Por Diego Sequera.
No puede haber hecho o acto de mayor contundencia para describir el mundo del aquí y el ahora como los ya casi mil 300 desaparecidos en una semana; ahogados hombres, mujeres, niños y ancianos africanos que hacen lo (im)posible para llegar a Europa, a otra etapa de nuevos peligros e incertidumbres, como mano de obra ultrabarata, insignificante, pero que se encarga de hacer y trabajar en justamente todo aquello que hace que el exterminio blanco no se ocupe de sí mismo, preservando esa zona del confort.
Muertos desnominados, sordos, sin rostro, porque a Occidente no sólo le da miedo verlos de frente, sino que todavía con ellos enfrente pretende indignarse dándole un tratamiento de factor lejano y casi inexistente, de hecho estadístico, de despersonalización numérica.
Esos bordes del mundo, esas grietas, esas heridas-símbolo que vienen a ser las (pen)últimas 950 víctimas que han naufragado en el Mediterráneo en la semana que pasó, a las que hay que sumarle las otras 400 almas que para poder seguir sobremuriendo abandonaron su lugar de origen, África, ese océano enorme plagado de riquezas como lo nombraron alguna vez, ese continente crucificado para decirlo con la frase de Jon Sobrino.
¿Sabremos en realidad la cifra exacta, precisa, específica? ¿Sabremos los nombres que habitaban ese periplo mortal por el mare nostrum aquel? ¿Qué de las historias, motivos para sonreír -si los hubo, porque hasta ahí el pueblo roto logra sonreír-, para anhelarle un mínimo indispensable de dignidad a sus niños, a creer que es real y verosímil esa forma de vida que hasta, dicen, te protegen en un territorio y te haces sujeto de derecho? ¿En tratar, mínimamente, de alcanzar el derecho a una normalidad que no humille tanto?
Esa Libia -que de ahí fue que partieron- que ahora se consolidó por los siglos de los siglos como el nuevo superpuerto de tráfico humano es hija legítima y reconocida del exterminio blanco en el otrora país más avanzado del continente, del océano terrestre africano. Tal migración por el neoimperializado Mediterráneo que junto a Yarmuk, son, en su infranqueable desnudez, las versiones más acabadas del útimo estadio del mundo que hoy somos, la última etapa de la crítica de la razón fulminante en ejercicio, ese sangrero hasta por los poros con el que Marx describía el nacimiento del capitalismo. El grado cero del humanismo occidental.
“Más tumbas en el Mediterráneo. Ese cementerio tan limpio en el que muchos europeos se bañarán despreocupados dentro de muy pocos meses”, dijo el periodista español Íñigo Sáez Ugarte. Y se refería a los 400 desaparecidos del pasado 15 de abril.
En algún momento le había propuesto a Jessica Dos Santos que realizáramos una investigación sobre desplazados, migrantes, perseguidos y refugiados, esa nueva nación errante sin país, sin territorio, con la muerte en su cuerpo y en el alma de todos nosotros, los bienvivientes. Pero hasta imaginar el dato tiene límites.
Y esa es una deuda, porque ahí está el rostro más franco del mundo que somos, que vamos siendo y que todo indica que seremos, mientras la estridencia de la hipocresía del poder blanco, blanqueado, blanquesino, asquerosamente blancuzco, se agazapa sobre sí mismo para preservarse, porque, como dicen, el ser siente su esencia cuando se encuentra amenazado, y su esencia es el criminal privilegio, la acumulación delictiva de capital, el asesinato por delegación sea sicarial, sea económico, sea estructural.
Y entonces, en la ronda de los porqué, de los qué pasó, de los pobrecitos “ellos”, emergen las preguntas, la necesidad -para algunos- de esclarecer las causas o de despejarlas para poder lavarse las manos y alegarle a esa crisis migratoria el estatuto de fatalidad, de problema sin solución. Pero que lo que hace, sencillamente, es encubrir ese modo de ser y de forzar a otros a estar en el mundo como subespecie: el cuarto mundo.
La pobreza y la miseria de las naciones africanas es producto directo de sus enormes riquezas. Eso siempre hay que recordarlo. Ese tratamiento estulto, infantil, de niño pueblo desprotegido no es más que un gesto táctico para encubrir la descomunal codicia local y global. Glocal.
El año pasado, en el puro cruce marítimo hacia la Comunidad Europea 3.224 fallecieron. Nada más en una semana ya van, arrojando arbitrariamente la cifra, mil 100 personas (y este año 20 mil lograron ingresar a Europa y al mercado de la esclavitud 2.0, porque la aventura no termina aquí).
No es necesario explicar con las mismas palabras a qué se debe ese mortal fenómeno migratorio que tiene como epicentro el desastre y presunto no futuro de sus naciones de origen (Sudán, Sudán del Sur, Libia, Nigeria, Chad, Somalia). Pero sí se hace necesario recordar que esa deslocalización humana tiene interesados, tiene beneficiarios, da enormes cantidades de dinero sucio -suponiendo que existiera un dinero “limpio” en nuestro postmoderno mundo de la globalidad-. Esto tiene claros ganadores. Una funcionalidad racional y racionalizada: una ganancia.
Que se reporte un incremento en estos días debido a que las condiciones climáticas de la primavera favorecen la posibilidad de cruzar el mar no deja de lado que la Unión Europea, en realidad, no tiene interés alguno en modificar la situación, de empeñarse por salvar vidas.
