por Equipo Editorial de Misión Verdad, en Misión Verdad
Con la firma de los primeros nueve acuerdos del pasado 5 de agosto que oficializan el inicio de la exploración y explotación del Arco Minero del Orinoco, el país en su conjunto entra en una discusión inevitable que obliga un análisis amplio y responsable de los peligros del momento. Este trabajo del equipo editorial de Misión Verdad es apenas un primer avance descriptivo de algunos elementos de peso que bordean un asunto tan delicado como trascendental, con toda la fatalidad que contiene este 2016, en nuestro país y el planeta.
Asumamos como primer elemento de análisis el evidente peligro del tiempo político y el tiempo histórico en el que nos encontramos ahora mismo, agosto 2016: estamos en un planeta cuyo sistema-mundo se encuentra descarriado, sin frenos y agarrando la primera parte de una curva verdaderamente peligrosa.
Un momento en el que el único futuro a la vista es precisamente el que imaginan los agentes responsables de un plan único, un programa de acción y doctrina para todos: la autoridad mundial gobernante de aparatos de seguridad, corporaciones, banca y establishment político que componen a los Estados profundos del capitalismo central: el famoso 1%.
En nuestro caso particular, aún padecemos la condena de pertenecer a la primera fila de suministro de materia prima dentro de la división internacional del trabajo, en pleno movimiento de las placas tectónicas globales que se enrumba en tentaciones totalitarias de cuño neoliberal y yupicrático. Ese es el contexto en el cual el Gobierno Bolivariano ha decidido hacer aikido y pulsear las agendas genocidas de afuera, es decir, se ha propuesto ejercer poder sobre nuestros propios recursos, en este caso minerales. Se ha decidido asumir por la vía de los hechos el control directo y soberano sobre los recursos que le son estratégicos al país y en el plano tecnológico al planeta entero, en esa franja de territorio donde se encuentra uno de los pocos yacimientos no-explotados (a escala industrial) y codiciados en la actualidad.
Y el punto se reduce a una decisión sencilla: o transitamos el momento o el momento nos transita a nosotros, y en las peores condiciones posibles, esas que consisten básicamente en imponerle al país guerras civiles, mientras se gestiona por las armas la disolución del territorio entero. Siria, Libia, Irak.
La estatura del desafío consiste entonces en considerar la crudeza y la trascendecia actual en la que se mueve el mundo y Venezuela dentro de él. Así lo ha entendido el Gobierno Bolivariano y, en consecuencia, su decisión.
El capitalismo global, hoy en crisis no sólo económica sino existencial como modelo de vida para la especie, viene pasando con cada vez mayor velocidad puntos de no retorno bastante peligrosos. Su nueva fase de acumulación vía guerras modernas lo obliga a chocar permanentemente con Estados, mediaciones, regulaciones, leyes, pactos y todo lo que en algún momento le sirvió para regular a la competencia y que ahora más bien le estorba, como la competencia misma. En esa carrera de 100 metros libres hacia la guerra eficazmente globalizada, nosotros no somos espectadores, no somos actores pasivos, sería, por lo menos ingenuo creer que ese proceso no nos tocaría por el lado más estratégico, o que no nos obligaría a tomar posturas no demagógicas en un momento jodidamente complejo y más aún comprendiendo la utilidad de la mina venezolana para el sistema-mundo.
Esta decisión, a su vez, debe ser analizada como consecuencia de tres años de guerra contra el país y de sus consecuencias en la vida de la población. Todos los caminos de la guerra llegan al saqueo, sea cual sea la ruta por donde los agentes y rectores del capitalismo global decidan desplazarse. Y es quizás ahí donde está la clave menos explorada con respecto al Arco Minero del Orinoco: soportando estos ataques nos ganamos el tiempo, el espacio, el margen de maniobra para decidir y regular lo que de todas formas venía, seguramente de una forma mucho más agresiva y violenta. El excepticismo en torno a las nuevas guerras también es un logro de ellos.
Hoy podemos manejar los tiempos políticos y pulsear las agendas de intervención, regularizar procedimientos, usos y maneras bajo las cuales será explotado el Arco Minero del Orinoco. Llegamos aquí con decenas de conflictos desarmados en la espalda, con ese tiempo ganado se pretende desarmar conflictos mayores y más peligrosos a futuro, aunque no sea bonito y panfletario ese trayecto. Pasa por decidir sobre el territorio, ejercer autoridad antes que la autoridad mundial entre, retrasar el tiempo de las balas, impedir que siga vertebrándose el saqueo minero a partir del paramilitarismo y la violencia irregular.
