Diego Sequera (Misión Verdad) – 08 de noviembre de 2023
La primera semana de noviembre acumuló nuevos hitos en el avance por una nueva “reconfiguración” territorial de la Palestina histórica. Cada episodio plagado de crímenes de guerra y de lesa humanidad sugiere que el esfuerzo de limpieza étnica en Gaza antecede a uno mayor de modificación de la región. En eso se enfocará esta segunda entrega.
Estampas de la muerte y el exterminio
- Autoridades de la Cruz Roja Internacional coordinaron la salida de varias ambulancias para evacuar a personas heridas desde el Hospital al Shifa —el más grande en Gaza— hasta Rafah, al sur de la Franja y frontera con Egipto. Un convoy de ellas salió a las 5 de la tarde por la carretera de Al Rashid, la ruta costera que comunica a Ciudad de Gaza con el resto del enclave. El vehículo fue atacado sucesivamente por aeronaves israelíes a la altura del portón, luego 200 metros más adelante y una vez más a 500 metros de la salida. Un portavoz israelí reconoció el ataque y lo justificó porque las ambulancias, según ellos, “transportaban a terroristas de Hamás”.
- La carretera de al Rashid se está convirtiendo en una autopista de la muerte. Las autoridades militares en Tel Aviv no han cesado de instar a la población al norte de Gaza para que evacúen hacia el sur; al hacerlo, son bombardeados y ametrallados por aire y mar. Cadáveres de civiles inocentes (hombres, mujeres, niños y ancianos) riegan el asfalto, en su totalidad desplazados internos que huyen de la masacre para encontrarla más adelante. Porque además los campos de refugiados también están bajo ataque.
- Ciudadanos palestinos con pasaporte estadounidense fueron convocados a un punto específico con el fin de ser transportados en un autobús con bandera blanca para, luego, también ser atacados.
- Los tres hospitales más grandes en la ciudad palestina (el Indonesio, al Quds y al Shifar) han sido bombardeados en sus alrededores y en sus accesos principales, mientras que el ejército israelí continúa instándolos a evacuarlos —tarea ética y humanitariamente imposible para los médicos en Gaza—, mientras que el combustible alcanza niveles críticos de escasez, cuando no están quedando los depósitos completamente agotados.
- Las “fuerzas de defensas israelíes” (las IDF, por sus siglas en inglés) declaran haber rodeado la ciudad de Gaza reforzando el asedio y los cortes de comunicaciones, que impiden el acceso de alimentos y medicinas. Desde el 8 de octubre también han cortado el suministro de agua y electricidad. La hambruna, deshidratación y enfermedades de la piel aumentan de forma descomunal, y afectan —igual que los bombardeos— principalmente a niñas y niños.
- “Me arrepiento de haber tenido un bebé, y me siento culpable por traerlo a este mundo donde ya está sufriendo y continuará sufriendo por el resto de su vida mientras sea un palestino”, declara Radi —nombre modificado— a Maha Husaini, corresponsal de Middle East Eye en Gaza. Radi dio a luz hace seis días. Ella y su esposo ya perdieron la casa con todos los alimentos no perecederos que habían logrado reunir al inicio de la guerra, con todo lo que además habían conseguido a lo largo de un año para la llegada de su hijo Omar. Radi ya tiene problemas de lactancia porque el bebé rechaza la leche de la madre, totalmente adulterada en su sabor y consistencia debido al estrés y desesperación de Radi.
- No hay manera de discutir que hospitales, escuelas administradas por la ONU, las instancias culturales y de educación, los lugares religiosos, sean todos objetivos —¿prioritarios?— dentro del banco israelí.
- Al momento de cierre y publicación de esta nota la cifra de muertos seguro superará la cota de los 10 mil. El último reporte va por 9 mil 448, de los cuales 3 mil 900 son niños y 2 mil 500 mujeres. Según la ONG Save the Children, en casi un mes de masacre en Gaza han muerto más niños que en todos los conflictos, juntos, de 2019 hasta este año.
- La agencia de la ONU para los refugiados palestinos reportó que ha muerto una treintena de sus funcionarios. Han muerto 49 periodistas. En algunos casos han sido las familias de algunos reporteros reconocidos las que han sido exterminadas, como en el caso del jefe de la oficina de Al Jazeera en Gaza, Wael Dahdouh. En Cisjordania, la violencia, la persecución, los pogroms y la prohibición de acudir, como este viernes que pasó, a los lugares sagrados para la oración, como el templo de al Aqsa, han sido bloqueados y dispersados.
