Eduardo Jorge Vior para o Blog Saker Latinoamérica e Telam – 22 de fevereiro de 2023
Al retirarse Francia derrotada del área subsahariana, deja un vacío que los países de la región buscan llenar aliándose con Rusia para combatir al terrorismo islamista.
La política africana no tiene mucha prensa en nuestro país. Sin embargo, desde hace dos años al sur del Sahara se están dando transformaciones epocales. Ante el fracaso de Francia y sus aliados europeos en combatir al pujante terrorismo islámico y la ambivalencia norteamericana, uno tras otro los países de la región van expulsando a las tropas francesas y estrechando los vínculos con Rusia. La decadencia de Occidente está dando a África Occidental nuevamente la oportunidad de ser independiente, pero para ello los países de la región deben evitar ser atrapados en un juego de pinzas entre Rusia y la OTAN que puede ser mortífero.
Este lunes 20 se realizó en Yamena, Chad, una reunión extraordinaria de cooperación antiterrorista (G5) del Sahel. Los dirigentes de Burkina Faso, Mauritania, Níger y Chad se encontraron allí para renovar su cooperación contra las amenazas transnacionales. Se trató de la primera cumbre de esta alianza patrocinada por Francia desde 2021. Mali se retiró de la asociación en 2022 al mismo tiempo que expulsaba de su territorio a las tropas de la coalición occidental por su fracaso en la lucha contra el terrorismo.
El Sahel es un extenso territorio al sur del Sahara que abarca desde el Río Nilo hasta el Océano Atlántico. Dada su extensión, su hostil geografía y por ser un punto de transición y mixtura geográfica y étnica entre el desierto y el África tropical, en esta región cohabitan pueblos sedentarios y nómadas, pastores y agricultores, musulmanes, animistas y cristianos. En su subsuelo tiene inconmensurables riquezas, como oro, uranio, petróleo o fosfatos, entre otros minerales, por lo que desde la Conferencia de Berlín (1884-1885) fue repartido entre Francia e Inglaterra y, en menor medida, Portugal y Alemania (ésta sólo hasta 1918).
Todos los países de la región alcanzaron la independencia política hacia 1960, pero siguieron siendo dependientes de las viejas potencias imperiales. Desde hace algunas décadas Estados Unidos ejerce un cierto predominio económico que es contestado crecientemente por China.
Después de haber sido un potente centro civilizatorio entre los siglos VII y XVIII, durante los últimos dos siglos el Sahel ha sufrido periódicas hambrunas, sequías, revueltas, golpes de Estado guerras tribales y bandolerismo. Después del derrocamiento de Muamar Gadafi y del comienzo de la destrucción de Libia, a partir de 2011 la región se ha convertido en el epicentro del terrorismo islámico con dos grandes bloques armados, el Jama’at Nusrat al Islam wal Muslimin (JNIM, Frente de Apoyo al Islam y los Musulmanes), tributario de al-Qaeda, y el Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS) afiliado al Estado Islámico global. Si bien la amenaza islamista pone en peligro la existencia de todos los estados de la región, aun cuando hay muchos aspectos comunes, los procesos son diferentes en cada país.
Coincidentemente con la cumbre celebrada en Yamena se supo que el gobierno chadiano se dispone a firmar un nuevo acuerdo para la cooperación antiterrorista con Rusia. El país del Sahel Oriental lleva varios años en guerra contra Boko Haram y el EIGS en la triple frontera entre Níger, Nigeria y Chad, pero ahora, ante el fracaso francés, ha buscado el auxilio de Rusia.
Casi simultáneamente, al menos 51 militares murieron este fin de semana tras un ataque terrorista en el norte del vecino Burkina Faso. La emboscada tuvo lugar en la región fronteriza con Malí y Niger. En los últimos tiempos los combates han aumentado en la zona de esa Triple Frontera. En este caso el ataque coincidió con la expulsión definitiva de las tropas francesas.
La nación africana experimenta desde el año 2015 un aumento de la violencia que ha dejado casi dos millones de desplazados y en 2022 sufrió dos golpes de Estado en el lapso de pocos meses. La decisión de la nueva junta militar llega tras meses de tensiones con Francia. El último golpe, liderado en octubre pasado por el capitán Ibrahim Traoré, un artillero de 34 años con experiencia en la lucha contra el yihadismo, agrió las relaciones con París por su acercamiento a Rusia. Traoré destituyó en octubre pasado por su inacción ante el avance yihadista al teniente coronel Paul Damiba, que duró sólo nueve meses en la presidencia. El golpe sobrevino tras meses de protestas contra Francia, por su supuesto apoyo a la amenaza yihadista.
