por Sebastián Soler. En Cohete a la Luna
Macri pactó con el Fondo empeorar todas las cuestiones económicas que afectan la vida de los argentinos.
Desde que el financista con calle Luis Caputo reemplazó al académico de laboratorio Federico Sturzenegger en la conducción del Banco Central, no pasa un día sin que ese organismo y el Ministerio de Hacienda, a cargo de Nicolás Dujovne, despabilen a bancos e inversores con algún cambio repentino de las reglas que, hasta la víspera de cada nuevo anuncio, se consideraban tan eficaces como definitivas, y los mareen con un fárrago de letras y bonos cuyo único propósito es disuadirlos de seguir comprando dólares.
Hasta el lunes los dólares prestados por el Fondo Monetario Internacional no se podían usar para financiar la fuga de divisas o contener el tipo de cambio; el martes, Caputo le pidió a Lagarde que le dejara vender más de mil millones para que el precio de la divisa no superara los 30 pesos, aunque sea por un rato. El miércoles los recursos del Fondo alcanzaban para sostener las reservas en un nivel razonable; el jueves nos enteramos de que el Banco Central ya está negociando otro swap de monedas con el Banco de la República Popular China por el equivalente a US$ 4.000 millones porque es necesario reforzarlas. El martes Caputo le prohibía a los bancos suscribir las célebres LEBACs a 30 días que rinden 45% pero los consolaba ofreciéndoles las ignotas NOBAC a un año de plazo que hubiesen rendido bastante menos; el jueves se empacó porque los bancos no quisieron comprarle ninguna y les subió tres puntos los encajes, obligándolos a inmovilizar $ 60.000 millones.
Mientras tanto, el INDEC anunció que en julio la inflación general fue del 3,1% y los precios de los alimentos subieron 4%, el Banco Central informó que sus reservas cayeron casi US$ 9.000 millones desde que se firmó el acuerdo con el Fondo y los mercados internacionales siguieron clausurados para las emisiones de deuda del gobierno y las empresas argentinas. Los mismos funcionarios que se congratulaban porque la línea de crédito stand-by del Fondo bastaba para atender todos los servicios de la deuda pública hasta el final de la Presidencia de Macri, hoy admiten contritos que les faltan por lo menos US$ 8.000 millones. Y eso en el escenario más optimista, que asume la renovación total de las Letes en moneda extranjera y la postergación hasta el 2020 del rescate acordado en el stand-by de las letras intransferibles del Tesoro que tiene el Banco Central. Macri pactó con el Fondo empeorar todas las cuestiones económicas que afectan la vida cotidiana de los argentinos, como inflación, empleo, salario y nivel de actividad, a cambio de mejorar los índices financieros sin los cuales su programa económico colapsa. Hasta ahora sólo tuvo éxito en lo primero.
Alarmados, algunos economistas ortodoxos locales y extranjeros empiezan a reclamar que el gobierno implemente cuánto antes su solución mágica favorita: la dolarización oficial de la economía argentina mediante el reemplazo de todos los pesos por dólares.
Steve Hanke, economista senior del Instituto Cato, la fundación libertaria con sede en Washington que financian los hermanos billonarios de derecha David y Charles Koch para “promover políticas consistentes con los ideales tradicionales americanos de gobierno limitado y libertad individual”, lo escribió descarnadamente el mes pasado en un artículo publicado en la revista Forbes: “Para terminar con la pesadilla interminable de la Argentina, el Banco Central y el peso deberían arrumbarse con naftalina en un museo”. Semanas antes, el dueño de esa revista y fallido pre-candidato republicano a Presidente en 1996 y 2000, Steve Forbes, ya se había tomado el trabajo de calcular a mano alzada el costo de una eventual dolarización: “Macri debería mandarle a su banquero central un memo simple: reduzcan la base monetaria hasta que el tipo de cambio baje de $25 a $15. Cuando pase la crisis, lo que ocurriría enseguida, decrete que el dólar es la moneda oficial de la Argentina… y la gente canjearía con gusto sus pesos por dólares 15 a 1.” Al enterarse por estas líneas de la cuenta que sacó Forbes, habrá mucha “gente” que preguntará “gustosa” cómo lo puede contactar para comprarle unos dólares aunque sea a $25.
