Dmitry Orlov – Lecciones post-soviéticas para un siglo post-americano

Traducción al español por Huan Manwë

Tomado de Club Orlov: https://docs.google.com/document/d/1dMfaNI4Dnx81i9K48KGVUKWkIV2UDRcNIsSelPAenYQ/edit?hl=en

Introducción

Hace una década y media el mundo fue de bipolar a unipolar, porque uno de los polos se derrumbó: La URSS (S.U. en inglés) ya no existe. El otro polo—simétricamente llamado US—no ha caído—todavía, pero hay nubarrones oscuros en el horizonte. El colapso de los Estados Unidos parece hoy tan improbable como el de la Unión Soviética en 1985. La experiencia del primer colapso puede ser muy instructiva para aquellos que desean sobrevivir al segundo.

La gente razonable nunca discutiría que las dos superpotencias eran exactamente simétricas; entre otras similitudes significativas, tenían igualmente diferencias notables, ambas son valiosas al predecir cómo la segunda mitad de la superpotencia gigante con pies de barro que una vez se paseó por el planeta afrontará cuando se derrumbe.

He querido escribir este artículo desde hace casi una década. Hasta hace poco, sin embargo, poca gente se lo ha tomado en serio. Después de todo, ¿quién habría dudado que la potencia económica más importante del mundo que son los Estados Unidos, habiendo ganado recientemente la Guerra Fría y la Guerra del Golfo, continuaría triunfante en un futuro brillante de superautopistas, jets supersónicos y colonias interplanetarias?

Pero más recientemente el número de escépticos ha comenzado a aumentar firmemente. EEUU es desesperadamente dependiente de la disponibilidad de petróleo y gas natural barato, abundante y es adicto al crecimiento económico. Una vez que el petróleo y el gas se hagan caros (tal como lo están haciendo) y en un contexto de suministro cada vez más escaso (cuestión de uno o dos años como mucho), el crecimiento económico se detendrá, y la economía de los EE.UU. colapsará.

Muchos pueden mofarse todavía de este prólogo, pero este artículo debería encontrar unos cuantos lectores de todas formas. En Octubre de 2004, cuando comencé a trabajar en él, una búsqueda de internet de “peak oil” y “colapso económico” tendían unos 16.300 documentos; para abril de 2005 ese número aumentó a 4.220.000 . Este es un cambio dramático en la opinión pública, por que lo que se conoce del asunto ahora es más o menos lo que se sabía hace una década, cuando sólo habia una sola web dedicada al tema: Dieoff.org de Jay Hanson. Esta marea de cambio en la opinión pública no se restringe sólo a internet, sino que es visible en la prensa corriente y en la especializada. Así, la falta de atención prestada al tema durante décadas resultó no solo de la ignorancia, sino de la negación: aunque la teoría básica que se usa como modelo y la fuente de predicción del declive se ha comprendido bien desde los 60, la mayoría de la gente prefiere negarla.

Negación

Aunque esto se salga un poco del tema del colapso soviético y lo que pueda enseñar algo sobre el nuestro, no puedo resistir decir unas pocas palabras sobre la negación, porque es un tema interesante. También espero que ayude a algunos de vosotros a ir más allá de la negación, siendo este un paso valioso hacia la comprensión de lo que voy a decir aquí.

Ahora que hay muchas predicciones haciéndose realidad más o menos en sus fechas, y que se está haciendo cada vez más difícil ignorar el firme aumento de los precios de la energía y las advertencias de los expertos en energía de todo pelaje, la negación directa se está viendo gradualmente reemplazada por formas más sutiles de negación, que se centran en evitar cualquier discusión seria y sensata de las consecuencias probables del cenit del petróleo, y las formas en las que podremos sobrellevarlo.

En vez de eso, hay mucha discusión de política: lo “nosotros” que debemos hacer. Ese “nosotros” en la pregunta es algún tipo de reminiscencia del Espíritu del Puedo-Hacerlo americano: un consorcio de agencias gubernamentales brillantemente no organizadas, llevando a universidades, centros de investigación, y corporaciones importantes a trabajar todas juntas hacia el objetivo de producir energía abundante, limpia, y ambientalmente segura, para espolear otro siglo de expansión económica. ¡Bienvenidos a la película del fin del universo!

Se oye a menudo que “podemos hacerlo, solo si queremos”. Más a menudo lo oímos de no especialistas, a veces de economistas, y casi nunca de científicos e ingenieros. Unos pocos cálculos en borrador bastan generalmente para sugerir otra cosa, pero aquí la lógica choca contra la fe en la Diosa Tecnología: ella nos salvará. En su altar hay ensamblados varios objetos rituales del Espíritu del Puedo-Hacerlo: una célula fotovoltaica, una célula de fuel, etanol y biodiesel. Fuera de este lado del altar hay una caja de Pandora llena de carbón, asfalto, hidratos oceánicos y plutonio: si la Diosa se enfada, liquida la vida en la Tierra.

Pero miremos más allá de la simple fe, y centrémonos en algo ligeramente más racional. Este “nosotros”, esta entidad resuelve-problemas altamente organizada, muy poderosa se está quedando sin energía rápidamente, y una vez que lo haga ya no será tan poderosa. Me gustaría sugerir que cualquier plan a largo plazo que intente resolverlo está condenado, simplemente porque las condiciones de crisis harán estos planes a largo plazo, junto con los proyectos grandes y ambiciosos, imposibles. Así, aconsejaría dejar de esperar algún milagroso dispositivo para poner en los SUV [los hummers y otros vehículos] y en los sótanos de cada McMansión, para que podamos vivir más felices siempre en este sueño suburbano, que se está pareciendo cada vez más a una pesadilla.

El siguiente círculo de negación se revuelve sobre lo que debe pasar inevitablemente si la Diosa Tecnología nos falla: una serie de guerras por los cada vez más escasos recursos. Paul Roberts, que está bien informado sobre el peak oil, tiene esto que decir “lo que los estados desesperados siempre han hecho cuando los recursos se hacen escasos…. es luchar por ellos”. No discutamos que esto nunca haya ocurrido, ¿pero se debe a algo más que a un inútil gesto de desesperación? Las guerras se comen los recursos, y cuando los recursos ya son escasos, las guerras por los recursos son un letal ejercicio de futilidad. Aquellos con más recursos supuestamente ganarían. No estoy diciendo que las guerras por recursos no ocurrirán. Sugiero que son inútiles, y que las victorias en estas guerras serán apenas distinguibles de las derrotas. También me gustaría decir que estos conflictos serían auto-limitantes: la guerra moderna emplea prodigiosas cantidad de energía, y si los conflictos se dan sobre las instalaciones de petróleo y gas, serán un fracaso como en Irak. Esto resultará en menos energía disponible, y consecuentemente menos guerra.

Tomemos por ejemplo, las dos últimas intervenciones de los EE.UU. en Irak. En cada caso, con resultado de las acciones de EE.UU, la producción de petróleo iraquí declinó. Parece ahora que toda la estrategia es un fracaso. Apoyar a Saddam, luego combatirlo, luego imponer sanciones, y finalmente echarle del poder, ha dejado los campos iraquíes tan dañados que la “última recuperación” estimada para el petróleo iraquí es ahora del 10-12% de lo que hubo alguna vez bajo tierra (según el New York Times).

Alguna gente incluso sugiera una guerra de recursos con un fin de partida nuclear. En este punto soy optimista. Como Robert McNamara una vez pensó, las armas nucleares son demasiado difíciles para ser utilizadas. Y aunque él ha hecho mucho trabajo para que sean más fáciles de utilizar, con la introducción de bombas pequeñas, tácticas, de batalla y por el estilo, y a pesar del reciente interés en “destruye-búnqueres” nucleares, todavía se hacen un lío, y son difíciles de encajar en una estrategia sensata que lleve a un suministro incrementado de energía. Notando que las armas convencionales no han sido efectivas en el área, esta poco claro en que las armas nucleares pueden producir mejores resultados.

Pero estos son detalles; el punto que quiero reseñar es que proponer guerras de recursos, incluso en un escenario pesimista, es todavía una forma de negación. La asunción implícita en esto es: si todo lo demás falla y vamos a la guerra y ganamos, el petróleo volverá a fluir, y volveremos a nuestros negocios habituales en un periquete. Otra vez, aconsejaría no esperar el éxito de una política global de acción para comerse la mayoría de los suministros de petróleo del mundo por los Estados Unidos.

Fuera de este último círculo de negación está un salvajismo enorme llamado el Colapso de la Civilización Occidental, dirigido por los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, como alguna gente te hará creer. Aquí no hay negación sino escasismo: la búsqueda del gran final, un capítulo final heroico. Las civilizaciones se colapsan –este es uno de los hechos más conocidos de ellas- pero como cualquiera que haya leído El declive y la caída del Imperio Romano te dirá, el proceso puede llevar siglos.

Lo que tiende a colapsarse de repente es la economía. Las economías, también, se sabe que se colapsan, y lo hacen muchísimo más rápido que las civilizaciones. Una economía no se colapsa en un agujero negro del que ninguna luz escapa. En vez de eso, otra cosa ocurre: la sociedad comienza a reconfigurarse espontáneamente, se establecen nuevas relaciones, evolucionan nuevas reglas, para encontrar un punto de equilibrio en una tasa de gasto menor de recursos.

