por Aram Mirzaei. Traducción de Leonardo Del Grosso, en The Saker (enlaces a parte 1 y parte 2)
En los artículos anteriores hemos explorado los orígenes de la ideología sectaria en los primeros días del Islam, los Khawarij. También hemos examinado la oleada de la misión wahabí, una ideología takfirí similar que se originó en el siglo 18, y que sigue viviendo hasta el día de hoy gracias al apoyo de diferentes potencias imperiales, el Imperio Británico y los Estados Unidos. En esta parte final, vamos a examinar la globalización de la ideología wahabí después de los ataques del 11 de septiembre y su último pico en la organización terrorista que hoy asola el mundo, el Estado Islámico de Irak y el Levante.
El Islam político y sus diferentes versiones
La era de la presidencia de George W. Bush se caracterizó por los ataques del 9/11, las invasiones a Afganistán e Irak en lo que se llamó una guerra global contra el terrorismo. El resentimiento musulmán por las ambiciones imperiales de Estados Unidos en la región ha sido durante mucho tiempo una parte esencial de la políticas de Oriente Medio, principalmente debido al apoyo al Estado de Israel, que es considerado por los habitantes de la región como un punto de apoyo colonial de las grandes potencias en la región. El Islam político o islamismo que se desarrolló durante el siglo 20 se expresó en una variedad de formas. En primer lugar, están las versiones wahabíes y de la Hermandad Musulmana, que se oponen a los movimientos nacionalistas árabes seculares de la región, enemigos de los poderes imperiales que tratan de dominar las regiones. Estos movimientos islamistas han dependido durante mucho tiempo de la ayuda exterior para deponer a los nacionalistas seculares indígenas, donde los wahabíes han extendido su doctrina altamente sectaria a diferentes partes del mundo islámico, y los Hermanos Musulmanes han lanzado varias insurgencias, principalmente en Egipto y Siria. La segunda versión del Islam político está representado por Irán, que desarrolló una firme postura antiimperialista popular contra Occidente como resultado de la experiencia de una monarquía, apoyada por Occidente, y del derrocamiento de un gobierno democrático laico por un golpe de Estado de Estados Unidos en 1953 ( ver operación Ajax).
Esta última versión del Islam político ha sido desde 1979 una espina en el costado de las ambiciones imperiales de Estados Unidos en tanto Irán rápidamente se involucró en la guerra civil del Líbano con la creación de la poderosa milicia Hezbolá, tanto para contrarrestar la invasión israelí como para difundir los ideales de la revolución iraní. Hezbolá sigue siendo un poderoso movimiento de resistencia contrarrestando la amenaza israelí en el sur del Líbano hasta el día de hoy, a pesar de los requerimientos de todas las milicias involucradas en la guerra, de disolverse después del Acuerdo de Taif en 1990.
Los EE.UU. fueron rápidos para usar a su entonces aliado Saddam Hussein para invadir Irán en 1980 por lo que le ofrecen una gran cantidad de asistencia militar, incluyendo lo que muchos creen en Irán que fueron armas químicas tales como el gas mostaza, para su uso sobre las fuerzas iraníes. La guerra terminó en un desastre tanto para Irán como para Irak, que sufrió severas pérdidas económicas. Más tarde, este último se vió obligado a invadir Kuwait, un estrecho aliado de Estados Unidos, con el fin de compensar la drástica disminución del nivel de vida que la guerra con Irán había causado en Irak. De esta manera, Saddam Hussein ya no era un aliado de los EE.UU., sino un enemigo. Una vez más, los Estados Unidos y los wahabíes saudíes se situaron espalda con espalda en la lucha contra la misma persona a la que sólo unos pocos años antes habían respaldado contra el Irán revolucionario.
Como se explica en el artículo anterior, la asociación estadounidense-wahabí fue crucial en los esfuerzos para desangrar a la Unión Soviética durante la guerra en Afganistán. El fin de la guerra fría se pensó como el comienzo de una nueva era en el Oriente Medio, donde los EE.UU. y sus aliados regionales podrían pasear libremente para dominar la región. Múltiples insurgencias terroristas sobrevinieron, principalmente en el Cáucaso y Asia Central después de la caída de la Unión Soviética (insurgencias en Tayikistán, Uzbekistán y Chechenia), todas ellas fuertemente financiadas por el estado wahabí y su principal patrocinador, los EE.UU.