Es una decisión política de todos en este momento asumir hasta dónde y desde cuál acera nos disponemos a pensar el fenómeno, hasta qué plano y hasta cuál dimensión observamos, analizamos y discutimos todas las variables que componen una decisión incómoda y excepcional, en la que se involucran la seguridad, los recursos, la crisis del petróleo, la urgencia de las élites y las plenipotenciaras amenazas geopolíticas, lo que podemos pensar, discutir y analizar ahora mismo para imaginar el hacer que debe venir después, de acuerdo a las claves que ya conocemos, viviendo en la Venezuela de la Faja Petrolífera del Orinoco y el Arco Minero, pero también la Venezuela en revolución de Hugo Chávez.
El Arco Minero, repetimos, forma parte de una negociación incómoda y nada fácil para seguir teniendo la oportunidad de apostar a nosotros mismos como fuerza política. No estamos ante un problema meramente ecológico, eso lo sabemos, y sobre las bases que ya tenemos, veamos el terreno para pensar los cómo en todos los ámbitos y factores.
Lo global: los tiempos dementes del hoy en día y la curva mortal de la humanidad
No sólo en Venezuela se están viviendo tiempos excepcionales, de excepción, de estado de guerra en sus expresiones no convencionales o abiertas. La crisis es global y sistémica, comienza en las arterias enfermas del capital, afecta al esqueleto de las materias primas, pero dentro de un cuerpo que todavía conserva voracidad e instinto de preservación.
La voracidad del capital consiste, precisamente, en la ocupación de territorios con recursos sin explotar a gran escala, territorios definidos como “no-capitalistas” en la medida en que el actual modelo de acumulación de capital no se instala en las dimensiones que necesita para regenerarse. La realidad indiscutible es que son muy pocos los que quedan fuera de los territorios menos alterados, tanto en la tierra como en el mar.
La segunda realidad es que la capacidad de reinvención del capitalismo para salir de su crisis y recuperarse a sí mismo es proporcional a la cantidad de recursos que lo nutren, pero ahora acordes a un metabolismo totalmente adulterado, voraz y sin freno visible. Por lo que lo obliga a poner en la mira los territorios residuales preferiblemente sin mediación alguna, que para mayor inri de la especie humana, como es en el caso del Arco Minero, contiene una riqueza estratégica de proporciones cada vez más notables.
Y frente a esto opera otro factor condicionante clave: el poder duro se ha globalizado, mientras que las estructuras que regulan lo local no. Y en esa pugna, el poder buscará siempre rebasar esas estructuras. Y la Revolución Bolivariana ha funcionado, a partir de la misma estructura estatal, como un contrapoder capaz de ejercerse sobre su propio espacio de acción en tanto Estado-nación, en tanto país. Sobre todo contra un modelo de poder (global y neoliberal) que ni discute ni se discute. Dentro de este esquema, Venezuela todavía conserva su capacidad de distribución del poder, de la ganancia y de los procesos. En Venezuela no deciden los poderes globales, de ahí tres años de intensa guerra.
Lo local: del Arco Minero de facto al control del Estado de los procesos de extracción mineral
Ya la dinámica de la vida en torno a las minas y esos territorios concentraban todos los elementos de depauperación y miseria que hacen de este modelo lo que es y ha sido siempre. El sistema criminal que se instala e impone las normas en las localidades, la actividad mafiosa y el azote a la población frente a unas autoridades (que en muchos son cómplices absolutos o inmóviles), son una realidad
La declaración de los 111 mil 800 kilómetros cuadrados que conforman el Arco Minero del Orinoco como Zona de Desarrollo Estratégico, en el que el Estado se involucra ahora de una forma estratégica, a fuerza propia obliga a arrojar luces, permanentemente, sobre algo que había sido, hasta ahora, de aparición y exposición mediática intermitente. Es demasiado lo que ahí se juega como para que todos no sepamos lo que es el sur de Venezuela, pero sobre todo lo que ha sido hasta ahora. A partir de ahora, al menos, no olvidar los nombres Cuchivero, Aro, Guainamo o Imataca.
Pero así como el Estado debe apretar la tuerca en tanto al control de todo el proceso, toda vez que se sustituya ese sistema de relaciones enfermo, sin regulaciones ni autoridad, a nosotros nos toca una forma de pensar este territorio. Una mina, insistimos, que puede asumirse en su doble significación si se descuida: geológica y como dispositivo explosivo.
El 6 de marzo en Tumeremo fue la medida exacta. La masacre perpetrada por alias El Topo dio medida al país de todo lo que sucede en la zona del oro, calamidad que no nos permite pasar agachado sin sentirnos, al menos en tanto habitante de este territorio, como corresponsables.
Si ya existe el impulso y la decisión política tomada, el plan y la dirección de las riquezas que de ahí se generen, beneficiando en términos macroeconómicos al país, afianzando bases para un nuevo plan económico, ejerciendo soberanía sobre los recursos que fatalmente se tienen y necesitan, el Arco Minero es la oportunidad no sólo de pensar el país a partir de un momento de quiebre global, sino de ejercer de una vez por todas la premisa base de la revolución chavista plasmada en la Constitución: la participación protagónica en el territorio y más allá del discurso.