- Mientras que la matanza va a 120 kilómetros por hora, las intervenciones humanitarias y diplomáticas para frenar el exterminio van a 10.
¿Cómo se llama la obra?
En la superficie no existen dudas de que la respuesta de Israel a la operación Diluvio de Al Aqsa del 7 de octubre ha sido visceral y vengativa, de ahí que Estados Unidos haya decidido supervisar y administrarla.
El reflejo emotivo no excluye la brutalidad que le imprime la deshumanización de una decisión ya no solo racionalizada y reflexiva, sino también en la expresión más dura, impersonal y plomiza de la lógica del exterminio: la burocrática.
En tándem con el horror perpetuo contra la población civil no-beligerante en que se ha convertido el asedio a Gaza, exiguamente descrita de forma selectiva y demostrativa en el primer apartado, a la par de la intensificación de la expedición de exterminio por distintos frentes, ha emergido la primicia de papeles de trabajo que proponen desplazar a toda la población del enclave asediado hacia Egipto, en la península de Sinaí, específicamente.
El 24 de octubre, el periodista de investigación Kit Klarenberg publicó una primicia en la que reseñaba un papel blanco del think tank israelí Instituto para la Seguridad Nacional y la Estrategia Sionista, donde planteaba “un plan para la reubicación y la rehabilitación de toda la población de Gaza” en Egipto, basándose en la “oportunidad única e infrecuente para evacuar a toda la población de Gaza”.
Este documento plantea “comprar” la Franja sacándole mayor provecho a la circunstancia y, según el papel de escuetas cuatro páginas, la “solución barata, innovadora y sostenible” sería recibida con los brazos abiertos por el presidente egipcio, Mohamed al-Sisi.
(Spoiler: al-Sisi ya de plano se negó a semejante opción el 18 de octubre. Y su negativa fue la primera señal de alarma de la existencia de este plan).
El texto también afirma que la inversión es apenas una fracción del PIB israelí, lo que garantizaba que dicha “operación financiera” le agregaría valor extra a esos “terrenos” mientras que le daría un impulso a la instalación de más asentamientos ilegales al sur, a la par de los ya recién construidos en el desierto del Negev.
El “plan” debería contar, prosigue el documento, con el apoyo de los países árabes, principalmente de Arabia Saudita, pero también de Estados Unidos y de Europa como una salida de una vez por todas a la cuestión palestina. Ello en sintonía, básicamente, con lo que pudieran ser las letras pequeñas de los acuerdos de “normalización” con los países árabes, lo que borraría en el acto la Palestina histórica.
Por último, el papel agrega que “el cierre del asunto Gaza asegurará un suministro estable de gas israelí a Egipto para su licuefacción”, lo que constata otro “significante de la culpa” que explica una de las razones de fondo del actual ciclo de exterminio.
El 28 de octubre, la revista cultural israelí Mekomit filtró íntegramente otro documento del Ministerio de Inteligencia en el que se plantea a grandes rasgos, y con variaciones, la misma solución final.
Titulado “Alternativas a una directiva política para la población civil en Gaza”, compuesto por diez páginas que ostentan el sello del ministerio en cuestión, el papel de trabajo plantea distintas opciones para “resolver”, también, de una vez por todas el “problema” de la población palestina en Gaza.
En el trazo grueso, la primera de las “alternativas” no varía: la recomendación “inequívoca” y “explícita” —palabras del portal Mekomit—, la transferencia de los civiles desde Gaza hacia Egipto.
Aquí delinean el plan por fases luego de “evacuar” a la población hacia el sur del enclave, mientras el norte es objeto de ataques aéreos y después de la incursión terrestre, con la respectiva “limpieza” de túneles y búnkeres de Hamás y de la resistencia en Ciudad Gaza.
Primero, establecer ciudades de carpas en el Sinaí, segundo, la creación de un corredor humanitario para darles asistencia a los residentes y, finalmente, en tercer lugar, construir ciudades al norte del Sinaí. Los desplazados no tendrán derecho a regresar a la Franja.