Notemos que el ejercicio implica un alto coste humano: sin una economía, mucha gente se encontrará de repente tan indefensa como recién nacidos. Muchos morirán más pronto que de la otra forma: algunos llaman a esto un “die-off”. Hay una parte de la población que es la más vulnerable: los jóvenes, los viejos, y los enfermos; los locos y los suicidas. Hay otra parte de la población que puede sobrevivir indefinidamente con insectos y hojas de árbol. La mayoría de la gente estará entre los dos extremos. Una vez que aceptamos la idea de que no nos colapsaremos en la nada, sino que el colapso económico dará lugar a unas economías nuevas, más pequeñas y más pobres, podemos comenzar a razonar sobre las diferencias y similitudes entre un colapso que ya ha ocurrido y el que está a punto de suceder. A diferencia de los astrofísicos, que pueden predecir fiablemente si una estrella determinada se colapsará en una estrella de neutrotes o en un agujero negro siguiendo medidas y cálculos, yo tengo que trabajar con observaciones generales y evidencias anecdóticas. Sin embargo, mi experimento de pensamiento me permite adivinar la forma general de la nueva economía, y llegar a las estrategias de supervivencia que puedan ser de uso para individuos o pequeñas comunidades.

El Colapso de la Unión Soviética – un vistazo

Cuando tratamos de pensar en lo que ocurre cuando una sociedad moderna se colapsa, y la sociedad que la apoya se desintegra, un vistazo a un país que ya ha pasado recientemente por la misma experiencia puede ser muy educativo. Tenemos suerte de tener tal ejemplo: el colapso de la Unión Soviética. Pasé un total de seis meses viviendo, viajando, y haciendo negocios en Rusia durante el periodo de la Perestroika y el periodo inmediatamente posterior, y estuve fascinado por la transformación de la que fui testigo.

Lo específico es diferente, por supuesto. Los problemas soviéticos parecen haber sido en naturaleza más organizativos que físicos, aunque el hecho de que la Unión Soviética se colapsó justo tres años después de llegar a su cenit del petróleo no es una coincidencia. La causa última del colapso espontáneo de la URSS sigue siendo un misterio. ¿Fue la Guerra de las Galaxias de Ronald Reagan? ¿O fue la tarjeta American Express de Raisa Gorbachev? Es posible engañar sobre un escudo de defensa antimisiles; pero no lo es mentir en una tienda Herod’s. Los argumentos vienen y van. Una teoría contemporánea dice que la élite soviética hizo todo el programa cuando decidieron que el socialismo soviético no les iba a hacer ricos. (Permanece poco claro por qué tardó la élite soviética 70 años en darse cuenta de esta obvia conclusión). Una explicación un poco más de sentido común es esta: durante el periodo de “estagnación” pre-perestroika, debido a la subrepresentación crónica de la economía, enfrentada a niveles de gasto militar records, déficit comercial y deuda externa, se hizo cada vez más difícil para la familia media de clase media rusa de un hijo con ambos padres trabajadores llegar a fin de mes. (¿nos suena familiar ahora?) Por supuesto, los burócratas del gobierno no estaban muy convencidos sobre las necesidades de la gente. Pero la gente encontró formas para sobrevivir esquivando los controles del gobierno de una miríada de maneras, previniendo al gobierno de lograr los resultados que se necesitaban para que el sistema continuase en marcha. Así, el sistema tuvo que ser reformado. Cuando esto se vió claro, los reformadores se pusieron manos a la obra para intentar reformar el sistema. Al final el sistema no podía ser reformado. En vez de adaptarse, se derrumbó.

Rusia fue capaz de resurgir económicamente por que continua siendo bastante rica en petróleo y muy rica en gas natural, y continuará disfrutando de una prosperidad relativa por al menos unas pocas décadas más. En Norteamérica, por otra parte, la producción de petróleo llegó a su cenit a comienzos de los 70 y ha estado en declive desde entonces, mientras que la producción de gas natural ahora va a caer en un abismo. Aun las necesidades energéticas continúan escalando mucho más de lo que el continente puede suministrar, haciendo tal recuperación espontánea imposible. Cuando digo que Rusia se recuperó, no intento entender el coste humano del colapso soviético, o la desviación y las disparidades económicas de la renacida economía rusa. Sino que estoy sugiriendo que donde Rusia logró recuperarse fue por que el recurso no estaba totalmente agotado mientras que los Estados Unidos ya lo ha gastado, y es por tanto menos capaz de recuperarse. Este “cuadro” de diferencias no es tan interesante. Lo son las similitudes en microescala lo que ofrece lecciones prácticas interesantes sobre cómo grupos pequeños de individuos pueden tratar exitosamente con un colapso económico y social. Y esto es donde la experiencia post-soviética ofrece muchas lecciones útiles.

Volviendo a Rusia

Volé a Leningrado, que fue pronto recristianizado como San Petersburgo, en el verano de 1989, alrededor de un año después de que Gorbachov liberase al último lote de presos políticos, mi tío entre ellos, que habían sido encerrados en el intento final y senil del Secretario General Andropov de imponer su puño de hierro. Por primera vez fue posible a los exiliados soviéticos volver de visita. Había pasado más de una década desde que me fui, pero el lugar era casi tal como lo recordaba: calles llenas de Volgas y Ladas, eslóganes Comunistas en los tejados de los edificios en luces de neón, colas largas en las tiendas.

Casi la única cosa nueva era la actividad incesante entorno al recién organizado movimiento cooperativo. Una nueva clase empresarial estaba ocupada quejándose de que a sus cooperativas sólo se les permitía vender al gobierno, a los precios del gobierno, mientras incubaban ingenuos esquemas para rascar algo de los acuerdos de trueque. La mayoría se iban a arruinar. No resultó ser un modelo exitoso de negocio para ellos o para el gobierno, que estaba, como resultó, dando sus últimos coletazos.

Volví un año más tarde, y encontré un sitio que casi no reconocía. Primero de todo, olía diferente: la polución se había ido. Las fábricas habían cerrado, había muy poco tráfico, y el aire fresco olía maravilloso! Los almacenes estaban vacíos y a menudo cerrados. Había muy pocas estaciones de servicio abiertas, y las que estaban abiertas tenían colas de varias manzanas. Había un tope de diez litros para comprar gasolina.

Ya que no teníamos nada mejor que hacer, mis amigos y yo decidimos ir a la carretera, a visitar las antiguas ciudades rusas de Pskov y Novgorod, recorriendo el campo por el camino. Para esto teníamos que conseguir combustible. Fue difícil encontrarlo. Había en el mercado negro, pero nadie se sentía particularmente inclinado a dar algo valioso a cambio de algo tan inútil como el dinero. La moneda soviética dejó de tener valor, ya que había tan poco que comprar con él, y la gente todavía estaba quisquillosa con el dinero extranjero.

Por suerte hubo algo de suministro de otra clase de moneda disponible a nosotros. Fue hacia el final de la campaña fracasada anti-alcoholismo de Gorbachov, en la que el vodka fue racionado. Hubo una muerte en mi familia, por la que recibimos unos cupones de vodka por el valor del funeral, que amortizamos directamente. Lo que quedaba de vodka lo pusimos en el maletero del viejo Lada, y salimos. Cada medio litro de vodka lo intercambiábamos por diez litros de gasolina, dando al vodka más eficiencia energética que el combustible de un cohete.

Hay una lección aquí: cuando estamos enfrentados a una economía en colapso, debemos dejar de pensar en riqueza en términos de dinero. El acceso a fuentes reales físicas, así como otras intangibles como contactos y relaciones, se vuelve mucho más valioso que el dinero.

***

Dos años más tarde volví otra vez, esta vez al final del invierno. Estuve en viaje de negocios por Minsk, San Petersburgo y Moscú. Mi misión fue la de ver si algo de la antigua industria de defensa soviética podía ser reconvertida al uso civil. La parte del negocio en este viaje fue un fiasco total y una pérdida completa de tiempo, como uno podría esperar. En otros aspectos, fue muy educativa.

Minsk parecía despertar rudamente de la hibernación. Durante las pocas horas de luz del día, las calles estaban llenas de gente, que solo estaban por ahí, como preguntándose qué hacer después. La misma sensación se desprendía de las oficinas ejecutivas, en donde la gente que yo solía creer como representantes del “imperio del mal” estaban sentados bajo polvorientos retratos de Lenin pensando en su destino. Nadie tenía respuestas.

El único rayo de luz vino de un zalamero abogado de Nueva York que estaba por el lugar tratando de organizar una lotería del estado. Era casi el único hombre con un plan. (El director de un instituto de investigación que estuvo anteriormente contratado para producir partes para vasijas de reactores de fusión nuclear, o algo así, también tenía un plan: quería construir casitas de verano). Recogí mi negocio y cogí el tren nocturno a San Petersburgo. En el tren, un cómodo coche cama, compartí habitación con un médico joven recién retirado del ejército, que me enseño un fajo de billetes de cien dólares y me contó todo sobre el tráfico de diamantes local. Compartimos una botella de coñac y nos dormimos. Fue un viaje agradable.

