por Vladimir Putin, presidente de la Federación de Rusia. Traducción de Sputnik. En Sputnik en castellano
Las autoridades ucranianas han sumido al país en un frenesí antirruso y belicista que amenaza a sus habitantes en el este del país y a la propia Rusia. Así podría resumirse el discurso que Vladímir Putin dirigió a la nación y en el que pidió al Consejo de la Federación reconocer la independencia de las repúblicas de Donetsk y Lugansk de Ucrania.
¡Estimados ciudadanos de Rusia! ¡Queridos amigos!
El tema de mi discurso son los acontecimientos en Ucrania y por qué es tan importante para nosotros, para Rusia. Por supuesto, mi mensaje también está dirigido a nuestros compatriotas en Ucrania.
Voy a hablar amplia y detalladamente. El tema es muy serio.
La situación en Donbás ha vuelto a adquirir un carácter crítico y agudo. Y hoy me dirijo a ustedes directamente no solo para evaluar lo que está sucediendo, sino también para informarles sobre las decisiones que se están tomando, sobre los posibles pasos adicionales al respecto.
Quiero enfatizar una vez más que Ucrania para nosotros no es solo un país vecino, es una parte integral de nuestra propia historia, cultura, espacio espiritual. Son nuestros camaradas, cercanos, entre los cuales se encuentran no solo compañeros de trabajo, amigos, la gente con quien hemos prestado servicio militar, sino también familiares, personas unidas con nosotros por lazos de sangre y familiares.
Desde hace mucho tiempo, los habitantes de las tierras históricas del suroeste de la Rus antigua se llamaban a sí mismos rusos y ortodoxos. Así fue hasta el siglo XVII, cuando parte de estos territorios se reunificaron con el Estado ruso, y así siguió siendo después de esto.
Nos parece que, en principio, todos sabemos esto, que estamos hablando de hechos bien conocidos. Al mismo tiempo, para comprender lo que está sucediendo hoy en día, para explicar los motivos de las acciones de Rusia y los objetivos que nos ponemos, es necesario decir al menos algunas palabras sobre la historia del problema.
Entonces, comenzaré con el hecho de que la Ucrania contemporánea fue creada total y completamente por Rusia, más precisamente, por la Rusia bolchevique y comunista. Este proceso comenzó casi inmediatamente después de la Revolución de 1917. Lenin y los que compartían sus ideas lo hicieron de una manera muy grosera en relación con la propia Rusia: mediante la separación y alienación de parte de sus propios territorios históricos. Por supuesto, nadie preguntó nada a los millones de personas que vivían allí.
Luego, en vísperas y después de la Gran Guerra de Patria, Stalin se adhirió a la URSS y transfirió a Ucrania algunas tierras que antes pertenecían a Polonia, Rumanía y Hungría. Al mismo tiempo, como una especie de compensación, Stalin dotó a Polonia con parte de los territorios alemanes originales y, en 1954, Jruschov, por alguna razón, le quitó Crimea a Rusia y también se la entregó a Ucrania. En realidad, así es como se formó el territorio de la Ucrania soviética.
Pero ahora me gustaría prestar especial atención al período inicial de la creación de la URSS. Creo que esto es extremadamente importante para nosotros. Hay que comenzar, como dicen, desde el principio.
Permítanme recordarles que después de la Revolución de Octubre de 1917 y la Guerra Civil posterior, los bolcheviques comenzaron a construir un nuevo tipo de Estado y surgieron desacuerdos bastante agudos entre ellos. Stalin, quien en 1922 ocupó los cargos de secretario general del Comité Central del Partido Comunista Ruso (bolcheviques) y Comisario del Pueblo para las Nacionalidades, propuso construir un país sobre los principios de la autonomización, es decir, dotar a las repúblicas —futuras unidades administrativo-territoriales— de poderes amplios a la hora de afiliarse a un solo Estado.
Lenin criticó este plan y ofreció hacer concesiones a los nacionalistas “independientistas”, como los llamó entonces. Fueron estas ideas leninistas —de hecho, de un sistema de Gobierno de Estado confederado — y el lema sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación hasta la secesión, las que formaron la base del Estado soviético: primero, en 1922, fueron consagradas en la Declaración sobre el Formación de la URSS, y luego, después de la muerte de Lenin, en la Constitución de la URSS en 1924.