A la par de este esfuerzo, y en esto coinciden ambos documentos, se hace necesario una campaña pública que estimule esta migración, “motivándola” a considerar más viable el éxodo y a que abandonen toda esperanza de retorno, toda vez que, como en el primer papel, el territorio “vaciado” pasaría a manos israelíes.
Por lo tanto, dice, el mensaje debe girar en torno a que “Alá dejó claro que perdieron esta tierra por culpa del liderazgo de Hamás, solo les queda mudarse a otra parte con la ayuda de sus hermanos musulmanes”.
A esto debería acompañarlo otro esfuerzo publicitario que mitigue y libere de máculas el Estado israelí realzando de que amén de las “necesidades humanitarias” esta sería la mejor solución.
“Solución” que a la par de lo descrito hasta ahora también demandaría a otros países la “absorción” de desplazados, entre ellos Canadá, Grecia, España y países árabes.
En este punto existe una variación dentro del primer documento, en el que se realza el papel financiero de otras capitales europeas y su alineación efectiva con “los intereses económicos y geopolíticos del Estado de Israel, de Estados Unidos, de Egipto y de Arabia Saudita”.
Las otras dos variables analizadas en el papel de trabajo, consideradas como menos ventajosas, son casi una admisión del delito.
En la primera, la idea es transferir el mando sobre Gaza a la Autoridad Palestina, pero el autor del documento concluye que esta es la opción más peligrosa porque corre el riesgo de que esto conduzca al estableciento de “un Estado palestino”, en oposición a la división política actual entre Fatah en Cisjordania y Hamás en Gaza. Esta es, por cierto, la opción de Estados Unidos.
La segunda, también considerada inviable, sería el establecimiento de un nuevo mando político árabe que desplace a Hamás, pero ello parte de la premisa de su inviabilidad puesto que no existe ninguna clase de oposición política a la organización.
Mekomit también reseña la aparición en la web de un tercer documento, que luego fue borrado pero que también refuerza la propuesta, en este caso publicado por otro think tank: el Instituto Misgav, dirigido por el expresidente del Consejo de Seguridad Nacional, Meir Ben-Shabbat.
El repaso de estos materiales destaca otra peculiaridad. El primer documento revisado, titulado “Un plan de reasentamiento y rehabilitación final en Egipto de toda la población de Gaza: aspectos económicos”, lo firma Amir Weitman como “investigador visitante” del think tank.
El segundo es presentado y promovido por la propia ministra de inteligencia, Gila Gamliel. Pero el tercero —borrado de la web—, un documento de refuerzo de la posición, lo firma Amir Whiteman, según Mekomit.
La “coincidencia” en la homofonía, a pesar de la variación escrita, conduce a la misma persona: el jefe del “ala libertario” del Likud (el partido de Netanyahu), a veces también presentado con una “n” más (Weitmann), y es una figura de peso dentro del partido.
Los otros nombres, Ben-Shabbat y Gila Gamliel, conforman parte del mismo círculo político: el de Netanyahu, todos vinculados y asociados de distintas maneras.
Mientras que los medios israelíes matizan el peso del documento filtrado del ministerio de inteligencia por el papel “poco influyente” de esa cartera, la puesta en práctica sobre el ensangrentado terreno nos dice otra cosa, y pareciera algo que está avanzando de facto.
Visto así, es fácil concluir que se trata de insertar en los circuitos discursivos israelíes, y por lo tanto occidentales, un globo de ensayo donde esta “idea” o este “plan” comience a calar en “la conversación” pública del mainstream, en especial en Washington.
Las “ideas” aquí están yendo detrás de las acciones del ejército, que las va metódicamente materializando.
Y este no es el único proyecto que vuelve a hacer ruido dentro de las esferas políticas, en este caso, en Irak. Desde 2019 se ha hablado del desplazamiento de población palestina, particularmente de Gaza, hacia la desértica provincia de Anbar. Tópico que ha vuelto a sonar tras una visita extraoficial del embajador británico a la provincia, para reunirse con su gobernador y el alcalde de Ramadi, la capital.
Enmascarados con distintos incentivos, funcionarios israelíes lo encuadran como una gran oportunidad para la región, con ciertas tendencias autónomas en buenas relaciones con países occidentales y sus mediadores árabes.