San Petersburgo fue un shock. Había una sensación de desesperación en el ambiente invernal. Había mujeres viejas pululando en mercados espontáneos al aire libre intentando vender juguetes que probablemente pertenecían a sus nietos, para comprar algo para comer. Se podía ver gente de clase media revolviendo los cubos de basura. Todo el mundo parecía azotado por la hiperinflación. Llegué con un montón de billetes de un dólar o mil rublos, que era unas cinco veces el salario medio mensual. Repartí muchos de estos estúpidos billetes de mil rublos: “Solo quiero asegurarme de que tienes suficiente”. La gente se sorprendía: “esto es mucho dinero!” “No, que va. Asegúrate de gastártelo cuanto antes.” Sin embargo, cuando las luces se encendían, había calor en las casas, y los trenes llegaban a su hora.

Mis negocios itinerantes implicaban un viaje al campo a recorrerlo y a tener reuniones en alguna instalación científica. Las líneas telefónicas del lugar estaban averiadas, y decidía meterme en un tren e ir allí. El único tren salía a las 7 de la mañana. Aparecí a las 6, pensando que podría encontrar desayuno en la estación. La estación estaba a oscuras y cerrada. En la calle, había un local sirviendo café, con una cola que doblaba la manzana. Había también una mujer vieja en frente de la tienda, vendiendo bollos en una bandeja. Le ofrecí un billete de 300 rublos. “No tires el dinero” me dijo. Le ofrecí comprarle la bandeja entera. “¿Y qué va a comer el resto de la gente?” me preguntó. Así que fui a la cola de la caja, presenté mi billete de mil rublos, traje un montón de calderilla inútil y una factura, presentando la factura, recogiendo un vaso de líquido marrón caliente, me lo bebí, devolví el vaso, pagué a la vieja mujer, cogí mi bollo, y se lo agradecí un montón. Fue una lección de civismo.

***

Tres años más tarde, volví otra vez, y la economía estaba comenzando claramente a recuperarse, al menos en un grado en el que había bienes disponibles a quien tenía dinero, pero seguían cerrando empresas, y mucha gente estaba sufriendo claramente. Había nuevos almacenes privados, que tenían mucha seguridad, y que vendían bienes de importación por moneda extranjera. Muy poca gente se podía permitir comprar en estas tiendas. Había también mercados al aire libre en muchas plazas de la ciudad, en las que se hacían la mayoría de las compras. Se conseguían muchas cosas en unas cabinas metálicas cerradas, de las que bastantes pertenecían a la mafia chechena: una tenía una pila de billetes en un agujero y te compraban el artículo.

Había dificultades esporádicas con el suministro de dinero. Me acuerdo de estar esperando que los bancos abrieran para cambiar mis billetes de viaje. Los bancos estaban cerrados porque se les había terminado el dinero; estaban todos esperando que repartieran. De vez en cuando, salía el encargado a hacer este anuncio: el dinero está de camino, no hay que preocuparse. Había una gran división entre aquellos que estaban desempleados, subempleados, o trabajaban en la vieja economía y la nueva clase mercantil. Para aquellos que trabajaban para las viejas empresas del estado—escuelas, hospitales, ferrocarriles, telecomunicaciones, y lo que quedaba de los restos de la economía soviética—eran tiempos duros. Los salarios se pagaban esporádicamente, o no se pagaban. Incluso cuando la gente tenía su dinero, apenas les llegaba para subsistir.

Pero lo peor estaba claro que ya había pasado. Se había afianzado una nueva realidad económica. Un gran segmento de la población vio su nivel de vida reducido, a veces permanentemente. Le llevó a la economía diez años volver al nivel de antes del colapso, y la recuperación es incierta. Junto con estos nuevos ricos, había muchos cuyos ingresos nunca se recuperarían. Aquellos que no podían convertirse en parte de esta nueva economía, especialmente los pensionistas, pero también muchos otros, que se habían beneficiado del difunto estado socialista, apenas se ganaban la vida.

Este paseo por mis experiencias en Rusia es para dar un sentido general de lo que fui testigo. Pero son los detalles de lo que observé lo que será valioso para ver venir un colapso económico, y planificar para sobrevivirlo.

Similitudes entre las Superpotencias

Mucha gente encontraría una comparación directa entre Estados Unidos y la Unión Soviética incongruentes, si no directamente insultantes. Después de todo, ¿qué base hay para comparar un fracasado imperio comunista con la mayor economía del mundo? Alguno puede encontrar humorístico que el perdedor tenga algo que aconsejar al ganado en lo que ellos ven como un conflicto ideológico. Ya que las diferencias entre los dos aparecen obvias para la mayoría, dejadme indicar las similitudes, que espero que encontrareis no menos obvias.

La Unión Soviética y los Estados Unidos no son ni vencedor ni perdedor en las siguientes categorías: la carrera espacial, la carrera armamentística, la carrera carcelaria, la carrera del odioso imperio del mal, la carrera del expolio de lo recursos naturales, y la carrera de las bancarrotas. En alguna de estas categorías los Estados Unidos, digamos, mete la pata más tarde, logrando nuevos records después de que su rival fuera forzado a retirarse. Ambos creían con toda su alma en la ciencia, en la tecnología y en el progreso, justo antes de que ocurriera el desastre de Chernobyl. Después de aquello, solo quedaban los verdaderos creyentes.

Hay dos imperios industriales que después de la II Guerra Mundial intentaron imponer sus ideologías al resto del mundo: la democracia y el capitalismo contra el socialismo y la planificación centralizada. Ambos tuvieron algunos éxitos: mientras los Estados Unidos consiguieron crecimiento y prosperidad, la Unión Soviética logró cultura universal, cuidados sanitarios universales, mucha menos desigualdad social y garantizó –aunque menos- un cierto nivel de vida para todos los ciudadanos. Los medios de comunicación controlados por el estado hacían malabarismos para que la gente no se diera cuenta de qué bajo era ese nivel: “Aquellos felices rusos no saben lo mal que viven”, dijo Simone Signoret tras visitar Rusia.

Ambos imperios hicieron un gran lío en bastantes otros países, cada uno financiando y tomando directamente parte en conflictos sangrientos por todo el mundo para imponer su ideología, y para combatir la otra. Ambos hicieron otro gran lío dentro de sus propios países, estableciendo récords de porcentaje de población en las cárceles (Sudáfrica fue otro competidor en un momento dado). En esta última categoría los EEUU tienen ahora un éxito sin igual, apoyando un complejo sistema industrial carcelario parcialmente privatizado.

Aunque los Estados Unidos solían tener bastante mejores intenciones en el mundo que la Unión Soviética, la brecha de “imperio del mal” se ha estrechado desde que la Unión Soviética salió de escena. Ahora, en muchos países del mundo, incluido occidentales como Suecia, los Estados Unidos suponen una mayor amenaza para la paz que Irán o Corea del Norte. En la carrera de imperio más odiado, los Estados Unidos comienzan a parecer los campeones también. Nadie quiere ser un perdedor, especialmente si el perdedor es una superpotencia fallida. Nadie sintió pena por la pobre fallecida Unión Soviética; y nadie tendrá ninguna pena por la pobre América fallecida tampoco.

La carrera de bancarrotas es particularmente interesante. Antes del colapso, la Unión Soviética estaba almacenando una deuda a un nivel que no podía mantenerse. La combinación de precios bajos en el petróleo mundial y el cenit en la producción soviética sellaron su destino. Más tarde la Federación Rusa, que heredó la deuda externa soviética, se vió forzada a cumplir con sus obligaciones, precipitando una crisis financiera. Las finanzas de Rusia al final mejoraron, principalmente debido a los crecientes precios del petróleo, junto con unas mayores exportaciones de petróleo. En este punto Rusia quiere liquidar la deuda soviética restante cuanto antes, y en los últimos años al rublo ruso le ha ido un poco mejor que al dólar americano.

Los Estados Unidos está ahora afrontando un déficit en las cuentas públicas que no puede ser sostenido, una moneda en caída libre, y una crisis energética, todo a la vez. Es hoy en día la nación más deudora del mundo, y mucha gente no ve cómo se puede gestionar su deuda. Según muchos analistas, están técnicamente en bancarrota, y está siendo sostenida por las reservas de los bancos extranjeros, que tienen un montón de inversiones en dólares, y por supuesto quieren proteger el valor de sus reservas. Este juego durará un tiempo. Así, mientras la Unión Soviética se merece la mención de honor por irse primero a la bancarrota, el oro en esta categoría (va con segundas) será indudablemente para los Estados Unidos, por la suspensión de pagos más grande de la historia.

Hay muchas otras similitudes también. La mujer recibía el derecho a la educación y a tener carrera en Rusia antes que en los Estados Unidos. Las familias rusas y americanas tienen una forma igualmente triste, con altas tasas de divorcio y muchos nacimientos fuera del matrimonio, aunque la escasez crónica de viviendas en Rusia forzó a muchas familias a seguir juntas con resultados variados. Ambos países han estado sufriendo una despoblación crónica de las zonas agrícolas. En Rusia las granjas familiares fueron diezmadas durante la colectivización, junto con la producción agrícola; en los EEUU, varias fuerzas produjeron resultados similares respecto a la población rural, pero sin pérdida de producción agrícola. Ambos países reemplazaron las granjas familiares con desastrosas industrias del agro-business ecológicamente insostenibles, adictas a los combustibles fósiles. Las americanas funcionan mejor, mientras la energía sea barata, y después de eso, probablemente ya no.

Las similitudes son demasiado numerosas para mencionarlas. Espero que lo que he bosquejado arriba sea suficiente para señalar un hecho clave: que estas son, o fueron, las antípodas de la misma civilización industrial tecnológica.

