por Franco Vielma. En Misión Verdad. Foto: AP
La estampa inicial del fallido intento de golpe de Estado en Venezuela el pasado 30 de abril tuvo los rostros de Juan Guaidó y Leopoldo López como relato y preludio de una jornada que les resultaría catastrófica.
Apenas despuntaba el sol pero a ambos dirigentes los abordaba el ocaso. Su plan insurreccional se había adelantado ante la alta posibilidad de que a esas horas ya estaba develado para las autoridades venezolanas. Jugaron posición adelantada pero aspirando que sectores de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) los apoyarían.
La trama de un golpe “mediocre” y fallido
Las palabras del Presidente Nicolás Maduro luego de los eventos fueron enfáticas: “¡Pongo alerta a todo el pueblo y la FANB! En los próximos días mostraré las pruebas de quien conspiró, como conspiró y quien traicionó. ¡Para que el pueblo sepa quienes son los traidores y que la justicia haga su parte!”, exclamó.
Desde fuentes como The New York Times, The Washington Post y la BBC, surgieron especulaciones sobre “lo que salió mal” en la intentona, coincidiendo en que en efecto dentro de la FANB habían oficiales conspirando, no sólo dando como ciertas las sentencias del presidente Maduro, sino también aludiendo a la posibilidad de que el desmantelamiento del golpe ya estaba en marcha desde el mismo momento en que la trama de conspiración fue emprendida.
Guaidó y López se adelantaron, teniendo conocimiento de que su golpe estaba sedimentándose y que Guaidó probablemente sería capturado.
La posibilidad de agentes dobles actuando a favor del gobierno legítimo es alta, como también el hecho de que la aventura emprendida por Guaidó y López se basó en la aspiración de que serían acompañados en un “todo o nada” por sectores castrenses en una operación marcada por la ausencia de direccionalidad, sin cohesión y sin claridad sobre quien apoyaba a quien.
A fin de cuentas, no apareció el apoyo. No se sabe si con quienes contaban en realidad estuvieron siempre con ellos, no se sabe quiénes permanecieron ocultos, ni quienes recularon.
Ambos dirigentes terminaron en una solitaria escena en un puente de una autopista, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, calificó la intentona de “mediocre” y al día siguiente, Elliott Abrams, experto en golpes de Estado y guerras irregulares en Centroamérica, tuvo una penosa presentación admitiendo que quienes habían conspirado contra Maduro “habían apagado sus celulares”.
El asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, y el mismo Abrams, haciendo contraloría de daños, acudieron a la intriga y a señalamientos, como que el mismo Padrino depondría a Maduro por solicitud de Washington, hundiendo su narrativa de conspiración en el bulo, la exteriorización de culpas e incongruentes negaciones de la participación de ese gobierno en la operación.
Leopoldo López, quien es sin dudas el principal activo de Washington en Caracas, fue en la trama de este golpe fallido una carta jugada a destiempo y con un agotamiento instantáneo. Violó su arresto domiciliario, es ahora solicitado por la justicia venezolana y en estas horas es “huésped” en la embajada española en el país. De Guaidó, solo se sabe que es un “presidente interino” prófugo de la justicia venezolana.
Leopoldo López como artífice y aspirante
Parece demostrado por los eventos de la política en Venezuela que los espasmos del partido Voluntad Popular (VP), -la organización de López- han servido para degradar a la oposición venezolana mediante una irrupción de sus dirigentes para luego abalanzarse sobre la violencia política, los intentos de golpe de Estado y el empuje de todo el antichavismo hacia atajos sin salida.
No es una exageración decirlo si recordamos que durante los años 2014 y 2017, así como este 2019, toda vez que “el ala dura” de la oposición venezolana toma las riendas, el resultado termina siendo catastrófico para todo el antichavismo. La situación no podía ser menor este 2019 cuando VP asumiría la presidencia del parlamento y se procede entonces a la fabricación de Juan Guaidó como figura de un gobierno portátil.
Sin embargo, Guaidó no es el elemento de importancia en esta trama. Para efectos del frente interno venezolano lo es en realidad Leopoldo López.
Ha sido el favorito de Washington durante años para establecer una interlocución y relaciones de obediencia a la política estratégica de ese país en su agenda destituyente en Venezuela. Es sin dudas un agente y operador determinado a hacerse del poder en Venezuela y en las últimas instancias ha fungido como manejador en Caracas del mismo Guaidó, quien para efectos de esta coyuntura y en lo sucesivo es y será un artículo sumamente prescindible.
Desde su situación de “huésped” en la embajada de España en Caracas, López se dirigió a la prensa y afirmó que durante “tres semanas” estuvo reuniéndose en su casa con “comandantes, generales, componentes de cuerpos policiales, para lograr el cese de la usurpación”.
La colaboración en el golpe de factores del servicio de inteligencia venezolana (SEBIN), responsables del reguardo de López, habrían facilitado esas reuniones (o a estas alturas, no se sabe si las toleraron para desmantelar la operación). En todo caso, López asume la autoría de la trama de conspiración, indicando que “no se van a detener” y que “va a venir más movimientos en el sector militar”.
En teoría, el esquema de Washington para Venezuela pasaría por la ruptura del gobierno venezolano y el desmantelamiento de sus instituciones mediante una transición creada por vías del golpe o la posibilidad de una intervención militar. En el escenario del desplazamiento forzoso del chavismo, tendría lugar la formación de un gobierno mediante “elecciones libres”, para las cuales López sería un aspirante.