Por lo tanto es, también, un asunto de seguridad. Y de dignidad.
Lo glocal: Tumeremo, la africanización del conflicto y la violencia estructural (los sindicatos como punta de lanza)
Lo global se contrae sobre lo local así haya quien quiera parcelar la mirada de acuerdo a su restringido catastro intelectual o sus traumas jipis no superados.
Aquel episodio en Tumeremo no fue apenas uno más, que una vez resuelto el caso en tiempo récord, se pretendió narrar como limitado y bajo una factura estrictamente hamponil (el pote sin fondo del concepto “inseguridad” que todo lo despolitiza), evidenciando en todas sus escalas la decisión mafiosa del control armado en ese territorio, bajo el amparo del poder mediático nacional.
En primer plano tenemos, indudablemente, el control de las estructuras paracriminales que operan en las zonas mineras conocidas como “sindicatos”, de la que el sanguinario Jamilton Ulloa, alias El Topo, apenas lideraba una de ellas. En el plano medio, la masacre fue matizada, adulterada y fallidamente reconducida por medios varios y Américo De Grazia en el plano de la superficie política, pero en el plano general tenemos que la masacre de Tumeremo se da justamente cuando, previo a los acuerdos, Venezuela se reinsertaba en el Protocolo de Kimberly (que se encarga de certificar que los minerales extraidos no están bañados en sangre producto de un conflicto), pasando a ser, además, un activo narrativo que se incorporó al expediente criminalizador cuando el Parlamente Europeo (PE) emitió su resolución del 8 de junio contra Venezuela.
Porque no es que El Topo no ejerciera una política, un pran que decide y controla todas las esferas de la actividad humana de una localidad prefigura la primera etapa del paraestado frente al vacío de soberanía formal. Los paramineros ejercen una soberanía que se simplifica a decidir si un cuerpo vive o muere y hasta ahí es suficiente. Es decir, una necropolítica. Pero ese poder sobre el vivir o morir nunca, jamás, estará exento de patrones y patrocinantes, que detrás de esa acción de vanguardia es apenas la primera escala de algo que alcanza las cotas más altas del poder globalizado. Así quieren ellos (y otros) el Arco Minero, sin la intervención del Estado.
Y es que la soberanía pasa por la custodia de las víctimas de la acción mercenaria y el control globlal disfrazado de paramineros. Nada va a detener el proceso ya activado sobre el territorio del Arco. Y en esta primera etapa, el principal pulso (que además debe exigirse) radica en cuáles serán las condiciones directas. O se impone la “africanización” que todos conocemos en torno a la minería, es decir, la instauración violenta de un modelo extractivo, neocolonial y neoesclavista cuya existencia se sostiene con la guerra infinita, o el país todo se vuelca sobre la situación y formula una política de los gobernados inédita y posible, repetimos, en participación protagónica.
Y como dato concreto, riguroso y peligroso, los “sindicatos” ya esperan con el gatillo en la mano a la espera de la próxima acción.
Al cierre, nos guste o no
Tales son, en un sentido primario, las cuatro coordenadas que deben pensarse cuando se hable del Arco. No hay una sola opinión (al menos no manifiestamente interesada) que llegue en línea recta hasta este punto, excluyendo, por supuesto, el idiotismo factura de la MUD o la mínima franja sin talento que protesta y se indigna según la moda, ocasión, tópico y franelita ideológica en curso. Los que se escudan bajo una presunta “ciudadanía global moderna” y gritan malactuados en contra de cualquier decisión soberana sin una seña de indignación por el coltán que hace que funcione su tablet o que el android provenga de mano infantil, en minas administradas bajo una estructura neoesclavista aún más brutal, pero en el Congo, lejana y ajenamente.
Sobre el Arco Minero no debe pararse la discusión intrachavista. La experiencia ganada por tres años de guerra después permiten análisis más serios que los asomados hasta ahora por izquierda y por derecha. Aún a costa de chantajes ideólogicos, el chavismo como fuerza política ha sabido manejar y ganar tiempo, para todos; le guste o no, usted y su familia sigue vivo gracias a ese manejo. El tiempo ganado no es para financiar la demagogia, sino para algo mucho más urgente: evitar que la guerra contra Venezuela conquiste sus objetivos más deseados: desaparecer al chavismo como fuerza política de la faz de la tierra.
Ver el fenómeno en sus proporciones, amplitud y riesgo global como el primer paso revolucionario; conocer los factores y el territorio como segundo; y tercero, conciencia activa sobre la capacidad demostrada del enemigo que viene por nosotros, sólo espera condiciones objetivas y el play corporativo para desmembrarnos, literalmente.
Es ese futuro el que nos estamos jugando. No otra cosa.
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