Diferencias entre las Superpotencias: Etnicidad

Nuestro vistazo comparativo de las dos superpotencias no estaría completo sin una comparación de algunas de las diferencias, que no son menos clarificadoras que las similitudes.

Los Estados Unidos ha sido tradicionalmente un país muy racista, con numerosas categorías de gente con la que no querrías que se casara tu hija, no importa quien seas. Fueron fundados sobre la explotación de los esclavos africanos y el exterminio de los nativos. Durante los años de su formación, no hubo intercasamientos entre los europeos y los africanos, o los europeos y los indios. Esto marca un claro contraste con otras naciones del continente americano como Brasil. Hasta hoy en EEUU hay una actitud de desdén hacia cualquier otra tribu distinta a los anglosajones. Disimulada por una capa de corrección política, al menos en la sociedad educada, sale a la luz cuando se observa a qué gente se elige para casarse, o para quedar.

Rusia es un país cuyo perfil étnico varía lentamente desde europeos principalmente en el oeste hasta asiáticos en el este. Los asentamientos rusos en su vasto territorio fue acompañado de intercasamientos con cada tribu que los rusos se econtraron en su camino hacia el este. Uno de los episodios de formación de la historia rusa fue la invasión mongola, que resultó en una gran infusión de sangre asiática en los linajes rusos. Por otro lado, Rusia ha recibido bastantes pocos inmigrantes de Europa occidental. En la actualidad los problemas étnicos en Rusia se limitan a combatir mafias étnicas, y los muchos pequeños pero humillantes episodios de antisemitismo, que ha caracterizado a la sociedad rusa durante siglos, y a pesar de esto, a los judíos, mi familia incluida, les ha ido bastante bien allí. Los judíos fueron excluidos de algunas de las más prestigiosas universidades e instutitos, y se mantuvieron de alguna forma. Los Estados Unidos son un barril del pólvora de tensiones étnicas, en donde los negros urbanos se sienten oprimidos por los blancos suburbanos, que a su vez temen aventurarse en las ciudades. En un tiempo de crisis permanente, los negros urbanos probablemente se levantarán y saquearán las ciudades, por que no son dueños de ellas, y los blancos suburbanos probablente se encierren en sus “cabañas de troncos en los bosques”, como las llama James Kunstler y acampen en un parque de trailers cercano. Añadamos a la ya volátil mezcla el hecho de que las armas de fuego están bastante disponiles, y que la violencia permea la sociedad americana. En poco tiempo, la atmósfera social de la América del post-colapso probablemente no será tan plácida y amigable que la Rusia del post-colapso- al menos en algunas zonas, es más probable que se parezcan a otras, más mezcladas étnicamente, y por lo tanto menos afortunadas partes de la antigua Unión Soviética, como el valle Fergana y, por supuesto, aquel “faro de libertad” en el Cáucaso, Georgia (o eso dice el presidente Bush).

Ninguna parte de los Estados Unidos es una elección obvia para las mentes survivalistas, pero algunas partes son obviamente menos arriesgadas que otras. Cualquier zona con un historial de tensión étnica o racial es probablemente inseguro. Esto va por el Sur, el Suroeste, y muchas ciudades grandes de todas partes. Alguna gente se encontrará a salvo en algún enclave étnicamente homogéneo propio, mientras que el resto lo mejor que podría hacer sería buscar comunidades donde las relaciones interétnicas hayan sido cementadas a través de vidas y casamientos integrados, y en donde esa extraña y frágil entidad que es la sociedad multi-étnica pueda tener una oportunidad de salir adelante.

Diferencias entre las Superpotencias: propiedad

Otra diferencia clave: en la Unión Soviética, nadie poseía su lugar de residencia. Esto significa que la economía podía colapsarse sin causar gente sin hogar: más o menos todo el mundo siguió viviendo en el mismo sitio que antes. No hubo desahucios o desalojos. Todos siguieron instalados, y esto previno que la sociedad se desintegrara.

Otra diferencia más: el lugar donde estaban era generalmente accesible al transporte público, que continuó en funcionamiento durante los peores momentos. La mayoría de los desarrollos de la era soviética estaban desarrollados centralmente, y a los planificadores no les gustaba extenderse: es demasiado difícil y caro dar servicio. Poca gente tenía coches, y menos incluso dependían de los coches para moverse. Incluso los peores cortes de gasolina resultaron en inconvenientes menores para la gente: en primavera, hacían difícil el transporte de semillas desde la ciudad a la dacha para plantarse; en el otoño, hacían difícil traer las cosechas a la ciudad.

Diferencias entre las Superpotencias: perfil del trabajo

La Unión Soviética era casi totalmente autosuficiente en lo que respecta al trabajo; no tanto los Estados Unidos, donde no sólo la mayoría de las manufacturas se hacen fuera, sino que muchos servicios de dentro los hacen inmigrantes también. Esto incluye hasta profesiones como la ingeniería o la medicina, sin las cuales la sociedad se atrasa. La mayoría de esta gente vino a los Estados Unidos para disfrutar de un mayor nivel de vida –por el tiempo que dure. Muchos de ellos volverán a casa, dejando un hueco visible en el entramado social.

No debe sorprender encontrarse con esta situación; durante las últimas generaciones, los americanos preferían disciplinas como en derecho, las comunicaciones, y administración de empresas, mientras los inmigrantes y extranjeros iban a las ciencias y la ingeniería. Esto se conoce como “fuga de cerebros” –la extracción de talentos de otras tierras para ventaja de Norteamérica, y su propio detrimento. Este flujo de poder cerebral es probable que se invierta, dejando el país incluso menos capaz de encontrar maneras de sobrellevar su predicamento económico. Esto significa que, incluso en las áreas donde haya recursos para la innovación y el desarrollo, tales como la restauración del servicio ferroviario, o las energías renovables, Norteamérica se encontrará sin el talento necesario para hacerlos funcionar.

Diferencias entre las Superpotencias: Religión

La última dimensión digna de mención en la que la Unión Soviética y los Estados Unidos están en agudo contraste es la religión.

El águila de dos cabezas de la Rusia pre-revolucionaria simbolizaba la monarquía y la Iglesia, con una corona en una cabeza y una mitra en la otra. Junto con estas manifestaciones tan santas, la iglesia rusa estaba cargada de riqueza y obstentación, y parecía tan opresiva como la monarquía cuyo poder había ayudado a legitimar. Pero en el curos del siglo XX Rusia se las arregló para evolucionar de una forma secular, oprimiendo a la gente religiosa con un ateísmo obligatorio.

Los Estados Unidos, a diferencia de otras naciones occidentales, permanece un lugar principalmente religioso, en donde la mayoría busca y encuentra a Dios en una iglesia, o sinagoga o en una mezquita. Los precoces movimientos de las colonias para abandonar el Imperio Británico ha hecho de los EE.UU. algo así como un fósil viviente en términos de evolución cultural. Esto se ha manifestado de algunas formas triviales, tales como la incapacidad de tomar el sistema métrico (un problema considerado casi resuelto en la misma Inglaterra) o su tendencia del siglo XVIII de hacer un fetiche de su bandera nacional, así como algunas más importantes como su adopción a medias del secularismo.

Lo que hace la diferencia en el contexto de un colapso económico es, soprendentemente, casi nada. Quizás el americano es más probable que no comience a citar la Biblia y vaya directamente al Apocalipsis, el fin de los tiempos, y al Éxtasis. Estos pensamientos, hay que decirlo, no conducen a la supervivencia. Pero los supuestamente ateos rusos resultaron creerse que iban hacia el Fin del Mundo, e inundaron las recién abiertas iglesias en busca de certidumbre y compañía. Quizás la diferencia más significativa no entre predominio y falta de religión, sino las diferencias entre las religiones dominantes. A pesar de la ostentación arquitectónica dela Iglesia Ortodoxa Rusa, y la pompa y circunstancia de sus ritos, su mensaje siempre ha sido de ascetismo como medio de salvación. La salvación es para el pobre y el humilde, porque la recompensa de uno está en este mundo o en el próximo, no en los dos.

Esto es bastante diferente del Protestantismo, la religión dominante en Norteamérica, que hizo el abrupto movimiento de considerar la riqueza como una de las bendiciones de Dios, ignorando puntos inconvenientes remarcados por Jesús sobre el hecho de que la gente rica es muy improbable que se salve. A la inversa, la pobreza se vio asociada con la vagancia y el vicio, robándole a los pobres su dignidad.

Así, un ruso es menos probable que considere el descenso repentino a la pobreza como una caída en desgracia divina, y el colapso económico como un castigo de Dios a la gente, mientras que las religiones predominantes en Norteamérica –protestantismo, judaísmo e islam- todas caracterizan el éxito temporal de sus feligreses como la prueba de que Dios está bien dispuesto hacia ellos. ¿Qué pasará cuando la buena voluntad de Dios hacia ellos ya no se manifieste? La respuesta es que se enfadarán y tratarán de buscar a alguien ajeno a quien culpar, siendo este un mecanismo central de la psicología humana. Deberíamos esperar ver iracundas congregaciones ansiosas de hacer el trabajo de un Dios inesperadamente enfadado.

Los Estados Unidos no es en absoluto homogéneo cuando se trata de intensidad de sentimiento religioso. Cuando se busque un lugar para asentarse, es probablemente una buena idea buscar un sitio en donde el fervor religioso no llegue a los extremos.

