Al desestabilizar Israel, EEUU acelera el cambio regional

Eduardo Jorge Vior para o Blog Saker Latinoamérica e Telam – 01 de abril de 2023

Biden quiere derrocar a Netanyahu para abrir en Asia Occidental un “segundo frente” contra Rusia y China, pero la fractura y el aislamiento anulan la capacidad estratégica de Tel Aviv
Foto AFP
Foto: AFP.

Todo indica que Estados Unidos está hoy aplicando en Israel el mismo modelo de “revolución de colores” que ya utilizaron en los Balcanes y el mundo árabe. Consecuentes con su estrategia liberal globalista contra el bloque euroasiático, quieren abrir un “segundo frente” en Asia Occidental y, para conseguirlo, necesitan en Tel Aviv un gobierno con menos veleidades soberanistas que la actual coalición de derecha. Para derrocarla, impulsan, entonces, un alzamiento de los sectores laicos que tiene como consecuencia la fractura y el aislamiento del aliado más importante de EE.UU. en Asia Occidental. El alineamiento forzado de Israel puede, por lo tanto, conducir al efecto contrario al deseado: que el país se debilite y pierda posiciones ante el pueblo palestino sometido y en la región.

Miles de personas se movilizaron este jueves en Tel Aviv en apoyo a la reforma judicial del gobierno de Benjamín Netanyahu, pocos días después de que su proceso de aprobación legislativa fuera suspendido temporalmente. La protesta fue denominada “Marcha por la Libertad“. Durante el acto los manifestantes proclamaban “El pueblo eligió la reforma judicial“, “La minoría izquierdista no decidirá“, “Bibi Rey de Israel” o “Fuck Biden”.

En el bando contrario, en tanto, miles de manifestantes protestaron al mismo tiempo contra la recién creada Guardia Nacional, el nuevo cuerpo de seguridad propuesto por el ministro de Seguridad Nacional, el ultraderechista Itamar Ben Gvir. Varias carreteras de Tel Aviv fueron cortadas por los manifestantes que rechazan la creación de esta fuerza de 2.000 efectivos a la que consideran “la milicia de Ben Gvir”. Convocados entre oros por Standing Together, uno de los grupos que han organizado las protestas, se han formado en distintas ciudades grupos de manifestantes, para “proteger a los manifestantes” y “convocar por WhatsApp a personas decididas que puedan llegar a los puntos de conflicto durante las manifestaciones y prevenir la violencia”.

Hasta ste fin de semana pasado los funcionarios estadounidenses mantenían, al menos públicamente, una actitud dialoguista hacia el gobierno de Netanyahu. Sin embargo, el domingo, después de que el primer ministro destituyera al ministro de Defensa Yoav Gallant, los representantes de Washington adoptaron un tono agresivo y se produjeron enormes protestas masivas en todo Israel.

Tratando de aplacar las aguas, entonces, Netanyahu, anunció el lunes el aplazamiento de la segunda votación de la reforma judicial. Si el primer ministro pretendía con su concesión calmar a Washington, se equivocó. El martes Joe Biden afirmó que Israel “no puede seguir por este camino”. “Como muchos firmes partidarios de Israel, agregó, estoy muy preocupado“. No obstante, cuando se le preguntó por la democracia israelí, el mandatario aclaró que no cree que se haya llegado a un punto de inflexión.

Como primera respuesta a los comentarios de Biden, Netanyahu escribió una serie de tuits afirmando que aprecia el “compromiso de larga data del presidente con Israel”, pero que “Israel es un país soberano que toma sus decisiones por la voluntad de su pueblo y no basándose en presiones del exterior, incluso de los mejores amigos”.

Por su parte, el miércoles por la mañana el ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben-Gvir declaró en declaraciones a Army Radio que “Estados Unidos tiene que entender que Israel es un país independiente y no otra estrella en la bandera estadounidense”.

Marcando la nueva línea divisoria del conflicto, el líder de la oposición, Yair Lapid, respondió a Ben Gvir diciendo que “durante décadas Israel fue el aliado más cercano de EE.UU. y el gobierno más extremista de la historia del país lo ha echado a perder en tres meses”. Por su lado, el ex ministro de Defensa y presidente del Partido de Unidad Nacional, Benny Gantz, calificó los comentarios de Biden de “llamada de atención urgente para el gobierno israelí”. “Dañar las relaciones con EE.UU., afirmó, es un ataque estratégico”, añadió.