Justo aquí surgen inmediatamente varias preguntas. Y la primera de ellas, de hecho, que es la principal: ¿por qué fue necesario con tanta generosidad satisfacer todo tipo de ambiciones nacionalistas que crecían sin límites en las afueras del antiguo Imperio? Traspasar a las unidades administrativas que apenas estaban formándose, y a menudo formadas de manera arbitraria, las repúblicas de la Unión, territorios enormes que a menudo no tenían nada que ver con ellos. Repito, para traspasarlas junto con la población de la Rusia histórica.
Además, de hecho, estas unidades administrativas recibieron el estatus y la forma de entidades estatales nacionales. Una vez más me pregunto, ¿por qué fue necesario hacer regalos tan generosos, con los que los nacionalistas más acérrimos ni siquiera habían soñado hasta entonces, y dar a las repúblicas el derecho a separarse de la Unión sin ninguna condición?
A primera vista esto no tiene sentido, parece una locura. Pero es solo a primera vista. Hay una explicación. Después de la revolución, el principal objetivo de los bolcheviques fue conservar el poder a toda costa, literalmente a toda costa. Para ello estaban dispuestos a aceptar lo que fuera: las humillantes condiciones del Tratado de Brest, cuando la Alemania del káiser y sus aliados se encontraban en la más difícil situación militar y económica, y a aceptar, a su vez, el resultado de la Primera Guerra Mundial, que estaba realmente predeterminado, del mismo modo que estaban dispuestos a satisfacer cualquier exigencia y a cualquier capricho de los nacionalistas dentro del país.
Desde el punto de vista del destino histórico de Rusia y de sus pueblos, los principios leninistas de construcción del Estado no solo fueron un error, sino que fueron, como se dice, mucho peor que un error. Tras el colapso de la URSS en 1991, esto quedó muy claro.
Por supuesto, los hechos del pasado no pueden cambiarse, pero al menos deberíamos hablar de ellos de forma directa y honesta, sin reservas y sin matices políticos. Solo puedo añadir que las consideraciones de la situación política actual, por muy espectaculares y ventajosas que parezcan en un momento determinado, no deben ni pueden ser en ningún caso la base de los principios de un Estado.
No estoy acusando a nadie de nada ahora, la situación en el país en aquel momento y después de la Guerra Civil, en vísperas de la misma, era increíblemente difícil, era crítica. Hoy todo lo que quiero decir es que fue así. Es un hecho histórico. En realidad, como ya he dicho, la política bolchevique dio lugar a la aparición de la Ucrania soviética, que incluso hoy en día puede llamarse justificadamente la “Ucrania de Vladímir Lenin”. Es su autor y arquitecto. Esto está plenamente confirmado por los documentos históricos, incluyendo las duras directivas de Lenin sobre Donbás, que fue literalmente introducido en Ucrania. Y ahora los “descendientes agradecidos” han demolido los monumentos a Lenin en Ucrania. Lo llaman descomunización.
¿Quieren la descomunización? Bueno, eso nos vale muy bien. Pero no hay que, como se dice, detenerse a mitad de camino. Estamos dispuestos a mostrarles lo que significa la verdadera descomunización para Ucrania.
Volviendo a la historia, repito que en 1922 se formó la URSS en el territorio del antiguo Imperio ruso. Pero la vida misma demostró enseguida que era sencillamente imposible mantener un territorio tan vasto y complejo, ni gobernarlo con los propuestos principios amorfos, de facto confederales. Estaban completamente desconectados de la realidad y de la tradición histórica.
Es lógico que el Terror Rojo y la rápida transición a una dictadura estalinista, el dominio de la ideología comunista y el monopolio del poder por parte del Partido Comunista, la nacionalización y el sistema planificado de la economía nacional, todo ello convirtió en la práctica los principios declarados, pero inviables de la estatalidad en una mera declaración, una formalidad. En realidad, las repúblicas de la Unión no tenían ningún derecho de soberanía, simplemente no existían. En la práctica, se creó un Estado estrictamente centralizado y totalmente unitario.
Stalin, de hecho, realizó plenamente en la práctica no las ideas de Lenin, sino sus propias ideas sobre la manera de llevar un Estado. Pero no realizó cambios relevantes en los documentos sistémicos, en la Constitución del país, no revisó formalmente los proclamados principios leninistas de construcción de la URSS. Resulta que no parecía tan necesario: todo funcionaba bajo el régimen totalitario y exteriormente parecía hermoso, atractivo e incluso superdemocrático.
