por María Luisa Ramos Urzagaste. En Sputnik en castellano
foto: Reuters / Thilo Schmuelgen
Los alimentos, el agua y la energía son factores esenciales para la vida, por tanto, quien los controle tendrá poder en el mundo. Así lo entienden las corporaciones transnacionales, que no cesan en desplegar sus garras y para ello usan todos los medios a su alcance.
La tecnología transgénica es un instrumento eficaz de las transnacionales para mantener bajo dominio importantes sectores de la economía. Estas corporaciones están protegidas por el sistema internacional de patentes y no son responsables por la contaminación ni los daños que ocasionan.
En ese entendido, un país que se pretenda ‘soberano’ tendrá que evitar que la seguridad alimentaria, la salud y el medio ambiente caigan bajo control de esos intereses mezquinos y ajenos.
El problema surge cuando los gobiernos optan por defender y promover objetivos particulares o de grupos, que van en contra de la ruta del bien común, olvidando que fueron elegidos para proteger a la población en su conjunto, en especial a los más necesitados.
Más que un coctel de genes
Los transgénicos u organismos genéticamente modificados son seres vivos, plantas o animales que han sido manipulados mediante ingeniería genética, a los que se ha introducido varios genes de otras especies.
La soja transgénica, por ejemplo, contiene un gen de otra planta que le otorga resistencia a la sequía, un gen del ‘bacillus thuringiensis’, para que resista a ciertas plagas, un gen de la bacteria ‘streptomyces viridochromogenes’ para resistir al herbicida glufosinato de amonio y para generar resistencia al glifosato se le ha introducido un gen de la bacteria ‘agrobacterium tumefaciens’.
Esto es apenas una parte de la historia. Se puede agregar, solo como ‘curiosidad’, que la tecnología transgénica utiliza por ejemplo partes de adenovirus, retrovirus, que se caracterizan por alta agresividad, que cumplen diferentes funciones en el nuevo organismo, entre ellas el de transportar los genes mencionados líneas arriba.
Por tanto, no se trata de simple semillas, lo correcto es decir que la semilla transgénica es en realidad un paquete tecnológico. Esta tecnología implica además el uso de agroquímicos altamente tóxicos, que mata otras plantas, excepto la transgénica, por ser resistente a esas sustancias.
El colosal ‘lobby’ de las corporaciones
La difusión de la tecnología transgénica en el mundo se debe a que las corporaciones realizan un intenso ‘lobby’ en gobiernos, universidades, sindicatos, centros de investigación y organizaciones no gubernamentales y así logran su autorización en cada país, pues así lo exige la normativa internacional.
Compran conciencias, juegan con la ignorancia de funcionarios públicos irresponsables, que desconocen los riesgos y que tampoco se interesan en saberlo y la mayoría de los países no cuenta con normativas adecuadas.
Peor aún, algunas autorizaciones se realizan en base a información que las propias empresas privadas proporcionan y no se evalúa todo el paquete tecnológico, sino que se limitan apenas a observar rendimientos de cultivos transgénicos frente a cultivos convencionales.
El glifosato, factor sustancial para provocar cáncer
En febrero pasado, la empresa argentina Bioseres presentó en dicho país la soja HB4, tolerante a la sequía, al glifosato, y al glufosinato de amonio.
Dicho así suena interesante, si es que no supiésemos que se trata de un coctel de nuevos genes en las semillas, cuyo comportamiento nadie ha podido demostrar que sea estable en el tiempo y, por tanto, inocuos.
Como dicen por ahí, las corporaciones ‘juegan a ser Dios’ manipulando información genética sin medir consecuencias futuras y sumado a eso, el uso obligado de agroquímicos altamente peligrosos.
Mientras que la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC, por su sigla en inglés, dependiente de la Organización Mundial de la Salud) ha clasificado el glifosato como “probable carcinogénico para humanos”; la empresa Bayer, que compró a Monsanto, productora del glifosato o Roundup, lo niega rotundamente.
Se cuentan por miles las demandas contra Monsanto-Bayer, por los daños que ha ocasionado el glifosato.
El jardinero Dewayne Johnson, con cáncer terminal, ganó a Monsanto una demanda por 289 millones de dólares. La juez a cargo del juicio afirmó que encontraron que el glifosato sí representó un peligro sustancial y que había pruebas claras de que la empresa había actuado con mala fe.
Un jurado en Estados Unidos determinó que un herbicida basado en glifosato fue “un factor sustancial” en la aparición de cáncer en Edwin Hardeman, un hombre de 70 años de edad, residente en el condado de Sonoma. Por otro lado, un jurado en California determinó que Bayer debe pagar 2.000 millones de dólares a una pareja pues el herbicida Roundup les provocó cáncer.
No solo cáncer, sino espionaje y experimentos nazis
Bayer, que es dueña de Monsanto productora de glifosato, se vio obligada a presentar disculpas porque su filial investigó ilegalmente a dos centenares de políticos, periodistas y científicos franceses para conocer sus posturas con respecto a los transgénicos y el herbicida glifosato.