Cupo, empero, al embajador norteamericano en Israel, Tom Nides, aumentar la presión sobre Netanyahu, cuando declaró el mismo martes a los medios de comunicación israelíes que probablemente en algún momento después de Pascua Netanyahu recibirá la ansiada invitación a la Casa Blanca. Aunque los funcionarios estadounidenses han tratado hasta ahora de restar importancia a la falta de invitación, es evidente que la Casa Blanca está supeditando el convite a la capacidad de Israel para mantener la calma en Gaza y los territorios ocupados durante el Ramadán. Por eso es que todavía no dan a conocer una fecha cierta para la visita.

La crisis política en Tel Aviv tiene al mismo tiempo causas estructurales y está motivada por el acelerado cambio que se ha producido en la situación geopolítica de Tel Aviv en las últimas semanas. Básicamente, los judíos israelíes están divididos en dos grandes grupos étnicos: los orientales y los europeos. En realidad, la reforma judicial ha sido el pretexto para desencadenar el alzamiento de los judíos europeos contra los orientales. A ningún ciudadano judío de Israel le molestó que la Corte Suprema durante años justificara o no persiguiera las innumerables violaciones de la legalidad ejercidas contra la minoría árabe del Estado así como contra los palestinos en Gaza y los territorios ocupados. El proyecto de reforma judicial previendo la posibilidad de que la Knesset revise por mayoría simple los fallos del alto tribunal no habría desencadenado tampoco tremenda reacción, si no tuviera causas más profundas.

En las manifestaciones participan principalmente los judíos europeos, los asquenazíes, que han creado el Estado de Israel y quieren volver a controlarlo y dirigirlo. Por su parte, los judíos orientales también forman parte (creciente) de la población y defienden su derecho a gobernar el país. En realidad, la mayor diferencia es que los judíos asquenazíes no quieren el Estado teocrático que los orientales intentan expandir, pero su dilema reside en que por sí solos no son suficientes para gobernar el país. A menos que se unan a los palestinos, a los judíos religiosos o a los colonos nunca ganarán las elecciones.

El conflicto tiene una profunda base étnica, pero aun así no habría adquirido tal virulencia, si no estuviera imbricado con la cuasi guerra civil que cruza Estados Unidos donde hay grupos fuertes de ambos bandos. La mayoría de los judíos norteamericanos apoya a los demócratas, pero la mayor parte de los judíos israelíes está con los republicanos. Los judíos demócratas están alineados con el globalismo de George Soros y del Foro de Davos. Apoyan, por consiguiente, la estrategia de Biden para una guerra híbrida, mundial e ininterrumpida contra el bloque euroasiático y rechazan el statu quo que Benyamin Netanyahu ha alcanzado con Rusia en Asia Occidental. Toman partido, por consiguiente, contra el patriotismo conservador de Donald Trump y subordinan sus pasos en política exterior a los tiempos y necesidades de la lucha interna en EE.UU.

Finalmente, hay que considerar los rasantes cambios geopolíticos producidos en Asia Occidental en los últimos meses. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, por un lado, e Irán, por el otro, bajo los auspicios de China, el acuerdo chino-saudita para la venta de petróleo en yuanes y las negociaciones entre Rusia, Irán y Turquía para la pacificación de Siria han aislado a Israel de la política regional y dado a las potencias euroasiáticas un papel arbitral central. Ya durante su gobierno anterior “Bibi” Netanyahu negoció con Pekín una importante inversión en el puerto de Haifa, para convertirlo en nodo de la Franja y la Ruta, e importantes transferencias de tecnología al coloso asiático. Washington necesita a toda costa romper este lazo, pero no está en condiciones ni de defender a Israel ni de ofrecerle alternativas económicas viables. De allí la percepción de los militares israelíes de que el país se encuentra en una situación de seguridad sumamente precaria.

Como respuesta, la Fuerza Aérea israelí atacó el jueves por la noche por segundo día consecutivo objetivos en la región de Damasco, Siria. Con estos ataques sin claros objetivos militares el alto mando del país pretende provocar a las fuerzas militares rusas e iraníes presentes en el país árabe. Al mismo tiempo fuerzas militares irrumpieron en el estadio de Al Ram, en la zona este de Jerusalén, cuando se jugaba la final de la Copa de Fútbol de Palestina entre los equipos de Central Balata y Jabal Al Mukaber. Los soldados lanzaron gases lacrimógenos que provocaron la asfixia de aficionados y jugadores, obligando a detener el partido durante muchos minutos.