La “incorporación” de 2,3 millones de palestinos a la región “favorecería el equilibrio suníes-chiíes”, donde los segundos son mayoría demográfica. Estos esfuerzos de ingeniería social se conectan perfectamente con los rediseños públicos de un “nuevo Medio Oriente”.
Algo que Netanyahu manifestó en sus primeras declaraciones tras la operación del 7 de octubre: “El próximo combate cambiará el Medio Oriente”. El plan Oded Yinon sigue en pie y se camufló en los Acuerdos de Abraham.
La lógica de deshumanización mediante números, propuestas de “inversiones” y ganancias económicas, que además se fundametarán con la consolidación del latrocinio de los campos gasíferos offshore frente a la costa de Gaza, indirectamente realzan el carácter psicopático, narcisista y pedante que caracteriza a este grupo de individuos —difícilmente solos en el mundo— pero también del propio sistema y la composición “civilizatoria”, una cultura que describe la esencia real del proyecto sionista, de lo que es en sí mismo Israel.
En el mundo contemporáneo no se encontrará una demostración más palmaria de la muy famosa frase de Walter Benjamin, escritor y filósofo alemán (y judío): “No existe documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”.
Romper los cercos
La desazón y la alarma —en todas las direcciones— que provocó hace un mes la Operación Diluvio de Al Aqsa se había topado con la gran interrogante, en la opinión general, del porqué semejante acción militar justo en este momento.
Observadores bien informados corroboraban por sus propias fuentes los objetivos, antes de que voces autorizadas y asociadas directamente al ecosistema de la resistencia palestina, y al Eje en general, las confirmaran.
Dejar inoperante —como lo hizo brevemente— a la División Gaza del ejército israelí en su capacidad militar y de vigilancia era el objetivo militar concreto, pero el político oficial era responder ante frenar o evitar los ataques al templo de al Aqsa en Jerusalén, que continúa siendo asediado hoy en día.
Pero esto incluía frenar “la denigración o los insultos a los ritos religiosos musulmanes, los ataques a nuestras mujeres, los esfuerzos por judaizar la mezquita de al Aqsa y normalizar su ocupación, o dividirla temporal y espacialmente”, según dijo Ihsan Ataya, miembro del buró político de la Yihad Islámica Palestina. De ahí el nombre de la operación.
El segundo objetivo, afirmó el dirigente el 30 de octubre a The Cradle, es “liberar a los miles de prisioneros en las cárceles de la ocupación” a cambio de rehenes israelíes en Gaza.
Pero otra meta “prominente”, dice Ataya, era realizar un “ataque preventivo” puesto que tenían información de una acción sorpresa de la ocupación contra la resistencia en la Franja.
Otro de los resultados inmediatos fue “interrumpir la iniciativa de normalización” entre Israel y Arabia Saudita, objetivo que también se ha granjeado una reacción similar de parte de los otros gobiernos árabes que ya habían firmado, bajo los Acuerdos de Abraham, las relaciones políticas, diplomáticas pero sobre todo comerciales con Tel Aviv.
Objetivos estrictamente políticos y existenciales. Las mitificaciones repasadas en la entrega anterior, a la luz de de esto, impactan directamente sobre la consistencia narrativa de las operaciones psicológicas y discursivas propaladas por Israel en el afán por presentar a Hamás —y a la resistencia armada palestina— como seres primarios abocados exclusivamente a la eliminación de sus contrarios, por los medios más salvajes y brutales.
La última intervención pública del secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, también confirmó lo que otras fuentes anticiparon, que los demás actores del Eje de la Resistencia se enteraron de la operación cuando comenzó: no existió ninguna clase de coordinación.
Como quizás ya se deba aceptar que es costumbre, las palabras de Nasrallah son la medida oficial y definitiva para situar en todos los contextos el local, el regional, el geopolítico y el integral.
La intervención de los otros actores del Eje de la Resistencia será gradual y en función de lo que vaya materializándose sobre el campo de batalla que requiera la resistencia palestina, y del contorno que cobra en función de los otros actores implicados, en particular Estados Unidos, puesto que esto, recordó Nasrallah, es una guerra estadounidense.