Irán, sin embargo, con su incondicional postura antiimperialista, era una nueva amenaza emergente para la dominación de los EE.UU. y los saudíes. En la década de 1990 Irán logró recuperarse relativamente bien de la devastación causada por la larga guerra de ocho años con Irak, que ahora plantea una amenaza mayor no sólo para las ambiciones imperiales de los Estados Unidos, sino también para la misión wahabí. Los saudíes sentían que su posición como los “custodios de las dos mezquitas santas” fue desafiada por el Irán chií, que dio apoyo a varias organizaciones musulmanas chiítas en el mundo islámico, a menudo en minoría y duramente reprimidas por los regímenes en el poder, que no tan casualmente a menudo eran aliados de Estados Unidos, por supuesto (véase Pakistán, Bahrein y Yemen). Este desafío a la posición saudí también plantea un desafío similar a la hegemonía de Estados Unidos sobre la región desde que los wahabíes y los EE.UU. se hicieron estrechos aliados durante décadas.
La era de George W. Bush
La era de George W Bush profundizaría aún más los lazos entre Arabia y los Estados Unidos a raíz de los ataques del 9/11. A pesar de que quince de los diecinueve atacantes eran de origen saudí, la culpa de los ataques fue atribuida a Afganistán e Irak, y ambos países fueron invadidos. La razón oficial dada para invadir Irak fue que el régimen de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva (ADM) y que había patrocinado al terrorismo a pesar de que ninguna evidencia real se presentó para respaldar cualquiera de estas afirmaciones.
Irak bajo Saddam llevaba la mayor parte de dos décadas en que había sido útil para mantener el Irán chiita bajo control, su odio hacia los iraníes y los chiítas fue visto como una razón para dejar que él mantenga su gobierno en Irak, a pesar de la confrontación entre Irak y los saudíes durante la primera Guerra del Golfo. El punto de vista de los iraníes es que las invasiones de Afganistán e Irak en realidad sirvieron para rodear a Irán, en lugar de luchar contra el terrorismo, el cual, según la visión de muchos iraníes, fue creado y fomentado por los propios Estados Unidos (ver los talibanes y Al Qaeda). Otra razón para deponer a Saddam fue el hecho de que él tenía profunda animosidad contra Israel, amenazándolo varias veces con ataques de misiles y desde la perspectiva de Irán, la seguridad de Israel es y ha sido siempre el interés más importante de Estados Unidos en la región. No obstante la profunda enemistad entre Irán y Saddam, Irán, junto con Siria bajo Bashar Al-Assad, se opuso a la invasión de Estados Unidos en 2003.
Los EE.UU., junto con sus aliados regionales, habían esperado reemplazar a Saddam con un gobierno amigo de Occidente para “la introducción de la democracia” en Irak. La política en ese entonces era dar poder a la mayoría chií del país, la que durante mucho tiempo habían sido oprimida por Saddam y su régimen. Sin embargo, lo que los EE.UU. no habían comprendido eran los estrechos vínculos entre la población chiíta en Irak y la nación chiíta de Irán. La “reconstrucción de Irak” no sólo se vio afectada por los movimientos insurgentes sunitas en el oeste de Irak, sino también por los enfrentamientos hostiles por parte de las milicias chiítas, como la Organización Badr y el Ejército Mahdi.
La población chiíta de Irak no dió la bienvenida a los ocupantes que los EE.UU. esperaban, por el contrario, varios años de insurgencia dirigida por los líderes chiítas prominentes como Muqtada Al-Sadr y respaldada por la Guardia Revolucionaria Iraní (Sepah-e Pasdaran), prolongaron la ocupación de los Estados Unidos y lo pusieron en una posición difícil.
El gobierno del país estaba ahora fuertemente dominado por los políticos chiítas y líderes que se negaron a iniciar relaciones hostiles contra sus hermanos en Irán, a pesar de la presión estadounidense. Los EE.UU. no habían podido entender que muchos de los políticos iraquíes como Nouri Al-Maliki estaban profundamente afiliados al establecimiento político iraní, un hecho que enfadó a los saudíes. Un cable de Wikileaks reveló la insatisfacción de los saudíes con Al-Maliki.