Aprovechando las circunstancias, el diario Maariv advirtió el martes sobre los daños a la cooperación en materia de seguridad entre Estados Unidos e Israel de proseguir las fricciones entre ambos gobiernos. También el reportaje “Una tarjeta amarilla de Washington”, difundido en el rotativo Israel Hayom, alertó sobre la vulnerabilidad de Israel, si faltara la ayuda de Estados Unidos.

Desde el comienzo del gobierno de la coalición de derecha hubo advertencias militares sobre el deterioro que estaría sufriendo la seguridad del país. Criticaron el acuerdo del anterior gobierno con Líbano sobre los límites marítimos diciendo que Hizbolá, como parte de la delegación libanesa, habría conseguido todo lo que reclamaba y que Tel Aviv quedaría sin acceso al yacimiento gasífero transfronterizo. Hicieron también sonar la alarma por la posible reunificación de las facciones palestinas a partir de una reunión en Argel. Pero especialmente enojó a los militares la creación del Ministerio de Seguridad y el poder que las facciones religiosas extremistas de Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir adquirirían en la coalición ganadora de la elección de noviembre pasado. El debate sobre la reforma judicial influyó decisivamente sobre las filas del ejército y muchos militares consideran la política del nuevo gobierno peligrosa para la seguridad nacional. Al mismo tiempo, las advertencias del presidente Israel Herzog contra el peligro de guerra civil que se cerniría sobre el país parecen justificar la intervención militar en la política. Israel está al borde de un golpe de estado y/o de una guerra civil, pero paradójicamente ambas alternativas son bien vistas por la Casa Blanca, porque servirían para alinear al país contra Rusia y China.

Cuando “Bibi” Netanyahu formó su nuevo gabinete de derecha, se propuso buscar para Israel una posición ventajosa entre la alianza occidental liderada por Estados Unidos, el bloque euroasiático dirigido por Chino y Rusa y el Sur Global liderado informalmente por India. Con esta opción heterodoxa esperaba maximizar la autonomía estratégica de su país en un escenario regional e internacional en fuerte mutación. Bibi no quiere que Biden obligue a Israel a distanciarse de la alianza chino-rusa, porque sus buenas relaciones con ambas potencias son la única garantía que tiene su país frente al nuevo vínculo entre Irán y los países árabes.

Estas tensiones sin precedentes entre ambos líderes llevaron desde el fin de semana a una masiva operación desestabilizadora de EE.UU. contra Israel. Gran parte de la élite israelí, incluido el propio ministro de Defensa, salió a apoyar a los revolucionarios de color y a pedir la renuncia del gobierno. No hay dudas de que una masa crítica de la sociedad apoya la visión de estos últimos con una actitud sincera, pero la crisis ha cambiado de eje: ya no se está discutiendo principalmente sobre la reforma judicial sino sobre el alineamiento internacional del país.

La Casa Blanca quiere que Israel arme a Ucrania, contra lo que el propio primer ministro advirtió que podría catalizar abruptamente una crisis con Rusia en Siria. Esto es, precisamente lo que Estados Unidos quiere, porque así podría abrir un denominado “segundo frente” en su guerra contra el bloque euroasiático. Además, una crisis importante en Asia Occidental podría impedir el ascenso de la región como polo de influencia independiente. En pocas palabras, para Estados Unidos en la crisis política israelí está en juego el papel de toda la región en la transición sistémica mundial. Por eso es que Washington se ha vuelto tan vehementemente contra Benyamin Netanyahu.

Israel se encuentra en una encrucijada: si las facciones internas en pugna no alcanzan un compromiso sobre el modelo de país, se producirá una guerra civil y/o una dictadura de cualquiera de los dos bandos con una decisiva intervención del ejército en la vida política. Esta escalada en la ya fuerte militarización de la sociedad israelí fracturaría la sociedad y aumentaría su aislamiento regional e internacional. En momentos en que Irán ha aumentado su influencia y que la resistencia palestina aparece relativamente unificada, un Israel aislado y dividido tiene pocas chances de resistir una embestida de sus enemigos. La correlación de fuerzas en Asia Occidental de los últimos 75 años está a punto de cambiar definitivamente.


Eduardo J. Vior é um veterano sociólogo e jornalista independente, especialista em política internacional, professor do Departamento de Filosofia da Universidade de Buenos Aires (UBA).

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