por Vicky Peláez. En Sputnik en castellano
El nombramiento de la Casa Blanca como “Año de las Américas” al 2018 debe interpretarse como la decisión de Washington de ordenar su “patio trasero”.
Vengo en son de paz. No traigo artillería. Pero les ruego con lágrimas en los ojos: si me molestan, los mato a todos.
(James Mattis en una reunión con iraquíes).
Después de lograr erradicar los Gobiernos progresistas en Argentina, Brasil y Ecuador y lanzar una guerra híbrida contra Venezuela y Nicaragua, los norteamericanos también tienen a Bolivia en su lista de países “extraviados” del control que deben ser “disciplinados”.
Precisamente con este fin, viajaron al comienzo de este año, en primer lugar, el entonces secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, a México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica; después, le siguió el vicepresidente, Mike Pence, quien visitó Brasil y Ecuador; y finalmente, el secretario de Defensa, James Mattis, hizo su gira por Brasil, Colombia, Argentina y Chile.
Como explicó el ya exsecretario de Estado, Rex Tillerson —fue reemplazado en este cargo en marzo 2018 por Mike Pompeo—, el propósito principal de estas giras era “promocionar un hemisferio seguro, próspero, democrático y con seguridad energética”.
Por supuesto, no se toleraba en este “hemisferio seguro” la presencia del chavismo venezolano, sandinismo nicaragüense y del socialismo cubano. Precisamente con el propósito de reforzar la presión económica, financiera, militar, mediática y psicológica contra los países “extraviados”, tanto Tillerson, como Pence y Mattis eligieron para su visita a los países cuyos Gobiernos eran “aliados estratégicos” de EEUU o estaban a punto de serlo, como Ecuador, todos ansiosos de servir a Norteamérica a cambio de sus propinas y promesas de inversión.
Los que están convencidos que Donald Trump no ha formulado ninguna política clara hacia Latinoamérica están completamente equivocados. Sus emisarios están mostrando que la Casa Blanca está adoptando la Doctrina Monroe a las nuevas condiciones del siglo XXI y, en especial, los norteamericanos están tratando de reforzar sus enclaves militares.
El escritor y periodista Andrew Korybko enfatizó en su libro, “21st Century Geopolitics of Latin America” que, después de una cadena de “golpes de Estado constitucionales” y las ‘guerras híbridas’, EEUU logró poner fin al ‘cambio de la época’ anunciado por Rafael Correa en 2015 en el mismo Ecuador con la llegada al poder de Lenín Moreno, cuyo gobierno ya está abriendo su país a la presencia de militares norteamericanos.
El vicepresidente estadounidense, Mike Pence, convenció a los gobernantes ecuatorianos durante su visita a Quito de la necesidad de retornar al país la Oficina de Cooperación en Seguridad de EEUU y el inicio de participación de la Fuerza Aérea de Ecuador en un programa de EEUU para recolección de la información de inteligencia.
Prueba de lealtad: ¿será América Latina la próxima víctima del neocolonialismo de EEUU? https://t.co/K45d8Eyv84
— Sputnik Mundo (@SputnikMundo) July 13, 2018
En realidad, se están creando condiciones para futura reapertura de la presencia militar estadounidense en la Base Aérea Manta, clausurada en la época de Rafael Correa.
La información que necesitan recolectar los norteamericanos es, primero, sobre el vecino de Ecuador, Venezuela, y lo segundo, sobre la penetración china en Ecuador después de la declaración del presidente, Xi Jingping, el 18 de noviembre de 2016, de la formación de “asociación estratégica de cooperación exitosa”. La tarea de Washington en Ecuador se orienta a lo que sus estrategas llaman “cerrar la puerta de entrada a la influencia china” en la región que está ubicada en Quito.
Iniciando su reciente gira por América Latina, el secretario de Defensa, James Mattis, eligió Brasil como su destino inicial. Allí declaró: “Escogimos Brasil no porque sea un feliz accidente geográfico que se encuentra sobre el ecuador, sino porque queremos trabajar con los brasileños, nuestro vecino hemisférico con el que compartimos valores políticos, además de su impresionante orientación tecnológica”.
Lo que le interesa a EEUU es la base aeroespacial brasileña de Alcántara, de gran valor estratégico, precisamente cuando Donald Trump declaró el inicio de su propio programa de “Guerra de Galaxias” contra Rusia y China creando Fuerzas Espaciales.
Los titanes del complejo industrial militar norteamericano Boeing y Lockheed Martin son los primeros interesados en entrar en la base de Alcántara, del estado de Maranhao, para apoderarse del lanzamiento de satélites. A la vez, para el Pentágono esta base es ideal para las operaciones militares en Latinoamérica y, en especial, en su lucha contra el actual Gobierno de Venezuela, debido a la cercanía del departamento de Maranhao al país bolivariano.
Por algo el Pentágono empezó recientemente el traslado de la técnica militar a Brasil, confirmado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia. Respecto a la base de Alcántara, desde 2000 a 2005 este centro estaba bajo el control de EEUU, pero cuya presencia terminó durante el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. Ahora el Pentágono quiere revertir esta situación y reinstalarse en la base de nuevo. Hay todas las posibilidades de que Michel Temer, cuya sobrevivencia como presidente de Brasil depende mucho de la voluntad de la Casa Blanca, otorgue el visto bueno al retorno de estadounidenses a la base de lanzamiento Alcántara, que tiene radares, una pista de aterrizaje y un puerto marítimo.
