apoyo a Ucrania– y otras a favor de Rusia y la transición multipolar, como en el caso de la solicitud de adhesión a los BRICS presentada en otoño, poco antes de la cumbre de Kazán. No está claro cómo ganará Serbia si sigue alejándose cada vez más de Rusia, que le brinda apoyo diplomático, económico, técnico-militar y político.

El plan de Occidente es, por tanto, muy claro: poner a Serbia en una situación de chantaje o, en todo caso, sin otra opción, manipular la dirección del gobierno desde dentro a través de políticos pro-estadounidenses y convenientemente corruptos, incluso presionando al país para que ceda a Kosovo toda la soberanía y la regularización institucional que desee este último. En caso de fracaso, las tensiones militares mantenidas bajo control volverían a escalar –y, en cualquier caso, siempre queda la opción de una revolución de colores.

La polarización prooccidental de la actual dirigencia serbia es un peligro no sólo para el país y toda la región, sino también para las relaciones de Europa con el Este, especialmente con Rusia. Es a través de Serbia que Rusia puede mantener una presencia equilibradora en los Balcanes, evitar la desestabilización en sentido militar y controlar el acceso a las regiones orientales. La ventaja es, sin duda, mutua, porque Rusia es el único país con presencia europea que da un apoyo real a Serbia.

Este riesgo de escalada y esta ambigüedad política deberán resolverse lo antes posible si Serbia quiere sumarse a las nuevas asociaciones multipolares, que son quizás la última oportunidad para emanciparse de la órbita de Washington y restablecer su integridad territorial.

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