EL CONTINENTE, AISLADO, por Juan Manuel de Prada
(ABC, 25 de junio de 2016)
Con la democracia ocurre lo mismo que con las figuras del toreo moderno: la faena sólo les sale bien cuando torean toros afeitados; pero basta que les toque torear un toro sin afeitar para que se olviden de componer la figura, echen a temblar y acaben corneados. Así ha ocurrido con el referéndum inglés, que era un morlaco lanzado al coso de la democracia, esa pantomima que el Dinero controla a su gusto mientras se las ve con toros afeitados, a los que puede torear con un pánico bursátil por aquí y una campaña de intoxicación mediática por allá. Pero este referéndum revolvió los demonios interiores de una Inglaterra profunda que personificó en la malhadada Unión Europea las humillaciones sufridas en su decrepitud; y el inglés viejo, harto de que le measen encima y le infligiesen los escarnios más envilecedores (¡incluido un alcalde mahometano en Londres!), se decidió a cornear, en un gesto agónico de gallardía.
Decía Luis Calvo que, si el español es el hombre del “sostenella”, el inglés es el hombre del “enmendalla”. Así ocurrió, por ejemplo, cuando los ingleses se echaron al monte del regicidio, la revolución y la dictadura con Cromwell, para después rectificar, mediante una tregua entre la Corona y el parlamento. En este nuevo “enmendalla” de los ingleses hay la nostalgia de una grandeza perdida y ese rasgo de insolencia delirante (mas no exento de cierta gallardía) que antaño los llevaba, cada vez que se anunciaba una tormenta en el canal de la Mancha, a rotular los periódicos: “El Continente, aislado”. La única vez que los ingleses no enmendaron su error inicial fue cuando se sumaron a la Reforma, que Belloc considera (con razón) el hecho más trágico de la Historia; y lo hicieron –citamos al autor de Europa y la fe—“porque el poder económico de una clase reducida de hombres adinerados” había crecido tanto que pudo someter al pueblo. Esta “clase poco numerosa, extremadamente rica y contaminada de ateísmo” fue la que se sirvió de las debilidades de bragueta de un rey corrompido para esclavizar los ingleses; y esta misma clase, que lleva mucho tiempo sirviéndose de las debilidades de bragueta de los pueblos para mantenerlos esclavizados, es la que hoy se rasga las vestiduras ante los resultados del referéndum inglés. Como no nos chupamos el dedo, sabemos que el resultado de este referéndum nada significa: primeramente, porque el Dinero no se resignará y maquinará todo tipo artimañas para torcer el veredicto popular; y, sobre todo, porque –como nos enseñase Quevedo—«nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres». Y, mientras los ingleses no muden de vida y costumbres, el Dinero sabrá ingeniárselas para mantenerlos esclavizados, como hace con los demás pueblos.
Pero hoy el Dinero y el mundialismo han recibido un escupitajo en toda la jeta; y su engendro europeísta, creado para que los pueblos bárbaros dominasen a los pueblos que fueron provincias de Roma, es un boxeador grogui. Vienen días de dolor en los que el Dinero nos hará pagar con creces la arrogancia inglesa; pero a veces el dolor anuncia los alborozos del parto. De momento, no se me ocurre mejor regalo en el día de mi santo que ver la cara de col de Bruselas que se les ha quedado a los defensores del engendro europeísta. También quienes clamamos en el desierto nos merecemos, de vez en cuando, alguna alegría, aunque sea pasajera; y, en esta jornada infausta para el mundialismo, estrecho la mano del perro inglés, que es algo que un español sólo puede hacer en ocasiones excepcionalísimas: en la Batalla de Arapiles, por ejemplo; o en esta gozosa festividad de San Juan Bautista del Año del Señor de 2016.
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