El conflicto en Ucrania está precipitando el fin de la dominación occidental

Por Thierry Meyssan

El conflicto ucraniano, presentado como una agresión rusa, no es más que la aplicación de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad del 17 de febrero de 2015. Si Francia y Alemania no cumplieron sus compromisos durante el Acuerdo de Minsk II, Rusia se preparó durante siete años para el actual enfrentamiento. Había previsto las sanciones occidentales con mucha antelación y sólo necesitó dos meses para eludirlas. Estas sanciones interrumpen la globalización de Estados Unidos, perturban las economías occidentales al romper las cadenas de suministro, hacen que los dólares vuelvan a Washington y provoquen una inflación general, y crean energúmenos en Occidente. Estados Unidos y sus aliados se encuentran en la posición de ser los hosers hosed: están cavando su propia tumba. Mientras tanto, los ingresos del Tesoro ruso han aumentado un 32% en seis meses.

Durante los últimos siete años, ha sido responsabilidad de las potencias garantes del Acuerdo de Minsk II (Alemania, Francia, Ucrania y Rusia) hacer que se cumpla. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas los había refrendado y legalizado el 17 de febrero de 2015. Pero ninguno de estos estados lo ha hecho, a pesar de la retórica sobre la necesidad de proteger a los ciudadanos amenazados por sus propios gobiernos.

Mientras se hablaba de una posible intervención militar rusa, el 31 de enero de 2022, el secretario del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa de Ucrania, Oleksiy Danilov, desafió a Alemania, Francia, Rusia y al Consejo de Seguridad de la ONU al declarar: “El cumplimiento de los acuerdos de Minsk significa la destrucción del país”. Cuando se firmaron bajo la amenaza armada de los rusos -y bajo la mirada de los alemanes y los franceses- ya estaba claro para todas las personas racionales que era imposible aplicar esos documentos” [1].

Cuando, después de siete años, el número de ucranianos asesinados por el gobierno de Kiev ascendió a más de 12.000 según el gobierno de Kiev y a más de 20.000 según el Comité de Investigación ruso, sólo entonces Moscú lanzó una “operación militar especial” contra los “nacionalistas integrales” ucranianos (según ellos), a los que calificó de “neonazis”.

Rusia declaró desde el principio de su operación que se limitaría a rescatar a las poblaciones y a “desnazificar” Ucrania, no a ocuparla. Sin embargo, Occidente la acusó de intentar tomar Kiev, derrocar al presidente Zelensky y anexionar Ucrania, algo que obviamente nunca hicieron. Sólo después de la ejecución de uno de los negociadores ucranianos, Denis Kireev, por los servicios de seguridad de su propio país (SBU) y la suspensión de las conversaciones por parte del presidente Volodymyr Zelensky, su homólogo ruso, Vladimir Putin, anunció que endurecía sus exigencias. A partir de ahora, la Federación reclama Novorussia, es decir, todo el sur de Ucrania, históricamente ruso desde la zarina Catalina II, con la excepción de treinta y tres años.

Hay que entender que si Rusia no hizo nada durante siete años, no fue porque fuera insensible a la masacre de la población rusoparlante del Donbass, sino porque se estaba preparando para afrontar la previsible respuesta occidental. Según la clásica cita del ministro de Asuntos Exteriores del zar Alejandro II, el príncipe Alexander Gortchakov: “El emperador está decidido a dedicar, preferentemente, su solicitud al bienestar de sus súbditos y a concentrar, en el desarrollo de los recursos internos del país, una actividad que se vertería en el exterior sólo cuando los intereses positivos de Rusia lo exigieran absolutamente. Se reprocha a Rusia que se aísle y guarde silencio ante hechos que no se ajustan ni a la ley ni a la equidad. Se dice que Rusia está enfurruñada. Rusia no está enfurruñada. Rusia está haciendo un balance”.

Esta operación policial fue calificada de “agresión” por Occidente. Una cosa lleva a la otra, Rusia fue retratada como una “dictadura” y su política exterior como “imperialismo”. Nadie parece haber leído el Acuerdo de Minsk II, refrendado por el Consejo de Seguridad de la ONU. En una conversación telefónica entre los presidentes Putin y Macron, revelada por el Elíseo, este último llegó a expresar su desinterés por la suerte de la población de Donbass, es decir, su desprecio por el Acuerdo de Minsk II.

Hoy, los servicios secretos occidentales acuden en ayuda de los “nacionalistas integrales” ucranianos (los “neonazis” en la terminología rusa) y, en lugar de buscar una solución pacífica, intentan destruir a Rusia desde dentro [2].

En el derecho internacional, Moscú sólo ha aplicado la resolución del Consejo de Seguridad de 2015. Se le puede reprochar su brutalidad, pero no su precipitación (siete años), ni su ilegitimidad (resolución 2202). Los presidentes Petro Poroshenko, François Hollande, Vladimir Putin y la canciller Angela Merkel se habían comprometido, en una declaración conjunta adjunta a la resolución, a hacer lo mismo. Si alguna de estas potencias hubiera intervenido antes, podría haber elegido otras modalidades de operación, pero ninguna lo hizo.