Las costas sicilianas de Italia son el primer punto de llegada. Se sabe que el año pasado Italia había activado la operación Mare Nostrum, dedicada al rescate de náufragos y que en 2014 salvó la vida de 189.741 personas. Pero este año la operación fue desmantelada y sustituida por la operación Tritón, una versión mucho más reducida y limitada en las tareas de rescate y salvataje.
“Durante cerca de un año, el Gobierno italiano solicitó a la Unión Europea fondos o medios suficientes para mantener esta labor de salvamento, que nunca llegó a recibir”, detalla Gabriela Sánchez para eldiario.es. Y señala, además, las grandes diferencias entre Mare Nostrum y Tritón: “Mientras esta tenía un radio de actuación que alcanzaba hasta la frontera de las aguas internacionales; la actual opera dentro de un radio de 30 millas desde la costa italiana”.
“El problema de Mare Nostrum, además de ser muy caro, es que servía para salvar vidas, vidas que acto seguido pasaban a residir en Europa. En opinión de gobiernos como el británico y el español, suponía un incentivo para intentar dar el salto. Esas vidas estaban mejor en el fondo del Mediterráneo como alimento de los peces. Ese es el incentivo que sería de utilidad”, sentencia Sáez Ugarte, por su lado.
Pero la miseria no llega hasta ahí: la “solución” que se plantea la Unión Europea consiste en pagarle a Túnez y Egipto para que los migrantes -principalmente de las regiones subsaharianas de África- no puedan salir de esos puertos para dar el salto hacia el envejecido continente. Eso es lo que está en discusión. El “arregla tú ese peo que es tuyo, yo me desentiendo” llevado a rango de política de Estado.
La Unión Europea, en realidad, no tiene interés alguno en modificar la situación, de empeñarse por salvar vidas
Pero, además, es de Libia de donde están ocurriendo las grandes migraciones, organizadas y controladas por mafias allende la frontera y aquende la mar, en ambos lados del Mediterráneo. En esa desmantelada Libia post-Gadaffi, regalo de la OTAN para el mundo -y con calidad de exportación-, que se ha convertido en el modelo civilizatorio Mad Max neocolonial, y que si a alguien se le antoja dudar de que la Jamairiya era el factor estabilizador fundamental del norte y el centro de África ahí tiene el nuevo mapa convulsionado, porque esto también explica el brote de grupos armados como Boko Haram.
Todo está dentro del mismo paquete de consecuencias, todas estas situaciones, que ya existían en proporciones más o menos manejables, se desencadenaron de forma expansiva tras la caída de Libia como nación.
Porque Gadaffi, en ese relanzamiento de relaciones “amistosas” con Europa que terminaron sepultándolo, tenía un manejo de la situación (que tampoco era que brillara en su humanización). Y mucho de esta población migrante, desplazada económica, ambiental o bélicamente trabajaba, conseguía trabajo en la Libia verde antes de 2011.
Entonces esta tragedia tiene responsables, tiene nombres, y tiene rostros: el de la Unión Europea y las “democracias fuertes” del occidente del continente. Son muertos de Europa, igual que los niños en el Donbás, en el sureste de Ucrania. La vida dentro de la órbita OTAN. Fuera de los miles de refugiados sirios en Jordania y Turquía -naufragios terrestres-, están también los que naufragan en el mismo Mediterráneo, pero por el frente oriental de las costas griegas; pero la causa sigue siendo la misma.
Y hablar de la Unión Europea, esa impecable cleptocracia, premio Nóbel de la Paz 2012, es hablar de la gris y cretina cúpula elitista campeona del austericidio que subgobierna, porque, recordemos, Europa es el patio trasero de Estados Unidos.
Dicen algunos sobrevivientes del último desastre de Lampedusa que la embarcación se volteó cuando buscaban llamar la atención de otro barco, estando ellos a la deriva. Vaya metáfora. Ese es el reflejo del mundo como está, esa es la base de la actual espiritualidad, si se le puede llamar así al adormecimiento narcótico al que estamos sujetos desde la maquinaria del consumo simbólico en el que un juanete de Kim Kardashian tiene más importancia que 700 personas, esas que viven fuera del riality.
Luego de todo esto me gustaría creer, quisiera, que yo también he muerto un poco sus muertes. Que al menos por ahí uno acuse recibo de la existencia; que así demuestro que estas muertes, estas no-vidas, estos cuerpos sacrificables no son el fin último, y que al morir un poco yo también demuestro que estoy vivo. Y que siento. Y que sus vidas me duelen sencillamente porque estoy hecho de lo mismo, con la impotente diferencia de que yo puedo escribir sobre esto, sin hambre alguno.
Y que ni esa distancia es tan lejos, ni la verdadera estructura lógica que sustenta esa dinámica sea invisible, orgánica, ni que esa mecánica sea irreversible.
Y que nadie me venga a joder con el cuento de la “crisis humanitaria” aquí en Venezuela, porque los que promueven esa idea precisamente para que lleguemos a esa instancia, como diría el poema, “no tienen perdón / porque saben lo que matan”.
Razón de más para seguir pensando también en los afueras de lo que aquí ocurre. La imaginación no los sustituye.
Publicado el 22 de abril de 2015 en http://misionverdad.com
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