Honor y gloria a los héroes soviéticos de mi generación.

Por Asociación Cultural Rusófila

Autor: Roberto Scarcia Amoretti

 

En nuestra sociedad de consumación, marcada por un exceso de egocentrismo y como lógico corolario, por la ausencia de proyectos colectivos, siempre hesito cuando se trata de expresar sentimientos personales. Dicho brutalmente: tengo miedo de que hablar de lo que me cuenta el alma pueda acabar consolidando el narcisismo generalizado de fondo que, como el homónimo mito, está llevando nuestra civilización al suicidio. Sin embargo, en algunas raras ocasiones, puede que algo íntimo y personal pueda contribuir a una toma de consciencia colectiva. Es por eso que he escrito las palabras que siguen.

En el año 1983 mi patria nativa, reducida por su previa culpa fascista a un auxiliar colonial de los Anglo-americanos me llamó a las armas. Cumplí mi servicio en los paracaidistas, no sólo por las ganas de una masculina confrontación con el vértigo del salto al vacío, sino porque decían que era la unidad más dura de las fuerzas armadas.

Quizás para que se me entienda hay que volver al pasado y cruzar el “Charco”.

El varón de 19 años que era, idealista e internacionalista, pensaba que el Frente Sandinista que en esa época dirigía el gobierno revolucionario de Nicaragua iba a seguir las pautas del Frente Popular Español y llamar a brigadas internacionales para defender de la agresión imperialista (la mal llamada ‘contra’) su valiente revolución, que abarcaba no solo la justicia social, sino que trató expresar por medio de la teología de la liberación, lo mejor de mi cultura religiosa.

Dicho de otra manera, el ingenuo (pero generoso) ‘chamo’ que era, pensaba que una mili dura era un entrenamiento necesario para otra y más digna llamada a las armas.

Para bien o para mal, dicha llamada nunca llegó. Más de 30 años después, topé en un festival con un alto dirigente del Frente Sandinista de entonces que me dijo que “nunca se nos ocurrió” la idea de llamar a combatientes internacionalistas.

Me queda la duda si eso fue para mal o para bien.

Para mal porque visto el estado actual del mundo, puede ser que hubiera sido mejor ir a por todas, todos juntos donde y cuando se podía, siguiendo las palabras de la Pasionaria que “una muerte de pie vale mejor que una vida de rodillas”.

Para bien, porque “lo que no se les ocurrió” a los dirigentes sandinistas quizás me salvó la vida misma y puedo seguir disfrutando del sentido de los versos de Violeta Parra, “gracias a la vida que me ha dado tanto”.

Sin embargo y sin ninguna duda, en otras latitudes geográficas, hubo otro tipo de intervención internacional. En el mismo año de mi mili, mis coetáneos rusos y demás soviéticos, también como yo conscriptos, embarcaban aviones y helicópteros, aunque no para mendaces maniobras de la OTAN, sino que para la guerra de Afganistán.

Para todos los que tienen valentía del alma, es decir consciencia, queda claro ahora, más de 30 años después, que esta lacra yihadista que nos cae encima hoy, nació entonces, engendrada por el infame matrimonio de interés entre el fundamentalismo islámico y los servicios secretos anglo-americanos y de sus títeres de variopintos colores políticos y de piel.

Aquellos soldados soviéticos de mi generación, dieron sus lágrimas, su sudor y su sangre, enfrentándose solos en contra de una demoníaca alianza multinacional de vampiros de sangre rusa. Y cabe además subrayar con énfasis, porque la honradez lo impone, que estos héroes de mi generación alcanzaron solos en contra de todos, mejores resultados en los campos de batalla de los que alcanzan hoy todas las “coaliciones internacionales” reunidas.

Dicen que el sacrificio de Cristo fue para nosotros; y que en los que se sacrifican para los demás se refleja la cara de Nuestro Señor. Por ende, entonces, el luminoso sacrificio de los soldados soviéticos en Afganistán nos devuelve a nuestra vergonzosa sombra.

Hasta siempre cincuentón ruso, mi ‘hermano de mili’ soviético. Saber que, si yo hubiese nacido ruso, hubiera sido como tú, me impone humildad. Tu eterna boina azul es la luz, mi vieja boina roja, la sombra. Tuyo es el honor y tuya es la gloria.

Roberto Scarcia Amoretti

 

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