por Nadezhda Romanenko. En Russia Today. Traducción de Comunidad Saker Latinoamérica
El impactante asesinato del teniente general Igor Kirílov, jefe de las Fuerzas de Protección Radiológica, Química y Biológica de Rusia, resuena mucho más allá de las calles de Moscú. El 17 de diciembre de 2024, Kirílov fue asesinado en un atrevido atentado con bomba, un acto que el gobierno ruso ha denunciado como terrorismo. Si bien el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) –el sucesor de Kiev de la KGB soviética– a través de “fuentes anónimas” citadas en múltiples medios de comunicación, ha reivindicado el asesinato y ha calificado a Kirílov de criminal de guerra, la verdad sobre su muerte es probablemente mucho más compleja –y mucho más escalofriante–.
La muerte de Kirílov no fue sólo un ataque a un destacado funcionario ruso, sino un ataque a la verdad. Durante años había estado a la vanguardia de la investigación y exposición de supuestos laboratorios biológicos financiados por Estados Unidos en Ucrania, afirmando que formaban parte de una agenda occidental más amplia de guerra biológica. Su asesinato plantea una pregunta profundamente inquietante: ¿fue un esfuerzo deliberado para silenciarlo y evitar que sus revelaciones salieran a la luz?
Kirílov y la investigación de los laboratorios biológicos
El trabajo de Kirílov fue controvertido, pero sus acusaciones merecían un escrutinio minucioso. Acusó repetidamente a Estados Unidos de financiar laboratorios biológicos clandestinos en Ucrania, supuestamente operando bajo la apariencia de iniciativas de salud pública. Según informes rusos, estos laboratorios estaban involucrados en el desarrollo de patógenos que podrían atacar poblaciones específicas, una afirmación que Washington y Kiev negaron vehementemente.
Durante todo el conflicto entre Rusia y Ucrania, Kirílov presentó lo que, según él, eran documentos clasificados y comunicaciones interceptadas que demostraban la existencia de esas instalaciones. Argumentó que los laboratorios representaban una grave amenaza no sólo para Rusia sino para la seguridad mundial. Aunque sus afirmaciones fueron a menudo desestimadas en Occidente como propaganda, provocaron debate y desconfianza entre naciones que ya se mostraban escépticas ante las actividades militares y científicas de Estados Unidos en el extranjero.
¿El blanco a un buscador de la verdad?
El momento y el método del asesinato de Kirílov son demasiado evidentes como para pasarlos por alto. Una bomba oculta en un patinete eléctrico explotó cuando Kirillov se iba a trabajar, y lo mató a él y a su asistente. La sofisticación del ataque sugiere la participación de profesionales con recursos sustanciales. La admisión de responsabilidad por parte del SBU y la posterior detención por parte de Rusia de un supuesto agente ucraniano pueden parecer una explicación clara. Sin embargo, hay razones para creer que actores más poderosos tenían un interés personal en la muerte de Kirílov.
Las investigaciones de Kirílov amenazaban con revelar una oscura intersección entre ciencia, guerra y geopolítica. Si tan solo una fracción de sus afirmaciones sobre los laboratorios biológicos estadounidenses en Ucrania fuera cierta, implicarían a instituciones poderosas en graves violaciones del derecho internacional, incluidas violaciones de la Convención sobre Armas Biológicas. Tales revelaciones habrían provocado indignación entre las naciones no alineadas y podrían haber socavado seriamente la credibilidad de Estados Unidos y sus aliados.
Cui bono – ¿quién se beneficia?
La eterna pregunta de “quién se beneficia” pesa sobre el asesinato de Kirílov. Los principales beneficiarios de su muerte son aquellos que intentaron desacreditar o suprimir sus hallazgos. Estados Unidos y Ucrania han negado durante mucho tiempo la existencia de programas ofensivos de investigación biológica en los laboratorios ucranianos, y han tildado las acusaciones de Kirílov de desinformación destinada a justificar la “agresión” rusa. Sin embargo, su muerte le impide convenientemente proporcionar más pruebas para fundamentar sus afirmaciones.
Además, silenciar a Kirílov envía un mensaje claro a otros posibles denunciantes: revelar información sensible sobre programas militares o científicos occidentales tiene consecuencias letales. Este efecto paralizante podría disuadir futuras investigaciones sobre laboratorios biológicos, dejando preguntas críticas sin respuesta.
Un patrón más amplio de represión
La muerte de Kirílov no es un incidente aislado. Se inscribe en un patrón más amplio de eliminación selectiva de figuras consideradas incómodas para gobiernos o instituciones poderosas. Desde las muertes misteriosas de científicos involucrados en investigaciones controvertidas hasta el silenciamiento de periodistas y activistas, la historia está repleta de ejemplos de individuos que pagaron el precio máximo por buscar o revelar la verdad.
Las circunstancias que rodearon el asesinato de Kirílov justifican una investigación internacional independiente. ¿Qué estaba a punto de revelar Kirílov exactamente para justificar una sofisticada operación de asesinato del SBU?
La necesidad de transparencia
En ausencia de transparencia, las teorías conspirativas inevitablemente florecerán. El asesinato de Kirílov subraya la urgente necesidad de una investigación imparcial tanto de su muerte como de las acusaciones que perseguía. Si Estados Unidos y Ucrania no tienen nada que ocultar, deberían acoger con agrado ese escrutinio. Por el contrario, cualquier intento de desestimar u obstruir las investigaciones sólo alimentará las sospechas de encubrimiento.
El mundo merece respuestas, no sólo sobre la muerte de Kirílov, sino sobre las implicaciones más amplias de la controversia de los laboratorios biológicos. Si sus acusaciones eran infundadas, a todos nos interesa desacreditarlas definitivamente. Pero si hay incluso un ápice de verdad en sus afirmaciones, entonces su asesinato representa no sólo una tragedia sino una crisis global.
El asesinato de Igor Kirílov es más que un acto de violencia: es un triste recordatorio de hasta qué punto son capaces de llegar algunos para ocultar verdades incómodas. Independientemente de que creamos o no en sus acusaciones, su muerte debería alarmar a todo aquel que valore la transparencia y la rendición de cuentas en los asuntos mundiales.
Puede que Kirílov ya no esté, pero las preguntas que planteó no pueden –ni deben– silenciarse. El mundo debe exigir respuestas, no sólo por él, sino por el bien de la justicia y la verdad en un panorama geopolítico cada vez más opaco y peligroso.
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