La pérdida de las comodidades tecnológicas

Atención: lo que estoy a punto de decir puede ser quizás molesto, pero me gustaría encaminar el asunto. La mayoría del progreso tecnológico del siglo XX resultó en un mayor nivle de comfort físico. Sí, eso es lo que ha causado el calentamiento global, el agujero en la capa de ozono, y la extinción masiva de las plantas, los peces, los pájaros y los mamíferos: para vivir más cómodamente por un tiempo.

Todos esperamos calentadores y aires acondicionados, agua fría y caliente, electricidad fiable, transporte personal, carreteras pavimentadas, calles iluminadas y aparcamientos, quizás incluso un internet de alta velocidad. Bien, ¿qué tal si tuvieras que pasar sin todo eso? O mejor, ¿qué harás cuando tengas que dejar todo eso?

La mayoría de nuestros ancestros trataron con un nivel de incomodidad física que encontraríamos horribles: sin agua caliente, el campo en vez de un retrete, sin calefacción central, y nuestros propios pies, o un caballo, como medios principales para salir fuera. Y todavía se las arreglaron para producir una civilización y una cultura que apenas podríamos imitar y preservar.

Comencemos con el elemento de la civilización más importante: el retrete. Es lo que nos separa de los otros grandes primates, que no les importar tirar sus heces por ahí, por ejemplo. No tienes que irte al zoo para encontrar ejemplos: una tarde de hace poco, cuando iba en bicicleta pasando el Fresh Pond Mall en Cambridge, Massachusetts – un pequeño infierno suburbano metido al azar entre el idílico carril bici Minuteman, y las perfectamente razonables partes viejas de Boston – lo olí: aguas estancadas. Había un camión de obras públicas de Cambridge, y estaba bombeando agua justo al lado interior de la Route 2. Aparentemente la política de contratar a los mejores y los más brillantes se está terminando. El fino olor permaneció en toda la zona por lo menos una semana.

No se necesita una crisis para hacer que los servicios públicos desaparezcan, pero una crisis ciertamente ayuda. Cualquier crisis lo hace: económica, financiera o incluso política. Consideremos el gobernador de Primorye, una región de la Siberia oriental, simplemente robó todo el dinero que supuestabamente serviría para comprar el carbón para el invierno. Primorye se congeló. Con temperaturas invernales de unos -40º, es un milagro que todavía haya alguien viviendo allí. Es un testamento de perseverancia humana. Cuando la situación degenera, los sucesos parecen seguir cierta secuencia, sin importar lo local que sea. Siempre parecen llevar al mismo resultado: condiciones antihigiénicas. Pero una crisis energética me parece con mucho la forma más eficaz de privarnos de los servicios útiles atesorados.

Primero, la electricidad comienza a ir y venir. Finalmente se amolda a un ritmo. Países como Georgia, Bulgaria y Rumanía, así como las regiones periféricas de Rusia, han tenido que conformarse con unas pocas horas de electricidad al día, a veces durante varios años. Corea del norte es quizás el mejor alumno soviético que nos queda, sobreviviendo muchos años sin electricidad. Las luces se encienden cuando el sol se comienza a poner. Los generadores luchan unas cuantas horas, encendiendo bombillas, televisores y radios. Cuando es hora de ir a la cama, la luz se apaga otra vez. Lo segundo de la lista es el calor. Cada año, llega más tarde y se va antes. La gente mira la televisión o escucha la radio, cuando hay electricidad, o simplemente se sienta bajo varias mantas. Compartir el calor humano ha sido una técnica favorecida entre los humanos desde la edad del hielo. La gente se acostrumbró a tener mejor calor, y eventualmente se dejó de quejar. Incluso en estos tiempos relativamente prósperos, hay manzanas de apartamentos en San Petersburgo que se calientan cada varios días, incluso en las partes más frías del invierno. Se usan jerseys y pantalones gruesos en lugar de los escasos cubos de carbón.

Lo tercero es el agua caliente: la ducha sale fría. A no ser que hayas sido ya privado de una ducha fría, no serás capaz de apreciarla por el lujo que representa. En el caso de que tengas curiosidad, es una ducha rápida. Mójate, enjabónate, enjuágate, ponte la toalla, vístete y tiembla bajo varias capas de mantas, y no olvides el calor corporal compartido. Una forma menos radical es lavarse en una palangana de agua caliente – calentada en la cocina. Te humedeces, enjabonas, te enjuagas. Y no olvides temblar.

Lo siguiente es que la presión del agua se reduce también. La gente aprende a lavar con incluso menos agua. Cabe mucho agua en cubos y jarras de plástico. Pero lo peor no es la falta de agua corriente; es que los váteres no van. Si la población está ilustrada y es disciplinada, se darán cuenta de lo que deben hacer: recoger sus excrementos en cubos y llevarlos a mano hasta alguna alcantarilla. Los super-ilustrados contruyen casetas y hacen váteres de compost, y utilizan lo que sobra para fertilizar sus huertos.

Bajo esta combinación de circunstancias, hay tres causas de mortandad a evitar. La primera es simplemente evitar morir congelados. Lleva alguna preparación ser capaz de ir de acampada en invierno. Pero es con mucho el problema más fácil. Lo siguiente es evitar los peores compañeros de los humanos a lo largo de los tiempos: piojos, pulgas y chinches. Nunca fallan en aparecer dondequiera que se junta gente sin lavar, y extienden enfermedades tales como el tifus, que se ha llevado millones de vidas. Un baño caliente y un cambio total de ropa a menudo salva vidas. Si se cuece la ropa en el horno se matan los piojos y sus huevos. Lo último es evitar la cólera y otros males, que se extienden a través de las heces, hirviendo toda el agua que se bebe.

Parece lógico asumir que las comodidades a las que la gente está acostumbrada serán unas pocas y cada vez menos. Pero si queremos sobrellevar las pequeñas indignidades de leer a la luz de las velas, pasar frío en los meses de invierno, ir de un lado al otro cargados con cubos de agua, temblar al bañarse en un barreño de agua templada, y meter nuestra caca en un cubo, nada de esto nos evitará mantener un cierto nivel de civilización digno de nuestros ancestros, que probablemente lo pasaron peor de lo que nos tocará a nosotros. No estaban ni deprimidos ni contentos con eso, al mantener su disposición personal y carácter nacional, pero aparentemente sobrevivieron, o no estarías leyendo esto.

Comparaciones económicas

Se puede decir que la economía americana va muy bien o muy mal. En el lado positivo, las compañías pueden ser todo lo pequeñas que se quiera para mantener los beneficios, al menos en términos de negocio. Hay leyes de bancarrota que eliminan las ineficaces y leyes de competitividad para mantener la productividad. Los negocios utilizan el reparto “just in time” para recortar inventario y hacen un alto uso de la informática para mejorar la logística para operar en una economía global.

En el lado negativo, la economía americana tiene unos déficits estructurales más grandes. Falla en dar a la mayoría de la población algún tipo de seguridad económica que en otras naciones se tiene asegurada. Gasta más en medicina y en educación que otros muchos países, y consigue menos con ello. En vez de tener una sola línea aérea estatal tiene varias líneas permanentemente en bancarrota apoyadas por el gobierno. Gasta mucho en seguridad y tienen una alta tasa de criminalidad. Continúa exportando trabajos industriales de alto salario y los reemplaza por trabajos de servicios de bajo salario. Como dije antes, esto es técnicamente una bancarrota.

También se puede decir que la economía soviética estaba gestionada muy bien o muy mal. En el lado positivo, ese sistema, con todos sus fallos, se las arregló para erradicar las formas más extremas de pobreza, malnutrición, muchas enfermedades y el analfabetismo. Dio seguridad económica hasta el extremo: todo el mundo sabía exactamente cuato ganarían y los precios de los objetos diarios permanecían fijos. La vivienda, la sanidad, la educación y las pensiones estaban todas garantizadas. La calidad variaba; la educación era en general excelente, la vivienda mucho menos, y la medicina soviética era a menudo llamada “la medicina más libre del mundo.”

En el lado negativo, la economía planificada centralizada era extremadamente ineficaz, con un gasto y pérdidas en todos los niveles. El sistema de distribución era tan inflexible que las empresas nunca tenían inventario suficiente. Eran buenísimos produciendo bienes de capital, pero cuando se iba a la manufactura de bienes de consumo, que requeriría mucha más flexibilidad de la que permitía la planificación centralizada, fallaba. También fallaba miserablemente produciendo alimentos, y se veía forzada a importar lotes de alimentos básicos. Funcionaba un enorme imperio militar y político, pero paradójicamente, fallaba en lograr algún beneficio económico de ello, gestionando toda la empresa en una pérdida neta.

También paradójicamente, estos fallos e ineficiencias hicieron un aterrizaje suave. Debido a que no había un mecanismo con el que las empresas estatales pudieran ir a la quiebra, a menudo seguían operando durante un tiempo a un nivel bajo, reteniendo salarios o bajando la producción. Esto redujo el número de parados instantáneos o cierres de empresas, pero en donde esto ocurrió, venía acompañado de una altísima tasa de mortalidad de los hombres de entre 45 y 55 años, que fueron los más vulnerables a la pérdida repentina de empleo, y que se dieron al alcohol o se suicidaron. La gente podía a veces utilizar su vieja, semidifunta, plaza de empleo como base de operaciones de todo tipo, desde la que llevar algún negocio en el mercado negro, lo que permitió a mucha gente la transición hacia las empresas privadas. El ineficiente sistema de distribución, y la escasez a la que dio origen, resultó en muy altos niveles de inventario, que podían ser intercambiados mediante trueque. Algunas empresas continuaron operando de esta manera, intercambiando su inventario con otras con lo que pudieran utilizar, o vender.