El 24 de agosto de 2022, el presidente ucraniano se dirigió por tercera vez al Consejo de Seguridad por videoconferencia. Sin embargo, el reglamento del Consejo exige que los oradores, excepto los funcionarios de la ONU en misión, estén físicamente presentes para hablar. La Secretaría General y la mayoría de los miembros del Consejo aceptaron esta irregularidad, a pesar de la oposición de Rusia.

Lógicamente, el Secretario General de la ONU debería haber llamado al orden a los miembros del Consejo para que no condenaran la operación rusa, que habían aceptado en principio siete años antes, sino que determinaran las modalidades. No lo hizo. Por el contrario, la Secretaría General, saliéndose de su papel y poniéndose del lado del sistema unipolar, acaba de dar instrucciones verbales a todos sus altos funcionarios en los teatros de guerra para que no se reúnan con diplomáticos rusos.

No es la primera vez que la Secretaría General viola los estatutos de la ONU. Durante la guerra contra Siria, redactó un plan de 50 páginas sobre la abdicación del gobierno sirio, que implicaba la pérdida de la soberanía popular siria y la desbautización del país. Este texto nunca se publicó, pero lo analizamos en estas columnas con horror. Al final, el enviado especial del Secretario General en Damasco, Staffan de Mistura, se vio obligado a firmar una declaración reconociendo su invalidez. En cualquier caso, la nota de la Secretaría General que prohíbe a los funcionarios de la ONU participar en la reconstrucción de Siria [3] sigue vigente. Es la nota que paraliza el regreso de los exiliados a su país, para gran disgusto no sólo de Siria, sino también de Líbano, Jordania y Turquía.

Durante la guerra de Corea, Estados Unidos aprovechó la política de la silla vacía soviética para librar su guerra bajo la bandera de las Naciones Unidas (en aquella época, la República Popular China no formaba parte del Consejo). Hace diez años, utilizaron el personal de la ONU para librar una guerra total contra Siria. Hoy, van más allá al posicionarse en contra de un miembro permanente del Consejo de Seguridad.

Después de convertirse en una organización patrocinada por las multinacionales bajo Kofi Annan, la ONU se ha convertido en un anexo del Departamento de Estado bajo Ban Ki-moon y António Guterres.

Rusia y China son conscientes, al igual que los demás Estados, de que la ONU ya no cumple su función. Al contrario, la Organización está agravando las tensiones y participando en guerras (al menos en Siria y el Cuerno de África). Así que Moscú y Pekín están desarrollando otras instituciones.

Rusia ya no está centrando sus esfuerzos en las estructuras heredadas de la Unión Soviética, como la Comunidad de Estados Independientes, la Comunidad Económica Euroasiática o incluso la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva; tampoco se está centrando en las estructuras heredadas de la Guerra Fría, como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. No, se centra en lo que puede rediseñar un mundo multilateral.

En primer lugar, Rusia destaca las acciones económicas de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). No las reivindica como sus logros, sino como esfuerzos conjuntos en los que participa. Trece Estados esperan unirse a los BRICS, pero, por el momento, no están abiertos a la adhesión. Los BRICS ya tienen mucho más poder que el G7, actúan, mientras que el G7 lleva varios años declarando que hará grandes cosas que nunca se ven venir y otorgando puntos buenos y malos a los ausentes.

Sobre todo, Rusia está impulsando una mayor apertura y una profunda transformación de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Hasta ahora, sólo era una estructura de contacto para los países de Asia Central, en torno a Rusia y China, para evitar los problemas que los servicios secretos anglosajones intentaban fomentar allí. Poco a poco, permitió a sus miembros conocerse mejor. Ampliaron su trabajo a otras cuestiones comunes. Además, la OCS se ha ampliado para incluir a India y Pakistán, y más tarde a Irán. En la práctica, ahora encarna los principios de Bandung, basados en la soberanía de los Estados y la negociación, frente a los de Occidente, basados en la conformidad con la ideología anglosajona.

La OCS representa dos tercios de la población mundial, es decir, cuatro veces más que el G7, incluida la Unión Europea. Es allí, y no en otro lugar, donde se toman las decisiones internacionales que cuentan.

Los occidentales despotrican, mientras que Rusia y China avanzan. Digo “despotricar” porque creen que su despotricar es eficaz. Así, Estados Unidos y el Reino Unido, y luego la Unión Europea y Japón, han tomado medidas económicas muy duras contra Rusia. No se atrevieron a decir que se trataba de una guerra para mantener su autoridad sobre el mundo, así que las llamaron “sanciones”, aunque no había ningún tribunal, ningún caso de defensa, ninguna sentencia. Por supuesto, se trata de sanciones ilegales porque se decidieron fuera de las Naciones Unidas. Pero a Occidente, que dice ser el defensor de las “reglas internacionales”, no le sirve el derecho internacional.

