por Antonio Rondón García. En Prensa Latina
Lo recién ocurrido en una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la ONU, convocada por Rusia, parece demostrar la crisis de ese órgano internacional, cuando fue imposible condenar una clara agresión contra un estado soberano.
En lugar de discutir cómo serían condenados tres países por agredir a otro sin ningún mandato de Naciones Unidas, el debate se dirigió a defender un extraño elemento del derecho internacional: ‘la intolerancia al uso de las armas químicas’.
Todo lo relacionado con aspectos del Derecho Internacional, como la integridad territorial, soberanía de los estados, la prohibición a la amenaza o empleo de la fuerza, la no injerencia en los asuntos internos, todo eso quedó olvidado.
Otro término nuevo, defendido por el presidente estadounidense, Donald Trump, la desinformación rusa, es decir, cuando se refiere al descubrimiento de factores incómodos para Occidente, también parece ponerse de moda.
Así, la mentira burda y ya demostrada del ataque químico en la ciudad siria de Duma, se toma como la absoluta verdad, y el descubrimiento de los detalles del montaje chapucero de una provocación se maneja como campaña de desinformación.
Quizás por ello, Washington se dedicó a callar la boca por diferentes vías a medios alternativos en su territorio como Russia Today y Sputnik, pues también se dedicaban a la ‘desinformación’, entiéndase verdad incómoda para la Casa Blanca.
Los medios occidentales, cómplices de la agresión de Estados Unidos, Francia y Reino Unido contra Siria, prepararon el terreno con la ampliación del montaje para convencer a su público de la necesidad de impedir el uso de armas químicas por Damasco.
Que raro. Hace cuatro años, inspectores de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) ratificaron que el arsenal sirio de esas armas estaba eliminado, en un proceso al que Damasco accedió voluntariamente.
La OPAQ, y no el presidente Vladimir Putin, quien fue el negociador para alcanzar el acuerdo sobre eliminación de las armas químicas en Siria, recibió un premio Nobel de la Paz por esa acción.
Rusia, por su lado, adelantó la destrucción de su arsenal químico, antes del plazo previsto por la OPAQ, y en 2017, tras desembolsar millones de dólares, constató junto a los inspectores de ese órgano la destrucción de sus armas químicas.
Sin embargo, Estados Unidos y el Reino Unido, entre otras naciones, postergan con diferentes pretextos, la eliminación de su extenso almacén de sustancias tóxicas de todo tipo.
Pero ello no impide ni a Washington ni a Londres, amenazar y atacar, como hicieron en el caso de Siria, a un estado soberano, sin ni siquiera probar que posee armas químicas. Lo llaman la línea roja para sus acciones.
Como afirmaron ayer representantes de Siria y Rusia, con la falta de una condena a la agresión contra Damasco, los grupos terroristas saben cómo pueden lograr nuevos golpes de Occidente: otro montaje sobre armas químicas y el ataque está asegurado.
Washington, Londres y París, con sus medios de prensa, preparan a la opinión pública para situar a Rusia como el único enemigo de la justicia, pues impide con su veto resoluciones presentadas por esas capitales para legitimar acciones contra Siria.
Claro está, Moscú será visto como el país que permite a Damasco ‘el uso de armas químicas contra su pueblo’. Sin embargo, ni una sola víctima, ni siquiera con síntomas respiratorios causados por una sustancia tóxica, apareció en Duma el pasado 8 de abril.
La Cancillería rusa considera que se crea una situación sin precedentes en el derecho internacional, cuando un acto de agresión y de violación de la Carta de la ONU, basado en una mentira difundida en los medios, queda sin ser condenado.
El presidente del Comité de Relaciones Internacionales del Consejo de la Federación (senado ruso), Konstantin Kosachov, advertía ayer que si la comunidad internacional permite ese acto de agresión, mañana eso le puede ocurrir a cualquier otro país.
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