El rey dijo que no tenía “ninguna confianza en Maliki, y el embajador (Fraker) es muy consciente de mis puntos de vista.” El rey afirmó que él había rechazado los ruegos del ex presidente Bush para que él se reuniera con al-Maliki. El rey dijo que había conocido a al-Maliki a principios de mandato de al-Maliki, y el iraquí le había dado una lista escrita de los compromisos para la reconciliación en Irak pero, según el saudí, había fallado en cada uno de ellos. Por esta razón, el Rey dijo que al-Maliki tenía poca credibilidad. “No confío en este hombre”, declaró el Rey, “él es un agente iraní”. El rey dijo que le había dicho a Bush y al ex vicepresidente Cheney “¿cómo puedo reunirme con alguien en el que no confío?” Al- Maliki ha “abierto la puerta a la influencia iraní en Irak” desde que asumió el poder, dijo el rey, y que “no estaba en absoluto esperanzado” por al-Maliki, “o me habría reunido con él”.
De hecho, los EE.UU. habían entregado Irak a Irán en una bandeja de plata y creado un estrecho aliado de Irán, para disgusto de los saudíes. Los temores fueron creciendo ahora en Riad y entre sus aliados por la creación de una “media luna chiíta”, un término acuñado en 2004 por el rey jordano Abdullah II en referencia al eje sirio-iraquí-iraní y el poderoso partido Hezbolá en el Líbano.
La “primavera árabe” y la globalización del wahabismo
¿Hasta dónde estaban dispuestos a llegar los saudíes para parar esta amenaza que ellos perciben? De acuerdo con el ex jefe del Servicio Secreto de Inteligencia Británico, MI6, Sir Richard Dearlove, el príncipe Bandar bin Sultan, que una vez fue el poderoso embajador saudí en Washington y jefe de la inteligencia saudí, le había dicho: “El tiempo no está muy lejos en el Oriente Medio, Richard, cuando literalmente ocurra que ‘Dios ayude a los chiítas’. Más de mil millones de sunitas simplemente han tenido suficiente de ellos”.
No hay dudas acerca de la exactitud de la cita del príncipe Bandar, secretario general del Consejo de Seguridad Nacional de Arabia Saudí desde 2005 y jefe de inteligencia general entre 2012 y 2014, los cruciales dos años cuando yihadistas del tipo Al Qaeda en Irak y Siria causaron estragos en los países. Disertando en el Instituto Real de Servicios Unidos, Dearlove, que encabezó el MI6 entre 1999 y 2004, enfatizó en la importancia de las palabras del príncipe Bandar, diciendo que constituían “un comentario escalofriante que recuerdo muy bien, exactamente”.
Cuando la así llamada “primavera árabe” recaló en Siria, no fue casualidad que los saudíes estaban a la vanguardia de la oposición al gobierno secular del presidente Assad, con Riad proporcionando rápidamente armas y fondos a los grupos yihadistas sumamente sectarios que luchan contra el Ejército Sirio. Aquí es donde el proyecto imperial estadounidense llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL) entra en la escena. Desde el inicio de la “guerra civil” siria, la así llamada oposición fue totalmente dominada por los yihadistas sectarios que comparten la misma ideología wahabí que sus patrocinadores en Riad, y que deseaban acabar con las comunidades minoritarias en el país y declarar un emirato wahabí .
Estos Takfiris a menudo se unen a miles de otros extranjeros Takfiris (grupos en Siria como Jaysh Al-Muhayirin Wal Ansar, un grupo de Chechenia y el Partido Islámico del Turkestán, que consisten principalmente en uigures de China) que vinieron de todas partes del mundo, un testimonio de lo extendida que había devenido la ideología wahabí.
Por supuesto, todo esto se hizo posible a través del armamento y la financiación de los terroristas no sólo por el estado wahabí, sino también mediante el apoyo de los EE.UU. y sus aliados en Europa y Oriente Medio, especialmente los Hermanos Musulmanes dominados por Turquía, bajo el disfraz del respaldo al fantasma de una oposición moderada para derrocar al gobierno sirio.