En este punto podría establecerse una reflexión paradójica: en el centro de este ciclo de guerra, la pulsión esencial de las acciones de la resistencia pasan obligatoriamente por recordarle al mundo que Palestina existe y lucha por seguir existiendo, a pesar de casi todo en contra; mientras que, al mismo tiempo, la respuesta israelí ha sido el acabar con esa existencia.
A pesar de sus límites, aunado al sorprendente y eficaz nivel de preparación, coordinación, compartimentación de información y propósitos, fueron rebasados en su marco por el estado de laxitud y descuido de las fuerzas de ocupación.
La “normalización” también pasaba por dejar definitivamente de lado la cuestión palestina, lo que alentaba a Netanyahu a operar basado en la idea de que esto a la humanidad ya no le importaba y que el mundo debía seguir adelante mientras se le facilitaba una salida fácil a los gobiernos árabes, en particular a la corona saudí. La lógica esencial de los Acuerdos de Abraham de 2020.
Y así como se afirma que Hamás no se esperaba que las acciones el 7 de octubre rebasaran su propio banco de objetivos, al conquistar aun más terreno junto al nivel de sorpresa del ejército y los servicios de inteligencia israelí, lo mismo ocurre con el plano geopolítico.
Tan al centro de la atención global se ha puesto Palestina luego de Diluvio de Al Aqsa que no solo ha desplazado la debacle ucraniana sino que, según una nota de Axios del 20 de octubre en la que cita a Robert Gates, el veterano exsecretario de Defensa, se ha constituido como el principal punto de preocupación del establishment gobernante estadounidense.
Afirma Gates que la sala situacional del gobierno en Washington nunca había enfrentado tantas crisis al mismo tiempo desde la Segunda Guerra Mundial y que el “ancho de banda” del espacio tiene un límite bajo, el cual las ocho o diez personas que lo ocupan son capaces de manejar, con un riesgo mayor: todas pueden confluir en una sola crisis.
Y, en cierto modo, muchas de ellas ya están en curso. Aparte de Gaza, el tormento que representa la alianza Rusia-China se refleja directamente en el grado de sinergia diplomática de ambos países interactuando con la región y con el Sur Global en general.
Lo mismo el tercer temor, con el papel asimétrico que tiene Irán que, como Estados Unidos, tampoco quiere una guerra pero que, no obstante, ha tenido también un papel de armonización en lo militar y diplomático profundamente significativo.
(Las otras dos serían un Kim Jong-Un “fuera de control”, que realizara más pruebas de misiles balísticos, lo cual prendería las alarmas de Gates ante un eje nuclear Rusia-China-Corea del Norte; el quinto punto es el auge de videos falsificados capaces de manipular “en tiempo real” la percepción del público).
Días después de lo revelado por Axios, tomando en cuenta los múltiples malabares militares, políticos y diplomáticos estadounidenses de los que el desventurado y mediocre Blinken es su principal vector expresivo, persisten las reverberaciones del impacto del Diluvio de Al Aqsa por distintos círculos concéntricos de las relaciones y las leyes internacionales.
En su segunda gira intensiva en lo que va de mes, el secretario de Estado no logró asegurar ninguno de sus objetivos. Su paseo por Israel, Cisjordania, Chipre, Irak, Jordania —donde se reunió con cancilleres de la región— y Turquía pareciera haber dejado sus “propuestas” inconclusas, sobre las que ha afirmado que siguen en proceso.
El planteamiento de una “pausa humanitaria”, un concepto ambiguo con el que se propondrían breves altos al conflicto localizados, y por un tiempo limitado, para evacuar civiles y heridos, no encuentra tracción en la región.
Israel hasta el momento se niega siquiera a esa suspensión mínima, mientras que los países árabes en general —buena parte del mundo y la ONU— claman por un cese al fuego “humanitario”, al que Estados Unidos se ha opuesto sistemáticamente.
La Casa Blanca se encuentra en una cuerda floja en su propio esfuerzo de conflict management. Ofrece cobertura política, diplomática y militar a Israel, al tiempo que busca “frenarla” de los excesos de la ofensiva terrestre.
Pero, a la vez, necesita crear un consenso entre los países árabes toda vez que niega la principal demanda de estos gobiernos —y buena parte del mundo—: el cese al fuego, para siquiera ya no digamos construir una ruta de salida, sino lo que le ha dado por llamar “el día después” de la guerra, cuando, al menos en principio, necesitaría de estos mismos gobiernos.