Y he ahí que el nivel de compromiso de López con la ejecución del desmantelamiento del chavismo en Venezuela, pasa no sólo por su rol de mandadero, sino por su más profunda aspiración personal. Una deriva auspiciada por su propio ego y un absurdo sentido de “predestinación” que germinó en las entrañas de su condición de hijo privilegiado de la élite venezolana.
La deriva política de López
El desgaste instantáneo de López y Guaidó deja a la deriva la agenda destituyente contra el chavismo y las instituciones venezolanas y su ejecución desde adentro.
La oposición queda ahora sin una direccionalidad política y hasta la directiva del parlamento queda desmembrada con la aparición de Edgar Zambrano en el Distribuidor Altamira, el cual pasa a ser ahora un inmenso monumento al fracaso del antichavismo. Ello hace suponer que la direccionalidad de la conspiración recae en su instrumentalización y ejecución desde Estados Unidos ahora de manera casi exclusiva.
Son indecibles los destinos que tendrá el apoyo opositor a las convocatorias del antichavismo, ahora que se agotan vertiginosamente y que hoy tienen a su principal convocante prófugo de la justicia.
De hecho, la estampa de Guaidó en la noche del 30 de abril, llamando a la calle y anunciando la continuidad de un golpe militar clásico que ya no era creíble, venía con una imagen de José Antonio Páez en su mesa rememorando los tiempos de La Cosiata y la traición a Bolívar disolviendo la Gran Colombia. Los oprobios históricos no dejan de sorprendernos, ni tampoco les falta el cinismo.
Pero la tragedia pesa más fuerte en los hombros de Leopoldo López. Su deriva comenzó en Altamira y estuvo de paso por Chacaíto con un golpe que sabía fallido a cuestas. Tal vez a esas horas algunos de sus contactos, -como le pasó a Abrams- tampoco le atendían el teléfono. Fue a la Embajada chilena, pero ya había allí otro habitante prófugo, Freddy Guevara, su anterior operador político. Absurdamente se retira de allí “por razones personales” dijo el canciller chileno Roberto Ampuero.
Quizás a esas horas López era una “papa caliente” o un indeseable. A esas horas tal vez más que nunca era oportuno el desalojo que se había producido semanas antes de la sede de la embajada estadounidense en Caracas y López tuvo que irse a la embajada española, para convertirse en un problema de Estado para ese país, apelando a su nacionalidad ibérica por ascendencia.
A un par de días luego de la llegada de López a esa embajada, el gobierno de ese país declaraba que todavía “analizaba” las condiciones legales del caso.
Algo que es sabido, es absurdo, pues en ese cuerpo diplomático hay pleno conocimiento de la Convención de Viena y otorgar o no un asilo puede resultar mediante una decisión instantánea. López se declara “huésped” y que no ha solicitado el asilo. Ha dicho que permanecerá allí durante semanas hasta que ocurra “el cese de la usurpación”. El chiste se cuenta solo.
El embajador español se reúne con el Canciller venezolano Jorge Arreaza y aunque declaran que no contemplan entregar a López a la justicia venezolana, esperan que “la situación no afecte las relaciones entre ambos países (fijémonos en el detalle de que para ese caso no hay “usurpación”).
El canciller Borrel afirmó a nombre de Madrid que las actividades políticas de López serán controladas y que “no permitirán que su sede sea empleada para el activismo político”.
Inhabilitado y con pocas probabilidades de maniobra, el destino del ahora “huésped” Leopoldo López es indecible y se cierra un breve y estruendoso capítulo que resultó en el desmantelamiento de la gendarmería local del gobierno estadounidense en Venezuela.
El destino de esta trama no se decidirá en Caracas sino en Washington, que es desde donde siempre se ha orquestado. Situación que reafirma la posición de inutilidad e irrelevancia del antichavismo local.
Durante la tarde del viernes, a tres días luego de la intentona, luego de días de amenazas y alardes, Donald Trump declara haber conversado con Vladimir Putin y hace un cambio de discurso con respecto al tema de Venezuela.
La “prudencia” con respecto a la acción militar aparece como palabra clave pero también revela la desconfianza que tiene sobre sus servicios de inteligencia y la poca confiabilidad de la información con la que disponían al respecto de los recientes eventos en Venezuela. O al menos así fue filtrado por la cadena CNÑ. ¿Será despedido de su cargo John Bolton? No lo sabemos.
La dirigencia de la oposición venezolana, caracterizada por su mediocridad transversal, con acumulada experiencia viviendo como acomodados políticos profesionales a expensas de la elite económica nacional para su perenne labor destituyente del chavismo en más de 20 años, es probable que haya embaucado también al propio gobierno estadounidense.
De esa manera puede medirse el desplazamiento que han tenido al extranjero en los últimos años en medio de una disputa interna para capitanear la vocería local de la Casa Blanca.
Probablemente prometiendo “villas y castillos”. Probablemente prometiendo mandos militares, alardeando de capacidades que no tienen y cacareando una posibilidad de golpe instantáneo, fugaz y efectivo, situación que pudo haber ocurrido al unísono de su acción de rapiña sobre los bienes y cuentas venezolanas que Estados Unidos confiscó desde enero de este año.
Para Washington la tragedia comienza a ser grande pues, pese a sus propias capacidades, el desarrollo de la agenda contra Venezuela tendrá (como hoy lo tiene) un destino incierto si no hay las capacidades de los factores locales para operar e instrumentalizar sus decisiones.
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