Al echar un vistazo más de cerca a la retórica de los militantes takfirís que operan en Siria e Irak, no es difícil entender que sus principales enemigos son las poblaciones chiítas de estos países, y en última instancia, el bastión chiíta de Irán. El hecho de que el Estado Islámico de Irak y el Levante usa el término “la Safawiyya”, una referencia a la dinastía Safavid de Irán que convierte el país para el chiísmo en el siglo 16, principalmente usado por los takfirís como un insulto para referirse a los ejércitos de Irak y Siria, es un testimonio de su odio por los chiíes. En su magazine online llamado “Dabiq”, ISIL deja claro terminantemente este punto al declarar que los “Rafidah (un término despectivo para los chiítas) son apóstatas que deben ser eliminados a través de los más brutales medios”. Por otra parte, muftíes saudíes, entrando ilegalmente en Siria han declarado en varias ocasiones que el asesinato de chiítas es considerado halal, y que todo lo que hay que hacer es proferir la palabra “Bismillah” (en el nombre de Dios) antes de “cortarlos como perros”. Los chiítas que son víctimas de este grupo terrorista siempre son asesinados de la manera más brutal, como hemos presenciado principalmente en Irak, pero también en Siria, a través de decapitaciones, ahogamientos, puñaladas y así por el estilo.
Sin embargo, esto nunca habría sido posible sin el enorme apoyo de los EE.UU. Los documentos de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) muestran que los EE.UU. sabían muy bien que el armamento de los “moderados” resultaría en el pertrechamiento de los terroristas takfiris, pero optó por seguir con el plan previsto a pesar de las consecuencias catastróficas. Los documentos indican:
“AQI (Al-Qaeda de Irak) apoyó a la oposición siria desde el comienzo, tanto ideológicamente como a través de los medios de comunicación”.
“Si la situación se desenreda existe la posibilidad de establecer un declarado o no declarado principado salafista en el este de Siria (Hasakah y Der Zor), y esto es exactamente lo que las potencias que apoyan a la oposición quieren, con el fin de aislar al régimen sirio”.
“ISIL también podría declarar un estado islámico mediante su unión con otras organizaciones terroristas en Irak y Siria, lo que creará un grave peligro en lo que respecta a la unificación de Irak y la protección de su territorio”, expresa el informe de la DIA, con fecha de agosto de 2012.
Por otra parte, Joe Biden también admitió sobre el hecho de que sus aliados crearon la plaga terrorista en la región declarando que “el ‘mayor problema’ de América en Siria son sus aliados regionales”.
“Nuestros aliados en la región serían nuestro mayor problema en Siria”, dijo, explicando que Turquía, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos están “tan determinados a acabar con Assad” que en un sentido comenzaron una “guerra proxy entre sunitas y chiítas” vertiendo “cientos de millones de dólares y decenas de miles de toneladas de armas” hacia cualquiera que luchara contra Assad. (1)
Como el sacrificio de ISIL debilita tanto a Irak como a Siria, inflamar las tensiones sectarias en un mundo musulmán alguna vez pluralista, brinda el pretexto a Estados Unidos para, con sus militares, arrasar y reocupar los territorios.
El proyecto ISIL es utilizado para dividir Siria e Irak en países sectarios, para el deleite de la misión wahabí. No es casualidad que los EE.UU. hoy favorecen a las “tribus sunitas” en Irak para hacer la lucha principal en su nombre contra los terroristas de ISIL en el oeste de Irak, y no es ninguna casualidad que los EE.UU. quieren armarlos a ellos y a los kurdos hasta los dientes, y así someter a presión al gobierno iraquí para que ceda, o el control, o de hacer frente a la amenaza del separatismo en la región dominada por los sunitas de la región de Anbar de Irak occidental. Un Irak y una Siria divididos romperían el eje Teherán-Damasco-Bagdad y Hezbolá y severamente debilitarían a Irán en su lucha contra los ocupantes sionistas en Israel, y además también daría a Arabia Saudita mucha influencia en la región y el apretar el lazo alrededor de la población chií de la región.
El principal enemigo que se mantiene de pie entre los wahabíes y su afán de control total sobre el mundo musulmán, son las personas seculares de la región y la población chiíta, que durante siglos se han resistido a los intentos de los wahabíes de exterminarlos. A medida que las guerras en Siria e Irak continúan, el estado wahabí ha fijado su mirada tanto sobre Yemen (donde se está llevando a cabo una campaña masiva para destruir a los chiitas Houthi), como sobre Pakistán y Afganistán, con minorías chiíes importantes que se niegan a aceptar la ideología wahabí. Por lo tanto, la misión wahabí se ha convertido en una campaña para destruir a los que se considera herejes, es decir, cualquier persona que no sea compatible con la misión wahabí de exterminar a los chiítas. Recuerde que todo esto está sucediendo bajo la égida de Washington.
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