La acrobacia que intenta Blinken, una anémica e indeterminada ruta intermedia a caballo entre preservar públicamente la justificación de un “derecho a defenderse” israelí, que ya ha perdido toda legitimidad pública, “solucionar” definitivamente la cuestión Hamás, mientras en apariencia evita que la guerra se desborde convirtiéndose en un conflicto regional, pero sin tener la iniciativa de controlar siquiera la aquiescencia árabe.
A un mes de esta inoperancia y falta de consenso diplomático, queda al menos la interrogante de si se trata únicamente de pérdida de influencia o, además de eso, estamos en el ámbito de la ambigüedad estratégica para permitir el “progreso” militar israelí.
Al menos en lo cosmético y declarativo se precia de manifestar públicamente su preocupación por el ingreso de ayuda humanitaria y alguna forma de pausa que, en última instancia, favorece a una de las partes en desmedro de la otra.
¿Está Estados Unidos en capacidad de evitar el desbordamiento y que la conflagración se expanda con la entrada de más actores, de Hezbolá a Irán, mientras Israel avanza con el genocidio esquemático? Los hechos, hasta ahora, parecieran decir que no, por acción, omisión o ambas.
Para Amos Arel, analista de defensa senior de Haaretz, quien cita fuentes del gobierno israelí, la “ventana” que le ofrece Washington a Israel puede cerrarse “en algún momento entre Acción de Gracias y Navidad”. ¿Pero cuál será el paisaje militar y, sobre todo, el humanitario entre el 23 de noviembre y el 25 de diciembre?
al vez ello es precisamente la prioridad estadounidense por encima de cualquier arreglo en este punto con los gobernantes árabes, no sin jugar con todas las variables y en el camino mantener las apariencias, mientras busca vertebrar el statu quo del “día después”.
Y necesitan un día después potable y vendible para el público doméstico con fines electorales, además del global, su propia “narrativa”, que trata de convencer a todos y a ninguno.
Es aquí donde encaja su plan de transferir el mando de la Franja de Gaza a la Autoridad Palestina, entidad cuyos actores y directiva responde —y se benefician personalmente— desde Oslo 1993 directamente a ellos, a la vez que promueve su edición actual de solución de los dos Estados, lo que restaura el paradigma compuesto por la disuasión militar y control político de todas las partes.
“Para comprender la angustia occidental —y sensación de crisis existencial— se debe entender que Israel, desde Londres y Washington, se ve como el microcosmos del macrocosmos de la hegemonía occidental. La disuasión de Israel era la pequeña OTAN para la disuasión de la invencibilidad de la OTAN”, escribe Alastair Crooke.
“Y luego Hamás destruyó el paradigma. Fracasó el paradigma de la disuasión”, remata.
Inercia o falta de imaginación, lo que le da garantía a esa construcción conceptual radica en el control político gatopardiano emanado desde los Acuerdos de Oslo: una clase gobernante subordinada, leal y dependiente a Estados Unidos, que ponga pocos “peros” eficaces sobre el terreno a la hora de la expansión de los asentamientos ilegales, el despojo colonial y una “Nakba silenciosa” con una Palestina “cada vez más atenuada”.
Es dentro de esa matriz jurídica que se debe entender que el Departamento de Estado privilegie la transferencia de mando sobre Gaza a Ramala, lo cual hasta ahora pareciera estar sometido a tensiones que provocan la propia inviabilidad a esa “solución” para palestinos, israelíes, árabes y la “mayoría global”.
No existe plan alguno para el día después, de lo cual están conscientes todas las partes, como se expresa en la intelligentsia gringa de los think tanks. Pero, con o sin debate, el exterminio avanza.
Y aquí supera cualquier delimitación estrictamente política lo que dice de la humanidad en su conjunto, en muchos casos la calle en oposición a los gobernantes, y se establece la única vara moral para medir el proceso en curso.
Gaza en buena medida es el mundo, y lo que se haga signará lo que podrá entenderse como su esencia ante la vida. “Palestina hoy representa el desafío más importante que la humanidad enfrenta en el siglo XXI”, escribe Bouthaina Shaaban.