Y, sin embargo, es una lástima que las odiosas y utópicas fantasías inspiradas por la revolución, pero absolutamente destructivas para cualquier país normal, no hayan sido prontamente purgadas de los fundamentos básicos, formalmente legales, sobre los que se construyó todo nuestro Estado. Nadie pensó en el futuro, como sucedía a menudo en nuestro país.
Los dirigentes del Partido Comunista parecían creer que habían conseguido formar un sistema de gobierno sólido, que habían resuelto por fin la cuestión nacional con su política. Pero la falsificación, la sustitución de conceptos, la manipulación de la conciencia pública y el engaño son costosos. La semilla de la ambición nacionalista no se había ido a ninguna parte, y la mina original que se había colocado para socavar la inmunidad del Estado contra el contagio del nacionalismo estaba esperando su momento. Tal mina, repito, era el derecho a la secesión de la URSS.
A mediados de los años 1980, en el ambiente de crecientes problemas socioeconómicos y de evidente crisis de la economía planificada, se agudizó la cuestión nacional, cuya esencia no era ninguna expectativa ni aspiración insatisfecha de los pueblos de la Unión, sino sobre todo el creciente apetito de las élites locales.
Sin embargo, la dirección del Partido Comunista, en lugar de analizar profundamente la situación, tomar medidas adecuadas, principalmente en la economía, así como una transformación gradual, reflexiva y equilibrada del sistema político y del sistema estatal, se limitó a una verborragia descarada sobre el restablecimiento del principio leninista de autodeterminación nacional.
Además, a medida que la lucha por el poder se desarrollaba dentro del propio Partido Comunista, cada uno de los bandos enfrentados comenzó a estimular, alentar y jugar irreflexivamente con el sentimiento nacionalista, prometiendo a sus potenciales partidarios lo que deseaban. En medio de una cháchara superficial y populista sobre la democracia y un futuro brillante construido sobre la base de bien una economía de mercado o bien una planificada, pero con un empobrecimiento real y un déficit total, nadie en el poder pensó en las inevitables consecuencias trágicas para el país.
Y luego siguieron el camino trillado de satisfacer las ambiciones de las élites nacionalistas, alimentadas en las filas de su propio partido, olvidando que el Partido Comunista ya no tenía, y gracias a Dios, instrumentos para mantener el poder y el propio país, como el terror de Estado y la dictadura tipo Stalin. Y que incluso el notorio protagonismo del partido, como una niebla matutina, se desvanecía sin dejar rastro ante sus ojos.
En septiembre de 1989, el pleno del Comité Central del Partido Comunista adoptó un documento esencialmente fatídico: la llamada política nacional del partido bajo las condiciones modernas, la plataforma del Partido Comunista. Contenía las siguientes disposiciones, por citar algunas: “Las repúblicas de la Unión tienen todos los derechos correspondientes a su condición de Estados socialistas soberanos.
Otro punto: “Las autoridades representativas supremas de las repúblicas de la Unión pueden recurrir y suspender los decretos y órdenes del Gobierno de la Unión en sus territorios”.
Y finalmente: “Cada república de la Unión tendrá su propia ciudadanía, que se aplicará a todos sus habitantes”.
¿No era obvio a lo que conducirían tales formulaciones y decisiones?
No es el momento ni el lugar para entrar en cuestiones de derecho estatal o constitucional, para definir la propia noción de ciudadanía. Pero aún así surge la pregunta: en esas circunstancias ya difíciles, ¿por qué fue necesario sacudir aún más al país de esta manera? Esto es un hecho.
Ya dos años antes del colapso de la URSS, su destino estaba prácticamente sellado. Ahora son los radicales y los nacionalistas, incluso y sobre todo en Ucrania, los que se atribuyen el mérito de la independencia. Como podemos ver, este no es el caso. El colapso de nuestra Unión fue causado por los errores históricos y estratégicos de los líderes bolcheviques, la dirección del Partido Comunista, cometidos en diferentes momentos en la construcción del Estado, la política económica y nacional. El colapso de la Rusia histórica llamada URSS está en su conciencia.