¿Qué paralelismo podemos entrever de esta forma de empleo en los Estados Unidos del post-colapso? El emplo en el sector público puede dar mejores oportunidades de mantener el trabajo. Por ejemplo, es improbable que todas las escuelas, institutos y universidades cesen a sus trabajadores al mismo tiempo. Es bastante más probable que sus salarios no vuelvan a crecer, pero pueden, por un tiempo, ser capaces de mantener su contexto social y servir como base de operaciones. Las propiedades y las gestiones de instalaciones serán probablemente una apuesta segura: mientras haya propiedades que se consideren valiosas, necesitarán ser gestionadas. Cuando llegue el momento de desmantelalas y descomponerlas en partes, ayudará si siguen intactas y se tienen las llaves para eso.

El colapso económico en los EE.UU Un aterrizaje suave espontáneo es improbable en los EE.UU., cuando una compañía decide cerrar sus puertas por decisión ejecutiva, librándose de persona y sacando capital e inventario. Ya que en muchos casos el equipo es alquilado y el inventario es “just in time” y por tanto muy escaso, un negocio se puede evaporar virtualmente de la mañana a la noche. Ya que muchos ejecutivos pueden decidir recortar pérdidas todos a la vez, viendo las mismas proyecciones económicas e interpretándolas de forma parecida, el efecto en las comunidades puede ser devastador.

La mayoría de la gente en los EE.UU. no puede sobrevivir mucho sin unos ingresos. Esto puede sonar curioso a alguna gente -¿cómo puede alguien, en alguna parte sin ingresos? Bien, en la Rusia del post-colapso, si no pagabas el alquilero o las utilidades –por que tampoco nadie más las estaba pagando – y cultivabas o repartías un poco de tu comida, y tenías algunos amigos y familiares que te ayudaran, entonces tener ingresos no era un pre-requisito para sobrevivir. La mayoría de la gente sobrevivió de alguna manera.

Pero la mayoría de la gente en los EE.UU., una vez que sus ahorros se terminen, se verán forzados a vivir en su coche, o en alguna zona aislada en el bosque, en una tienda o bajo una lona. No hay un mecanismo por el que los propietarios no puedan desahuciar a los inquilinos que no pagan, o para que los bancos no se cobren las hipotecas impagadas. Una vez que las propiedades residenciales y comerciales estén vacías, y las leyes se hagan laxas o inexistentes, la ocupación se vuelve una posibilidad realista. Los okupas generalmente lo tienen difícil para tener correo u otros servicios, pero es un tema menos. Es más importante que pueden ser desalojados una y otra vez.

Gente sin casa

El término “vagabundo” no se traduce al ruso. El equivalente más próximo que se puede encontrar es “dar vueltas” o “perder el tiempo”, en público. Esto es importante, por que una vez que nadie tiene un trabajo al que ir, las dos opciones que se tienen es quedarse sentado en casa, y, como fue, vagabundear. Si el vagabundeo es ilegal, entonces quedarse en casa se convierte en la única elección.

Los EE.UU. y la Unión Soviética estuvieron en los dos extremos del conflicto entre lo público y lo privado. En la Unión Soviética, la mayoría de la tierra estaba abierta al público. Incluso los pisos eran a menundo comunales, implicando que las habitaciones eran privadas, pero la cocina, el baño y el pasillo eran áreas comunes. En los EE.UU., la mayor parte de la tierra es privada, alguna gente pone carteles diciendo que dispararán a quien la pise. La mayoría de los lugares públicos son de hecho privados, marcados con señales de “Sólo clientes” y “No vagabundear”. En donde hay parques públicos, a menudo se “cierran” por la noche, y cualquiera que trate de pasar la noche allí probablemente la policía le acabe diciendo que se “mueva”.

Tras el colapso, Rusia experimentó un aumento de la gente descrita por el acrónimo “BOMZh”, que en realidad es “BOMZh i Z”, y que significa “personas sin un lugar de residencia o empleo definido”. Los bomzhies, como los llamaban, a menudo habitaban en partes en desuso del paisaje urbano o suburbano, en donde, sin nadie que les dijera que se “movieran” se los dejaba en paz. Estos sitios indefinidos de residencia se conocían generalmente como bomzhatnik. El inglés [NdT. Ni el castellano] necesita un término para esto. Quizás lo pudiéramos llamar “jardín de vagabundos” – es más un jardín que un que un “office park” es un parque.

Cuando la economía de los EE.UU. se colapse, se pueden esperar que las tasas de empleo y con ellas las de residencia se hundan. Es difícil de estimar qué porcentaje de la población de EEUU, como resultado, se quede sin hogar, pero podría ser bastante alto, quizás volviéndose tan habitual que elimine el estigma. Un país en donde la mayoría de los barrios están tan estructurados para excluir a la gente que tenga medios de vida inadecuados, para preservar el valor de la propiedad, no es un sitio agradable para ser vagabundo. Entonces otra vez, cuando los valores de la propiedad comiencen su caída hasta cero, podremos encontrarnos con alguna propiedad que se reconfigure espontáneamente en un “jardín de vagabundos”, sin que ninguna voluntad o poder político de alguna parte pueda hacer nada.

No quiero implicar que los vagabundos rusos lo pasen bien. Pero debido a que la mayoría de la población rusa fue capaz de mantener su lugar de residencia a pesar del colapso económico, el porcentaje de bomzhies en la población general nunca llegó a los dos dígitos. Los casos más desafortunados llevaron vidas cortas y brutales, a menudo entre la bruma alcohólica, y contaron bastante en el pico de la mortalidad de la Rusia post-colapso. Algunos de ellos eran refugiados –rusos étnicamente purgados de las recién independientes repúblicas de pronto nacionalistas – que no pudieron ser fácilmente reabsorvidos en la población rusa debido a la crónica falta de viviendas en Rusia.

Supervivencia comunal

La escasez crónica de vivienda en Rusia en parte fue causada por el espectacular declive en la agricultura rusa, que causó que la gente emigrara a las ciudades, y en parte simplemente debida a la incapacidad del gobierno de construir edificios lo bastante rápido. Lo que el gobierno quería levantar era invariablemente pisos: 5 plantas, 9 plantas e incluso torres de 14 pisos. Los edificios se erigían en tierra vacía o vaciada, y estaban rodeados por una generosa porción de tierra inútil, que en los pueblos y en las ciudades pequeñas y en los sitios en los que el suelo no estuviera congelado todo el año o cubierto de sulfuro o desperdicios de alguna fábrica cercana, fue rápidamente reconvertida en huertas.

La calidad de la construcción siempre pareció un poco destartalada, pero ha resultado ser sorprendentemente sensata estructuralmente y bastante práctica. En su mayoría estaba reforzada por losas de hormigón, con azulejos de cerámica en el exterior y yeso duro de aislamiento en el interior. Eran baratas de calentar, y normalmente tenían calor, al menos lo bastante para que las tuberías no se congelaran, producido por un calentador central gigante que servía a todos los vecinos.

A menudo se oye que los edificios más destartalados de estos bloques de la era soviética se les llama “Khrushcheby” – una mezcla entre Khrushchev, que mandó construirlos, y “trushcheby” (barrios bajos) – están a punto de derrumbarse, pero aún no lo han hecho. Sí, son húmedos y tristes, y las paredes tienen grietas, y los techos a menudo goteras, y los pasillos son oscuros y huelen a orina, pero es una vivienda.

Debido a que los pisos eran difíciles de conseguir, con listas de espera de décadas, generalmente varias generaciones vivían juntas. Esto es a menudo desagradable, estresante e incluso una forma traumática de vivir, pero también es barata. Los abuelos a menudo hacían la labor de criar a los niños, mientras los adultos trabajaban. Cuando la economía se colapsó, a menudo eran los abuelos quienes se tomaban en serio la jardinería y cultivaban comida durante los meses de verano. La gente en edad de trabajar cogió experiencia en el mercado negro con resultados mezclados: algunos tenían suerte y se hacían ricos, para otros fueron malos tiempos. Con mucha gente viviendo junta, estas disparidades accidentales tendían a disiparse al menos algo.

Tuvo lugar una curiosa inversión. Mientras que antes del colapso, los padres estaban en una posición de dar alguna ayuda financiera a los hijos adultos, ahora se daba el caso contrario. La gente mayor que no tiene hijos tienen más probabilidades de vivir en la pobreza que los que tienen hijos para apoyarles. Una vez que se termina el capital financiero, el capital humano es esencial.

Una diferencia clave entre Rusia y los EE.UU, es que los rusos, como muchos pueblos del mundo, generalmente pasan toda su vida en el mismo sitio, mientras que los americanos se mueven constantemente. Los rusos normalmente saben, o al menos reconocen, a la mayoría de la gente que les rodea. Cuando la economía se colapsa, todo el mundo tiene que afrontar una situación desconocida. Los rusos, al menos, no tienen que afrontarla en compañía de completos extraños. Por otra parte los americanos tienen muchas más probabilidades que los rusos de ayudar a los extraños, al menos cuando tienen algo que ofrecer.