Por más metódico, racional y organizado; por más impactante que hayan sido sus efectos, que sorprendieron hasta a los propios milicianos; por más que exista una doctrina política en gran medida unificada que los moviliza, productora de su propia racionalidad, como es natural, se trata de una acción desesperada: no morir a toda costa. La definición más desnuda de resistencia.
La aplanadora de la “normalización” buscaba, se ha dicho, esterilizar la cuestión palestina del mundo árabe. La Operación Diluvio de Al Aqsa trajo al centro la acción recordatoria de que existen, y que la misma legislación internacional los protege.
Pero esto no es una exaltación romántica. La abominación que representa la represalia vaya que puede mandar el mensaje volviendo incuestionable el verdadero rostro, el hasta dónde se está dispuesto a preservar este “orden”.
Limpieza étnica y relaciones públicas
El 22 de septiembre, dos semanas antes del Diluvio de Al Aqsa, el primer ministro Netanyahu dio su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas.
Con su voz de pedo-barítono, Bibi ensalzaba las bondades de los tiempos de paz que se auguraban en la región con la apertura de relaciones diplomáticas oficiales entre Arabia Saudita e Israel.
Claramente enfocado en la audiencia objetivo de los seguidores del gabinete fundamentalista, encuadraba su discurso con pinceladas escatológicas profeticoides sobre las bendiciones y maldiciones que signaban el destino de la región.
La “bendición” de “la paz” encarnada en la normalización con el reino y el corredor económico India-Medio Oriente-Europa —vulgar competencia contra la Franja y la Ruta— como materialización de esa pacificación.
En oposición a ese futuro barnizado, la “maldición” de una Irán nuclear gobernada por fanáticos, de unos palestinos que deben dejar de lado su odio a los judíos para que despegue la “bendición” de ese “nuevo Medio Oriente” entre Israel, Arabia Saudita y otros países árabes.
Lo burdo del discurso iba emparejado, como lo ha hecho en otras oportunidades, con lo burdo de sus “propuestas gráficas”, donde en esta oportunidad enseñaba un primer mapa del “Medio Oriente” en 1948 y otro coloreado con los colores de los Acuerdos de Abraham.
Palestina estaba totalmente desaparecida de esa representación cartográfica.
En el período entre su discurso en la ONU y el 7 de octubre, los ataques contra la mezquita de Al Aqsa y sus alrededores —no se puede acentuar más la gravedad de estas provocaciones—, los pogroms contra vecindarios palestinos y la expansión violenta de los asentamientos habían alcanzado un punto de aceleración.
Si, como afirma Ihsan Ataya de la Yihad Islámica, la acción militar de la resistencia en Gaza se trató de una operación preventiva, las señales de la aceleración violenta antes de firmar el acuerdo con Riad lo certifican.
Pero es que, en esencia, ese ha sido el trasfondo del “acuerdo del siglo”, como se le quiso denominar a los Acuerdos de Abraham: el rediseño territorial de Asia occidental sobre líneas sectarias y nuevas fragmentaciones territoriales cuya balcanización resulta operativa únicamente para Estados Unidos e Israel, y todo empieza con la “superación” del “expediente” palestino.
La cultura del engaño que ha sustentado al Estado de Israel desde sus inicios cuenta con una particular paradoja que sale a relucir en momentos cuando la intensificación de la guerra es proporcional a la urgencia existencial de consolidación del “proyecto”.
La paradoja en cuestión pareciera recrear la frase de Churchill sobre que en la guerra la verdad debe ir rodeada de guardaespaldas de la mentira. La franqueza con la que los mandos políticos israelíes enuncian el exterminio es escandalosa y verificable.
Probablemente eso explique la indeterminación estadounidense en torno al lenguaje que emplee en la última ratio de lo que se debe modificar en el terreno. Ya algunos ven la mentira detrás de la preocupación humanitaria de Washington por una pausa en la refriega.
En última instancia, “Israel es Occidente”, escribió Rodolfo Walsh en mayo de 1973, meses antes de la Guerra de Octubre, que cumplió 50 años un día antes del Diluvio de Al Aqsa, “y en Occidente la mentira circula como verdad hasta el día en que se vuelve militarmente insostenible”.
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Fuente: https://misionverdad.com/globalistan/gaza-ingenieria-poblacional-y-el-nuevo-medio-oriente
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