No es solo Alcántara lo que atrae a los estadounidenses. No hay que olvidar también el interés en los abundantes recursos naturales, biodiversidad y agua dulce en la Amazonía brasileña.
Debido a la entrada de China y Rusia a Latinoamérica, esta región se convirtió en una arena de los juegos geopolíticos. Para ganarla, los estrategas norteamericanos se apoyan en los militares como lo han hecho tradicionalmente durante toda la existencia de Estados Unidos. La reinterpretación de la Doctrina Monroe para el siglo XXI se basa también en la militarización del continente como un camino más óptimo para la captura de recursos naturales. Las tres bases de EEUU en Argentina que autorizó Mauricio Macri están ubicadas en regiones abundantes en recursos naturales.
La primera base está en la provincia de Nequén, donde se encuentra una de las más grandes reservas de gas del mundo. La base en Misiones está ubicada en la Triple Frontera, zona famosa por uno de los reservorios de agua dulce más grandes del globo terrestre, Acuífero Guaraní. Y la tercera instalación militar estadounidense se halla en Ushuaia. La Tierra de Fuego da acceso a la península Antártica, que guarda uno de las más grandes recursos de hidrocarburos en la región y posee también minerales altamente estratégicos. James Mattis, después de su visita a Argentina, comentó sin ocultar su alegría: “Si bien Argentina se había apartado durante varios años de sus leales socios y amigos (EEUU), hemos regresado al camino del cual no debemos apartarnos nunca más”.
Lo que olvidó Argentina al abrir su país a los militares estadounidenses ha sido que estos “amigos y socios leales” traicionaron a los argentinos en la guerra de las Malvinas en 1982 al apoyar a los británicos.
La visita de James Mattis a Chile fue de rutina y orientada a mostrar la complacencia de Washington con el comportamiento de su Gobierno, demostrando una completa lealtad a EEUU y su obediencia ciega a las indicaciones de la Casa Blanca en la lucha contra el Gobierno de Venezuela. Por eso Mattis, después de firmar un acuerdo de seguridad cibernética con el presidente de Chile, Sebastián Piñera, se refirió a su país como “un faro de estabilidad democrática en el mar de la incertidumbre”.
Venezuela, que según James Mattis está sobreviviendo en este “mar de incertidumbre” no se sabe cómo, representa actualmente no solamente peligro para la seguridad nacional de EEUU, sino que su presidente, Maduro, “está amenazando a los países vecinos y en especial a Colombia”.
Con esta declaración, el secretario de Defensa quiso justificar la existencia de siete bases militares de EEUU en Colombia, donde según los documentos del Consejo Nacional de Memoria Histórica, la guerra interna que duró 60 años (1958-2018) ocasionó 267.197 muertos, 80.514 desaparecidos y casi medio millón de heridos.
Sus estragos se sienten hasta ahora involucrando a guerrilleros, paramilitares, agentes de Estado, narcotraficantes y particulares. Precisamente este país sufrido, donde después del desmantelamiento de las FARC está creciendo el paramilitarismo y con él la violencia, ha sido elegido por Washington para que sea su baluarte de lucha contra el chavismo en Venezuela.
La democracia, en cuyo nombre EEUU está tratando de dar un golpe de Estado contra Nicolás Maduro, no tiene nada que ver con esta lucha despiadada. Lo que anhela EEUU es apoderarse de 600.000 millones de barriles de petróleo venezolano y los yacimientos de materiales estratégicos.
No pueden hacerlo militarmente debido al alto nivel de preparación del Ejército Bolivariano y la significativa presencia de capital chino y ruso en el país relacionado con sus hidrocarburos. Ambos países están ayudando a Venezuela a salir de la severa crisis económica y financiera inducida por Estados Unidos y su socio incondicional, la oposición venezolana.
Sin duda alguna, China y Rusia no permitirán a EEUU desatar una guerra contra Venezuela. Lo único que le queda a Washington es seguir promoviendo el acoso al país con una nueva partida de 20 millones de dólares, autorizados por el Congreso para “promover la democracia” en Venezuela —también 15 millones para Cuba y cinco millones para Nicaragua—, y mandar un buque militar con ayuda humanitaria a Colombia para aliviar la vida de los refugiados venezolanos.
Hay que tener en cuenta también que muchos de estos refugiados que se trasladaron en masa a Colombia, Perú, Brasil y Ecuador, siguiendo el plan de EEUU, han sido guarimberos patrocinados por Washington, quienes en algún momento difícil para los países que los están acogiendo podrían ser utilizados para desestabilizar a sus anfitriones.
Analizando todos estos factores presentados en el artículo, podremos llegar a la conclusión de que la Doctrina de Monroe ha sido resucitada para intentar proteger el “patio trasero” de EEUU en América Latina, lo que no garantiza su éxito, pues las condiciones internas y externas en que se encuentra Norteamérica en el siglo XXI no son tan favorables para mantener su hegemonía como fueron en el siglo XIX. El retroceso del progresismo en el continente no significa su derrota final pues la historia sigue sus ciclos e impone cambios.
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