Más cerca del lugar de los hechos, y quizás por eso más detallista, el economista Carlos Rodríguez explicó el 13 de agosto en su cuenta de Twitter que “dolarizar M2 a 40:1 es solo 56.000 millones [de reservas]. Alcanza bien. Para pensar”.
Pensemos, entonces. La cuenta de Rodríguez no alcanza bien por dos motivos:
Uno, porque toma el total de las reservas brutas del Banco Central (US$ 56.258 millones al cierre de esta columna) cuando sólo las reservas netas, que no incluyen, por ejemplo, los yuanes del swap con China, estarían disponibles para canjearse por pesos. El Banco Central no difunde el monto de sus reservas netas pero el punto 29 del Memorándum de Entendimiento Técnico, anexo a la Carta de Intención que la Argentina le entregó al Fondo, las estimaba en US$ 23,100 millones al 4 de junio, y el gobierno asumió el compromiso de que lleguen a US$ 29.700 millones este año, poco más que la mitad de las reservas brutas actuales.
Dos, porque asume que bastaría para dolarizar la economía argentina con canjear los $ 1.720.653 millones de pesos de la base monetaria “M2”, que sólo incluyen los billetes y monedas en la calle, los pesos del sector privado y del sector público depositados en cajas de ahorro y cuentas corrientes en los bancos, y los cheques cancelatorios, cuando en realidad haría falta también canjear el M3, que le suma a esos rubros los depósitos a plazo fijo, elevando el total de pesos canjeables a $ 2.968.756 millones. Y sin que se pueda descartar que los tenedores de las LEBACs y las LELIQ del Banco Central exijan cambiar por dólares los pesos que cobren al vencimiento, en vez de aceptar bonos, con lo cual el total escalaría hasta los $ 3.729.656 millones. (Todas cifras al 14 de agosto, salvo el stock de LEBACs que se calcula teniendo en cuenta la reducción estimada tras la licitación liquidada el 15 de agosto.)
Con esos ajustes y asumiendo que las reservas netas ya alcanzaran los US$ 29.700 millones prometidos al Fondo, el precio teórico, redondeando decimales, de una hipotética dolarización sería $58 pesos por dólar si sólo se canjea el M2, $100 pesos si además se canjean los depósitos a plazos fijos del M3, y $125 pesos si no hay más remedio que canjear también las LEBACs y las LELIQ.
La dolarización implicaría una transferencia brutal de ingresos de los asalariados en favor de los sectores ya dolarizados de la economía. Para ponerlo en perspectiva, si tan sólo se dolarizara el M2, una directora de escuela de la provincia de Buenos Aires cuyo sueldo fuera $30.000 (siendo incautamente optimista respecto del resultado de la interminable paritaria docente), cobraría 517 dólares después de la dolarización en lugar de los 1.000 que puede comprar hoy, mientras que muchos de los precios de los bienes y servicios que le son esenciales no bajarían en la misma proporción. Por ejemplo, después de la dolarización el precio de un litro de nafta seguramente seguiría costando un dólar como aproximadamente cuesta hoy.
Dolarizar no sólo significaría resignar un atributo constitutivo de la soberanía nacional, perder la facultad de influir sobre un aspecto crucial de la política económica como el tipo de cambio, dejar de contar con un prestamista de última instancia para nuestro sistema bancario y, en la práctica, delegar a un gobierno extranjero la gestión de las variables claves de nuestra economía. Además de todo eso, que basta y sobra para desaconsejarlo, nos saldría carísimo.
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