A pesar de todas estas injusticias, engaños y robos manifiestos a Rusia, nuestro pueblo, precisamente el pueblo, reconoció las nuevas realidades geopolíticas surgidas tras el colapso de la URSS y reconoció a los nuevos Estados independientes. Y no solo eso: la propia Rusia, que se encontraba en una situación muy difícil en aquel momento, ayudó a sus socios de la Comunidad de Estados Independientes, incluidos sus colegas ucranianos, de los que empezaron a llegar numerosas peticiones de apoyo material desde el momento de la declaración de independencia. Y nuestro país prestó este apoyo respetando la dignidad y la soberanía de Ucrania.
Según las estimaciones de los expertos, que se confirman con un simple cálculo de nuestros precios de la energía, el volumen de los préstamos preferenciales y las preferencias económicas y comerciales que Rusia proporcionó a Ucrania, el beneficio total para el presupuesto ucraniano entre 1991 y 2013 fue de unos 250.000 millones de dólares.
Pero eso no fue todo. A finales de 1991, las obligaciones de la URSS con los países extranjeros y los fondos internacionales ascendían a unos 100.000 millones de dólares. Inicialmente, estos préstamos debían ser devueltos por todas las antiguas repúblicas soviéticas de forma solidaria, en proporción a su potencial económico. Sin embargo, Rusia se hizo cargo de la totalidad de la deuda soviética y la pagó en su totalidad. Completó este proceso en 2017.
A cambio, los nuevos Estados independientes debían renunciar a parte de sus activos exteriores soviéticos y, en diciembre de 1994, se alcanzaron acuerdos en este sentido con Ucrania. Sin embargo, Kiev no ratificó estos acuerdos y posteriormente se negó a aplicarlos, reclamando un fondo de diamantes, una reserva de oro y las propiedades y otros activos de la antigua URSS en el extranjero.
Sin embargo, a pesar de los problemas conocidos, Rusia siempre ha cooperado con Ucrania de forma abierta, honesta y, repito, respetando sus intereses, y nuestros vínculos se han desarrollado en diversos ámbitos. Por ejemplo, en 2011 el volumen de comercio bilateral superó los 50.000 millones de dólares. Debo señalar que el volumen del comercio de Ucrania con todos los países de la UE en 2019, es decir, incluso antes de la pandemia, era inferior a esta cifra.
Al mismo tiempo, se observa que las autoridades ucranianas prefieren actuar de forma que tengan todos los derechos y ventajas en las relaciones con Rusia, pero sin ninguna obligación.
En lugar de la colaboración, prevaleció el parasitismo, que en ocasiones adquirió un carácter absolutamente desconsiderado por parte de las autoridades oficiales de Kiev. Basta recordar el chantaje permanente en el ámbito del tránsito energético y el robo banal de gas.
Debo añadir que Kiev trató de utilizar el diálogo con Rusia como pretexto para negociar con Occidente, chantajeando con acercarse a Moscú, ganando preferencias para sí mismo: diciendo que de lo contrario la influencia rusa en Ucrania crecería.
Al mismo tiempo, las autoridades ucranianas inicialmente —y quiero subrayar esto— desde los primeros pasos, comenzaron a construir su Estado sobre la negación de todo lo que nos une, buscando distorsionar la conciencia y la memoria histórica de millones de personas, generaciones enteras que han vivido en Ucrania. No es de extrañar que la sociedad ucraniana se enfrentara al aumento del nacionalismo extremo, que rápidamente tomó la forma de una agresiva rusofobia y neonazismo. De ahí la implicación de los nacionalistas ucranianos y los neonazis en las bandas terroristas del Cáucaso Norte y las reivindicaciones territoriales cada vez más ruidosas contra Rusia.
Las fuerzas externas que han estado cultivando su clientela en Ucrania y promoviendo a sus representantes al poder a través de una amplia red de ONG y servicios especiales también han desempeñado un rol.
También es importante comprender que Ucrania no ha tenido nunca una tradición estable de auténtico Estado. Desde 1991 ha seguido el camino de la copia mecánica de modelos ajenos, desvinculados tanto de la historia como de la realidad ucraniana. Las instituciones políticas del Estado se han reconfigurado constantemente para adaptarse a los clanes que surgen rápidamente con sus propios intereses creados, que nada tienen que ver con los intereses del pueblo de Ucrania.