Otro elemento que fue valioso para los rusos fue una característica particular de la cultura rusa: ya que el dinero no era muy útil en la economía de la era soviética, y no daba estatus o éxito, tampoco estaba particularmente valorado, y se compartía bastante libremente. Los amigos no tenían nada en contra de ayudarse unos a otros en tiempos de necesidad. Era importante que todo el mundo tuviera algo, no que uno tuviera más que los demás. Con la llegada de la economía de mercado, este rasgo cultural desapareció, pero duró lo bastante para ayudar a la gente a sobrevivir en la transición.

Oliendo las rosas

Otra nota sobre la cultura: cuando la economía se colapse, hay normalmente menos cosas que hacer, haciendo una buena época para los ociosos naturales y una mala época para aquellos predispuestos a estar ocupados. La cultura de la era soviética tenía espacio para dos tipos de actividades: la normal, que era normalmente evitar romper la norma, y la heroica. Se esperaba una actividad normal, y nunca había razón para trabajar más duro de lo que se esperaba. De hecho, esa clase de iniciativas tendían a estar mal vistas por “el colectivo”, o las bases. La actividad heroica se celebraba, pero no necesariamente se recompensaba con dinero.

Los rusos tendían a contemplar con una divertida sorpresa la compulsividad americana de “trabajar duro y jugar duro”. El término “hacer carrera laboral” era en los días soviéticos un término peyorativo – los atributos de quien hacía una carrera laboral eran de avariciosos, sin escrúpulos, demasiado “ambiciosos” (otro término peyorativo). Términos como “éxito” y “logros” raramente se aplicaban a nivel personal, por que sonaban demasiado presuntuosos y pomposos. Se reservaban para los discursos públicos rimbombantes sobre el gran éxito del pueblo soviético. No es que estas características personales positivas no existieran: a nivel personal se respetaba el talento, la profesionalizad, la decencia, a veces incluso la creatividad. Pero una persona “muy trabajadora” a un ruso le sonaba como una “idiota”.

Una economía en colapso es especialmente dura para aquellos que están acostumbrados al servicio inmediato y cortés. En la Unión Soviética, la mayoría del servicio oficial era maleducado y lento, e implicaba hacer largas colas. Muchos productos que escaseban no se podían conseguir ni siquiera de esa manera y requerían algo llamado blat: especial, que era un acceso no oficial o un favor. El intercambio de favores personales era más importante para el funcionamiento real de la economía que el intercambio de dinero. Para los rusos, el blat es casi una cosa sagrada: una parte vital de la cultura que mantiene unida a la sociedad. También es la única parte de la economía a prueba de colapsos, y como tal una valiosa adaptación cultural.

La mayoría de los americanos han oido hablar del Comunismo, y creen automáticamente que es una descripción válida del sistema soviético, incluso aunque no hubiera en particular nada comunal en un estado del bienestar y un vasto imperio industrial gestionado por una burocracia elitista de planificación centralizada. Pero muy pocos han oido hablar del “ismo” que realmente funcionaba en la vida soviética: pasotismo, que se puede traducir libremente como “no importarte una mierda nada”. Mucha gente, cada vez más durante el período de “estancamiento” de los 80, no sentían nada por el sistema, hacían lo suficiente para sobrevivir (vigilante nocturo y fogonero de hornos eran los trabajos preferidos entre los más educados) y tenían todo su placer de sus amigos, de sus lecturas, o de la naturaleza.

Esta clase de disposición puede parecer como una escapatoria, pero cuando hay un colapso en el horizonte, funciona como un seguro psicológico: en lugar de atravesar el agónico proceso de perder y redescubrir la identidad propia en un ambiente de post-colapso, simplemente te puedes sentar y dejar que las cosas pasen. Si eres actualmente un “revulsivo” de cosas o de gente, o de lo que sea, entonces el colapso seguramente te provocará un shock, y te llevará mucho tiempo, quizás para siempre, encontrar más cosas que remover para tu satisfacción. Sin embargo, si tu ocupación actual es ser una clase de observador de la hierba y los árboles, y luego el post-colapso, podrías hacer algo de utilidad como desmantelar cosas inútiles.

Desmantelando La economía de la Rusia del post-colapso por un tiempo estuvo dominada por un tipo de negocio al por mayor: desmantelar. Para ponerlo en un contexto americano: supongamos que tienes un título, o quizás un acceso libre a una toda subdivisión suburbana, a la que ya no llega el transporte público o privado, demasiado lejana para llegar en bicicleta, y que ya no es adecuada para propósito inicial de albergar gente que se va de la ciudad y que compren en el ya difunto centro comercial. Después de que las deudas hipotecarias se ejecuten y las propiedades cambien de manos, ¿qué más hay que hacer que arrancar todo y dejarlo descomponerse? Bien, lo que se ha desarrollado también puede ser subdesarrollado.

Lo que se hace es arrancar cualquier cosa de valor o reutilizable, y venderla o apilar los materiales. Quita el cobre de las calles y de las paredes. Tira bien de los postes de la luz. Tira de las capas de vinilo. Saca el aislamiento de fibra de vidrio. Los lavabos y las ventanas seguramente se les normalmente plácidos y tímidos había un par de estos “activistas”. En poco tiempo, uno de estos estaba sacando el tema de expulsar gente. “La gente no viene a las asambleas anuales y no aparece para hacer limpieza y compostaje y tal – ¿porqué se les deja?” Bien, algunos de estos “elementos pícaros” a los que se refería este activista eran rusos mayores, que, debido a su extensa experiencia con estas cosas durante la era soviética, es bastante probable que nunca se impliquen en trabajos comunales o que participen en reuniones comunitarias. Francamente, preferirían la muerte. Pero también aman el jardín.

La razón por la que a este “elemento” se le permite existir en este jardín comunitario en particular es por que la mujer que lleva el lugar les permite seguir con su vida. Es su decisión: ejerce un liderazgo, y ella no se mete en política. Ella hace funcionar el jardín, y permite a los activistas hacer su ruido, una vez al año, sin efectos perjudiciales. Pero si la situación fuera a cambiar y la huerta se convirtiera de pronto en una fuente de sustento en vez que en un hobby, ¿cuanto tardarían los activistas en pedir más poder y ejercer su autoridad?

El liderazgo es ciertamente una cualidad valiosa en una crisis, que son poco propicias para largas deliberaciones y debates. En cualquier situación, alguna gente está mejor equipada para sobrellevarla que los demás, y puede ayudar a otros al darles algún rumbo. Ellos naturalmente acumulan cierta cantidad de poder para sí mismos, y esto está bien en cuanto a que la gente se beneficie de esto, y en tanto que nadie resulte dañado u oprimido. Tal gente surge espontáneamente en una crisis.

Una cualidad igualmente útil en una crisis es la apatía. La gente rusa es excepcionalmente paciente: incluso en los peores tiempos del post-colapso, no se levantaron, y no hubo protestas significativas. Lo llevaron lo mejor que pudieron. El grupo más seguro de gente con la que estar en una crisis es el que no comparte fuertes convicciones ideológicas, no se meta en discusiones, y no posea un sentido de identidad sobredesarrollado.

Masas ignorantes que sienten que “hay que hacer algo” y pueden ser manipuladas por demagogos del tres al cuarto son malas, pero el grupo más peligroso, y uno de los que hay que huir, es un grupo de activistas políticos resueltos a organizar y promover un programa u otro; incluso si el programa es benigno, e incluso si es beneficioso, la manera de implementarlo puede no serlo. Como dice el refrán, las revoluciones se comen a sus hijos. Luego se vuelven contra el resto. La vida de un refugiado es una forma de supervivencia; quedarse y combatir a una masa organizada normalmente no lo es.

Los Balcanes son la pesadilla postcolapso con la que todo el mundo está familiarizado. Dentro de la antigua Unión Soviética, Georgia es el principal ejemplo de política nacionalista orientada a la desintegración nacional. Tras lograr su independencia, Georgia entró en un paroxismo de fervor nacional, resultando en un estado algo más pequeño, ligeramente menos poblado y permanentemente muerto con dos antiguas provincias estancadas en un limbo político, debido, aparentemente, a que el mundo ya ha perdido su capacidad de redibujar las fronteras políticas.

Los EE.UU. se parecen mucho más a los Balcanes que a Rusia, que está habitada por una poblacion bastante homogénea caucasiana[NdT. Blanca]/asiática. Los EE.UU. están mucho más segregados, normalmente por raza, a menudo por etnia, y siempre por nivel de ingresos. Durante los tiempos prósperos, se mantiene relativamente en calma teniendo un porcentaje de gente en la cárcel, lo que ha batido un récord mundial histórico. Durante tiempos menos prósperos, tiene un gran riesgo de explosión política. Las sociedades multiétnicas son frágiles; cuando se vienen abajo todos pierden. Colapso en los EE.UU.

En los EE.UU., parecen haber pocas formas de hacer el escenario del colapso más suave para uno mismo y para su familia. Todo el lugar parece ir demasiado lejos en una dirección insustentable. Es un reto real y creativo, y deberíamos pensar seriamente en él.