Por supuesto, el derecho de veto de los cinco miembros permanentes del Consejo impide que se adopten sanciones contra uno de ellos, pero eso es precisamente porque el objetivo de la ONU no es ajustarse a la ideología anglosajona, sino preservar la paz mundial.

Vuelvo a mi punto de vista: Rusia y China avanzan, pero a un ritmo muy diferente al de Occidente. Entre el compromiso ruso de intervenir en Siria y el despliegue de sus soldados allí pasaron dos años; dos años que sirvieron para ultimar el armamento que aseguraba su superioridad en el campo de batalla. Pasaron siete años entre el compromiso ruso con Minsk II y la intervención militar en Donbass; siete años que se utilizaron para preparar la elusión de las sanciones económicas occidentales.

Por ello, estas “sanciones” no consiguieron poner de rodillas a la economía rusa, sino que afectaron profundamente a quienes las emitieron. Los gobiernos alemán y francés prevén gravísimos problemas energéticos que ya están obligando a algunas de sus fábricas a estar paradas y a cerrar pronto. En cambio, la economía rusa está en pleno auge. Tras dos meses en los que el país vivía de sus existencias, ha llegado la hora de la abundancia. Los ingresos del tesoro ruso se han disparado un 32% en el primer semestre del año [4]. El rechazo de Occidente al gas ruso no sólo hizo subir los precios en beneficio del primer exportador, Rusia, sino que este alejamiento del discurso liberal asustó a otros Estados, que acudieron a Moscú en busca de tranquilidad.

China, que es presentada por Occidente como un vendedor de chatarra que envía a sus presas a una espiral de endeudamiento, acaba de anular la mayor parte de las deudas que tienen con ella 13 Estados africanos.

Todos los días escuchamos los nobles discursos y acusaciones occidentales contra Rusia y China. Pero todos los días vemos también, si nos fijamos en los hechos, que la realidad es la contraria. Por ejemplo, Occidente nos dice sin pruebas que China es una “dictadura” y que ha “encarcelado a un millón de uigures”. Aunque no disponemos de estadísticas recientes, todos sabemos que en China hay menos presos que en Estados Unidos, a pesar de que este país tiene cuatro veces menos población. O se nos dice que los homosexuales son perseguidos en Rusia, mientras vemos mayores discotecas gay en Moscú que en Nueva York.

La ceguera occidental lleva a situaciones omnipresentes en las que los líderes occidentales ya no perciben el impacto de sus contradicciones.

Reunión de los presidentes Emmanuel Macron y Abdelmadjid Tebboune en el Palacio de El Mouradia sobre la lucha contra los yihadistas en el Sahel, el 26 de agosto de 2022, en presencia de los generales responsables de la seguridad interior y exterior. Tras las guerras de Libia, Siria y Malí, Francia ya no puede ocultar su apoyo a los yihadistas

Así, el presidente Emmanuel Macron se encuentra actualmente en Argelia. Intenta reconciliar a las dos naciones y comprar gas para contrarrestar la escasez que él mismo ha contribuido a provocar. Es consciente de que llega un poco tarde, después de que sus aliados (Italia y Alemania) hayan hecho sus compras. Por otra parte, ha querido creer erróneamente que el principal problema franco-argelino era la colonización. No se da cuenta de que la confianza es imposible porque Francia apoya a los peores enemigos de Argelia, los yihadistas en Siria y el Sahel. No establece el vínculo entre su falta de relaciones diplomáticas con Siria, su expulsión de Malí [5] y la frialdad con la que se le recibe en Argel.

Es cierto que los franceses no saben lo que son los yihadistas. Acaban de juzgar, en el mayor juicio del siglo, los atentados de Saint-Denis, de las terrazas de París y del Bataclan (13 de noviembre de 2015), sin poder plantear la cuestión del apoyo del Estado a los yihadistas. Al hacerlo, lejos de mostrar su sentido de la justicia, han mostrado su cobardía. Han demostrado estar aterrorizados por un puñado de hombres, mientras que Argelia experimentó decenas de miles durante su guerra civil y todavía lo hace en el Sahel.

Mientras Rusia y China avanzan, Occidente no se queda quieto, sino que retrocede. Seguirá cayendo mientras no aclare su política, mientras no ponga fin a su doble rasero de juicio moral y mientras no ponga fin a su doble juego.

[1“Ukraine security chief: Minsk peace deal may create chaos, Yuras Karmanau, Associated Press, January 31, 2022.

[2] “The Western strategy to dismantle the Russian Federation”, by Thierry Meyssan, Translation Roger Lagassé, Voltaire Network, 17 August 2022.

[3] “Parameters and Principles of UN assistance in Syria”, by Jeffrey D. Feltman, Voltaire Network, 15 October 2017.

[4] “Meeting with Head of the Federal Taxation Service Daniil Yegorov“, The Kremlin, August 25, 2022.

[5] « Le Mali face aux contradictions françaises », par Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 23 août 2022.

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