Pero la historia de Bayer además se ve salpicada por hechos ocurridos durante el Holocausto bajo la dirección del sádico nazi Josef Mengele en el campo de concentración de Auschwitz.
Eva Mozes Kor, una sobreviviente del Holocausto, acusó hace algunos años al poderoso laboratorio alemán no solo de haber fabricado los productos que terminaron finalmente con la vida de su hermana, sino también de haber pagado a funcionarios del régimen nazi para participar en los terribles experimentos e investigaciones.
Eva Mozes Kor y su hermana melliza Miriam tenían apenas 9 años cuando Mengele les inyectó una serie de productos químicos supuestamente fabricados por Bayer como parte de los experimentos genéticos que realizó con un total de 1.500 mellizos.
Intereses empresariales: agroquímicos, anticancerígenos y libros
La empresa Bioceres, dueña de la tecnología transgénica llamada HB4, cuenta entre sus accionistas a Gustavo Grobocopatel y Hugo Sigman.
Grobocopatel es presidente del grupo empresarial Los Grobo con eje en la producción y exportación agroindustrial alimentaria en el continente sudamericano. Es el primer productor de trigo en Argentina y el segundo de soja, no por nada ha recibido el mote de ‘Rey de la Soja’.
Por cierto, es el propio multimillonario quien se ocupa de relatar las “bondades” del glifosato. El grupo Los Grobo factura más de 1.000 millones de dólares al año.
El empresario Hugo Sigman tiene negocios que abarcan a las industrias farmacéutica, agroforestal, cultural, vacunas y productos biotecnológicos para uso humano y veterinario, tratamientos para el cáncer, editan libros y producen hasta películas.
¿Biodiésel y alimento para ganado?
El negocio transnacional agropecuario ahora convierte alimentos en combustible, lo cual tiene ribetes antiéticos pues con tantas necesidades de alimentos en la región latinoamericana y en el mundo, se destinan millones de hectáreas para producir “alimento para chatarra”.
Técnicamente esos cultivos para agrocombustibles —mal llamado biodiésel—, no serían aptos para consumo humano ni animal.
“Gobierno boliviano cede respecto a soja transgénica pero aún hay resistencia” https://t.co/5cQ6v9etCM — Sputnik Mundo (@SputnikMundo) March 20, 2019
En el caso de la soja transgénica, luego de extraer los aceites para el agrocombustible, se generan varios subproductos como los pellets y la glicerina. El peligro es que esos subproductos podrían ser utilizados como alimentos para rumiantes.
La lecitina, que es otro subproducto de la soja se usa en aplicaciones como bebidas, margarinas, y aderezos, entre otras. Es decir que el riesgo de que esos cocteles de genes y agroquímicos que inicialmente eran ‘solo’ para biodiesel lleguen a tu mesa, es alto.
Lamentablemente esta historia no es nueva, pues ya hubo casos en que se usó como ‘conejillo de indias’ a poblaciones vulnerables, alimentándolas con ayuda alimentaria donada, compuesta por transgénicos no aptos para consumo humano.
Dado que el agronegocio conforma encadenamientos productivos, no debe descartarse que con la soja transgénica para biodiésel busquen “matar dos pájaros de un tiro” y producir además alimentos para ganado y así sostener el negocio de exportación de carne.
Mentiras y deslinde de responsabilidades
Hubo un tiempo en que la propaganda transgénica prometía acabar con el hambre en el mundo, pero esa mentira no pudo sostenerse.
Está más que demostrado que los transgénicos exacerban los problemas ambientales, por el alto uso de agroquímicos.
Los monocultivos que además son en gran escala, promueven la deforestación descomunal, que contribuye al cambio climático.
¿Quién asume las consecuencias del uso de los agroquímicos como el glifosato o el glufosinato de amonio en la salud de la población que consume esos productos o está expuesta a las fumigaciones?
La tecnología transgénica y sus métodos actuales no ha demostrado ser segura. No olvidemos que se manipula información genética de bacterias y virus altamente invasivos, que luego van a parar a nuestros organismos.
La lista de riesgos y dudas es interminable. ¿Entonces por qué promover su uso y consumo si no ha demostrado ser una tecnología inocua?
El Estado debe proteger
El ‘lobby’ del agronegocio es colosal y el ciudadano común se halla indefenso ante tanto poder, y por ello la responsabilidad de los gobernantes de proteger a sus habitantes es mayor cada día.
Es el Estado, el Gobierno quien debe regular y poner freno a los intereses mezquinos e irresponsables cuando tecnologías peligrosas e inciertas ponen en riesgo la salud, el medioambiente y la economía de los ciudadanos.
Un mecanismo importante es el llamado Principio de Precaución adoptado por las Naciones Unidas. Este principio permite a los países adoptar medidas protectoras ante los riesgos y dudas. Eso implica contenerse y no autorizarlos.
¿O será que quienes se encuentran eventualmente en funciones de responsabilidad gubernamental estarán en capacidad de asumir sus responsabilidades a futuro, sobre sus decisiones de hoy?
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