Supongamos que vives en una ciudad grande, en un piso. Dependes de los servicios municipales para sobrevivir. Una semana sin electricidad, calefacción, o agua o gas o recogida de basura provoca un malestar. Sin cualquiera de dos de estos servicios es una calamidad. Sin tres es un desastre. La comida viene del supermercado, con ayuda del cajero automático o la tarjeta de crédito en la caja. La ropa limpia viene de la lavandería, que requiere electricidad, agua, y gas natural. Una vez que todos los comercios han cerrado y tu piso esté frío, a oscuras, huela a basura porque nadie la ha recogido y a excrementos porque el water no va, quizás es el momento de irte de acampada al exterior.

Así que consideramos el campo. Supongamos que tienes tu finca y tienes una minúscula hipoteca que es casi nada tras una buena escalada de la inflación, o que la tienes libre y clara. Si está en un barrio suburbano desarrollado, habrá todavía problemas con los impuestos, las leyes, con extraños del espacio exterior que se vengan a vivir a la casa de al lado, y otras movidas, que puedan hacer peor la situación. Los municipios arruinados pueden tratar primero de subir sus impuestos para cubrir sus gastos en vez de simplemente cerrar el chiringuito. En un erróneo esfuerzo para salvar el valor de la propiedad, también pueden tratar de aprobar leyes contra necesidades tales como pilas de compost, casetas, gallineros, y cultivos en tu jardín de delante de casa. Ten en cuenta, también, que los pesticidas y herbicidas que tienen los céspedes y campos de golf dejan residuos tóxicos. Quizás lo mejor que se puede hacer con los suburbios [NdT. urbanizaciones] es abandonarlos. Una granja pequeña ofrece mejores posibilidades para cultivar, pero la mayoría de las granjas de los EE.UU. están hipotecadas hasta las cejas, y la mayoría de la tierra que ha estado bajo cultivos intensivos ha sido bombardeada sin piedad con fertilizantes químicos, herbicidas e insecticidas, haciéndola un lugar poco saludable, habitado por hombres de pocas luces. Las granjas pequeñas suelen ser sitios solitarios y muchos, sin acceso al diesel o a la gasolina, estarían peligrosamente remotos. Necesitarás vecinos con los que tratar, para que te ayuden, y para tener compañía. Incluso una granja pequeña va de sobra en términos de tierra disponible, porque sin la posibilidad de vender las cosechas en el mercado, o de tener una economía de mercado para venderlas, no hay razón para cultivar un excedente grade de comida. Decenas de acres son un desperdicio cuando todo lo que necesitas son unos pocos miles de pies cuadrados. Muchas familias rusas se hipotecaron para sobrevivir con la ayuda de un jardín estandard de un sotka, que es 100 metros cuadrados, o sin lo prefieres, 0,024710538 acres, o 1076,391 pies cuadrados.

Lo que se necesita, por supuesto es un pueblo pequeño o una aldea: un asentamiento relativamente pequeño, relativamente denso, con alrededor de un acre de tierra de cultivo para cada 30 personas o así, y con regulaciones de extensión de terreno diseñadas para uso correcto y sostenible y no para oportunidades de inversión de capital, crecimiento, valores de propiedad, u otras clases de “desarrollo”. Más incluso, tendría que ser un lugar en el que la gente se conozca y quieran ayudarse unos a otros – una comunidad real. Todavía deben quedar unos pocos centenares de comunidades como esta aquí y allí en los condados más pobres de los Estados Unidos, pero no hay suficientes, y la mayoría de nosotros no seríamos bienvenidos en ellas. Consejo de inversiones

La gente a menudo viene y me dice: “Escucho que la economía de los EE.UU. está a punto de colapsarse pronto; ¿que consejos de inversión me puedes dar, para que pueda ajustar mi cartera?” Bien, no soy un consejero de inversiones profesional, así que me arriesgo a dar algunos consejos.

La amenaza nuclear dio origen al arquetipo de survivalista americano, enclavado en las colinas, con un refugio antinuclear, con un enorme número de latas de conserva, con un arsenal de armas, y mucha munición para combatir a idiotas similares de otras colinas. Y por supuesto, una bandera americana. Esta clase de survivalismo es lo mismo que enterrarte vivo, supongo.

La idea del almacenaje no es mala del todo. Almacenar comida, es por supuesto, una idea podrida, literalmente. Pero merece la pena tener en consideración ciertos objetos manufacturados. Supongo que sabes seguro que no existirán en el momento que decidas retirarte. Y supongo que te darás cuenta de que puedes comprar ahora mucho material que tiene una larga vida en las estanterías y que será necesario, y valioso, en el futuro lejano. Y supongo, más allá, que tienes espacio para almacenar: unos pocos cientos de pies cuadrados. Ahora, ¿qué vas a hacer? ¿sentarte y ver cómo se evaporan tus ahorros? O tomar el toro por los cuernos e invertir en cosas que no sean etéreas.

Una vez que los cajeros automáticos se queden sin dinero, la máquina de los números ya no da más, y la cadena de venta al por menor se rompe, la gente seguirá teniendo necesidades básicas. Habrá mercados callejeros para cubrir estas necesidades, utilizando cualquier medio de intercambio disponible; fajos de billetes de $100, trozos de una cadena de oro, paquetes de cigarrillos, o lo que tengas. No es una mala idea poseer algo de lo que puedas necesitar, pero deberías invertir en cosas que puedas intercambiar por cosas que necesites. Piensa en las necesidades de consumidor que requieren de la alta tecnología y que duren mucho. Aquí hay algunas sugerencias para empezar: condones, cuchillas de afeitar, y medicinas (ilegales y de prescripción). Las baterías recargables (y los cargadores solares) seguramente se conviertan en un bien preciado (las Ni-MH son las menos tóxicas). Cosas del baño, como un buen jabón, serán artículos de lujo. Llena algunos contenedores, empaquétalos bien para que nada los oxide o lo pudra, y guárdalo en alguna parte.

Tras el colapso soviético, apareció poco a poco una categoría de mercaderes intinerantes que daban a la gente acceso a productos importados. Para llena su almacén, esta gente tenía que viajar al extranjero, a Polonia, a China, a Turquía, en trenes, trayendo mercacía en su equipaje. Intercambiaban una maleta de relojes rusos por otra, más útil, cargada con chapú o maquinillas de afeitar. Tenían que untar a los agentes de aduanas en su ruta, y a menudo les atracaban. Hubo un periodo en el que esta gente, llamada “chelnoki”, que es la palabra rusa para “transportadores”, eran la única fuente de productos de consumo. Los productos eran a menudo descartes de fábrica, estaban dañados o caducados, pero esto no los hacía menos valiosos. Basado en este ejemplo, es posible predecir qué objetos tendrán mucha demanda, y almacenarlos antes de tiempo, como colchón ante el colapso económico. Notemos que el chelnoki tenía economías intactas, con las que comerciar, accesibles por tren – mientras que esto no estaría garantizado en el caso de los EE.UU.

Un almacén de esta clase, en un lugar caminable, socialmente estable, donde conoces a todo el mundo, donde tienes buenos amigos y alguna familia, donde tengas casa y alguna tierra sin hipoteca, y donde puedas cultivar la mayoría de tu comida, te debería permitir sobrevivir al colapso económico sin demasiados probemas. Y quien sabe, quizás encuentres la felicidad ahí. Conclusión

Aunque la conclusión básica y obvia es que los Estados Unidos están peor preparados para el colapso económico de lo que Rusia estuvo, y lo pasarán peor que Rusia, hay algunas facetas culturales que no hacen a Estados Unidos tan indefenso. Para cerrar con una nota optimista, mencionaré tres de ellas. No diré nada particularmente original aquí, así que siéntete libre de partirte de risa cuando leas esto.

Primero, y quizás lo más sorprendente, es que los americanos hacen mejores comunistas de lo que los rusos nunca fueron, o impulsados a intentarlo. Son buenísimos en vida comunitaria, con muchas situaciones buenas, estables de compañeros de habitación que compensan sus familias débiles, alienadas o inexistentes. Estas situaciones de compartir habitación pueden ser utilizadas para templar y construir comunidades tipo aldea autoorganizadas. El comunismo (obviamente bajo un nombre más masticable) tiene mucho sentido en un ambiente inestable, escaso de recursos que la solución individualista. En donde cualquier ruso se encojería ante tal idea, porque remueve las todavía frescas memorias del experimento soviético en las colectivizaciones y vida comunal forzosas, los americanos mantienen una reserva de espíritu comunal y mentalidad cívica.

Segundo, hay una capa de decencia básica y amabilidad en al menos algunas partes de la sociedad americana, que han sido destruidas en Rusia durante el curso de la historia soviética. Hay un impulso altruista a ayudar a los extraños, y orgullo en ser de utilidad a los demás. Los americanos son culturalmente homogéneos, y la mayor barrera entre ellos es el miedo y la alienación provocada por sus condiciones de vida segregadas por raza y situación económica.

Por último, oculto tras la parafernalia chovinista hortera de las banderitas, hay un orgullo nacional tranquilo, que si se instiga, puede producir una moral y resultados grandes. Los americanos no se dejan sucumbir a las circunstancias. Porque muchos de ellos carecen de una buena comprensión de su predicamento nacional, sus esfuerzos para mitigarla pueden ser vanos, pero se garantiza un esfuerzo valiente, por que “esto es, después de todo América”.

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