Mostrando la amplitud del sentimiento anticolonial, en las manifestaciones actúan juntos nacionalistas, panafricanistas, rusófilos e incluso islamistas radicales. Tras el golpe Uagadugu y Moscú incrementaron su cooperación contra el yihadismo. Al mismo tiempo, como parte de la nueva estrategia antiterrorista, Traoré formó con 50.000 civiles una milicia denominada Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP). De este modo reactivó el concepto de “defensa popular”, formulado hace 40 años por el líder revolucionario Thomas Sankara, asesinado en 1987 en un golpe patrocinado por Francia.
La decisión burkinabé replica la que adoptó Mali hace un año, cuando ordenó la salida del contingente multinacional de la OTAN estacionado desde hace diez años en su país para luchar contra el yihadismo. Sin embargo, aquí la situación es algo diferente a la de Burkina, porque el enfrentamiento entre el gobierno militar dirigido por Assimi Goíta y los terroristas de ambas facciones, concentrados especialmente en el centro y este, se entremezcla con el larvado alzamiento de los tuaregs del norte, con quienes Bamako venía negociando desde 2015 y que acaban de romper las tratativas. A la guerra contra el terrorismo se suma, pues, el separatismo de los pueblos del desierto.
En la última semana el liderazgo maliano ha relevado a seis oficiales de alto rango, entre ellos al jefe del Estado Mayor del Ejército. No casualmente estos cambios se han producido dos semanas después de que el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, visitó la capital Bamako y anunció un mayor apoyo militar, alimentario y económico contra el terrorismo. El ministro ruso también acordó la explotación conjunta de un yacimiento de litio en la provincia meridional de Sikasso.
También en el vecino Níger los terroristas atacaron hace una semana un convoy militar en la región de Tillaberi, matando a 17 personas e hiriendo a otras 13. Para prevenir, entonces, que el país siga el ejemplo de sus vecinos y se alíe con Rusia, este lunes 21 la Comisión Europea puso en marcha un programa de cooperación en la formación de los militares nigerinos, pero la oferta es a ojos vista insuficiente, al menos si se la compara con las dimensiones y la calidad de la ayuda rusa.
Desde el inicio de la invasión de Ucrania, hace un año, Serguei Lavrov ha recorrido tres veces África, visitó once capitales y pronunció otros tantos discursos sobre la solidaridad ruso-africana.
En un contexto cada vez más parecido al de la Guerra Fría, Rusia y la OTAN ven en África Occidental un nicho geopolítico clave para sus intereses e influencia. La campaña en Burkina Faso y Malí no es más que un intento de posicionarse en la costa atlántica del continente y en el Sahel. Rusia intenta responder al cerco que la OTAN está poniendo en el este de Europa avanzando en el norte de África y el Sahel, para rodear a su adversario por el sur.
En la otra esquina se encuentra la OTAN. No cabe duda de que la intensificación de las visitas de jefes militares estadounidenses y europeos a Mauritania, especialmente en las regiones fronterizas septentrionales y orientales con Argelia y Malí, preocupa a Rusia, porque la alianza occidental pretende intervenir allí, para defender el camino hacia la costa atlántica y evitar que Moscú pueda amenazar las Islas Canarias.
La decadencia del predominio francés en el Sahel ha creado un vacío que el Kremlin y la Casa Blanca buscan llenar. A partir de su base en Marruecos, Washington utiliza la OTAN para controlar la región. De hecho, las poblaciones del Sahel están convencidas de que EE.UU. manipula a los terroristas islámicos para sembrar el caos y apropiarse de los recursos minerales. Por ejemplo, en la reciente reunión cumbre de la Comisión de la Cuenca del Lago Chad el presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, denunció que grandes cantidades de armas supuestamente enviadas a Ucrania están llegando a manos del Estado Islámico.
Una combinación de factores contribuyó en los últimos años a la decadencia francesa y a la transformación del Sahel en un campo de batalla entre los bloques mundiales. En primer lugar, además de ejercer un poder neocolonial, los sucesivos gobiernos franceses desconocieron las causas profundas del terrorismo yihadista sólo sintomáticamente. Éste no se debe solamente a la transformación de Libia desde 2011 en un corredor libre para el tránsito de las drogas, las armas y los esclavos que Europa requiere, sino que se aprovecha también del deterioro de las condiciones de vida de las poblaciones campesinas y pastoriles por el cambio climático, del aumento de la población y de la pérdida de legitimidad de los regímenes títeres de Francia. Finalmente, hay que considerar asimismo las intervenciones desestabilizantes de EE.UU.
Atrapados por una guerra mundial que no hace más que extenderse y agudizarse, los estados del Sahel buscan sacudirse el dominio de la antigua potencia colonial y alcanzar la independencia que durante seis décadas les fue negada, pero pueden quedar atrapados en un juego de pinzas entre las superpotencias. Sólo conjugando sus esfuerzos tienen una chance de sobrevivir y alcanzar la paz y la tranquilidad que sus pueblos merecen.
Eduardo J. Vior é um veterano sociólogo e jornalista independente, especialista em política internacional, professor do Departamento de Filosofia da Universidade de Buenos Aires (UBA).
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