Todo el sentido de la llamada opción civilizatoria pro-Occidente del poder oligárquico ucraniano no es crear mejores condiciones para el bienestar del pueblo, sino servir a los rivales geopolíticos de Rusia para mantener los miles de millones de dólares robados a los ucranianos y escondidos por los oligarcas en cuentas bancarias occidentales.
Algunos grupos financieros industriales, los partidos y los políticos de los que se hicieron cargo se apoyaron inicialmente en los nacionalistas y los radicales. Otros vociferaban de las buenas relaciones con Rusia y de la diversidad cultural y lingüística, y llegaron al poder con los votos de los ciudadanos que apoyaban de todo corazón esas aspiraciones, incluidos millones de personas en el sureste. Pero una vez en el cargo, traicionaron inmediatamente a sus electores, abandonaron sus promesas de campaña y aplicaron políticas a instancias de los radicales, a veces persiguiendo a sus antiguos aliados: las organizaciones de la sociedad civil que defendían el bilingüismo y la cooperación con Rusia. Se aprovecharon del hecho de que la gente que les apoyaba era, por regla general, respetuosa con la ley, moderada en sus opiniones, acostumbrada a confiar en las autoridades, no mostraba agresividad ni recurría a acciones ilegales, a diferencia de los radicales.
Los radicales, por su parte, se volvieron insolentes y sus quejas crecían año tras año. Les resultó fácil imponer repetidamente su voluntad a un Gobierno débil, infectado a su vez por el virus del nacionalismo y la corrupción y sustituyeron hábilmente los verdaderos intereses culturales, económicos y sociales del pueblo y la verdadera soberanía de Ucrania por diversos tipos de especulación con motivaciones nacionales y adornos etnográficos externos.
No se ha desarrollado un Estado estable en Ucrania, y los procedimientos políticos y electorales sirven solo como una tapadera, una fachada para la redistribución del poder y la propiedad entre varios clanes oligárquicos.
La corrupción, que sin duda es un reto y un problema para muchos países, incluido Rusia, ha adquirido una especie de carácter especial en Ucrania. Literalmente impregnó y corroyó el Estado ucraniano, todo el sistema, todas las ramas del poder. Los radicales aprovecharon el justificado descontento del pueblo, ensillaron la protesta y en 2014 llevaron al Maidán, a un golpe de Estado. Al mismo tiempo, recibieron ayuda directa de Estados extranjeros. Según los informes, el apoyo material de la Embajada de Estados Unidos al llamado campamento de protesta en la Plaza de la Independencia en Kiev ascendió a un millón de dólares por día. Sumas muy grandes adicionales fueron transferidas de manera descarada y directa a las cuentas bancarias de los líderes de la oposición. Y se trataba de decenas de millones de dólares. ¿Y cuánto recibieron al final los realmente afectados, las familias de los que murieron en los enfrentamientos provocados en las calles y plazas de Kiev y otras ciudades? Es mejor no preguntarlo.
Los radicales que tomaron el poder organizaron una persecución, un verdadero terror contra quienes se oponían a las acciones anticonstitucionales. Se burlaron de políticos, periodistas, figuras públicas, se humillaron públicamente. Las ciudades ucranianas fueron apoderadas de una ola de pogromos y violencia, de una serie de asesinatos impunes de alto perfil. Es imposible recordar sin escalofrío la terrible tragedia en Odesa, donde los participantes de una protesta pacífica fueron asesinados brutalmente, quemados vivos en la Casa de los Sindicatos. Los criminales que cometieron esta atrocidad no son castigados y nadie los busca. Pero los conocemos por su nombre y haremos todo lo posible para castigarlos, encontrarlos y llevarlos ante la justicia.
Maidan no acercó a Ucrania a la democracia y el progreso. Habiendo dado un golpe de Estado, los nacionalistas y las fuerzas políticas que los apoyaban finalmente llevaron la situación a un punto muerto, empujando a Ucrania al abismo de la guerra civil. Ocho años después de esos hechos, el país está dividido. Ucrania está experimentando una aguda crisis socioeconómica.
Según organizaciones internacionales, en 2019, casi seis millones de ucranianos, destaco que esto es alrededor del 15%, no de la población de edad laboral, sino de toda la población del país, se vieron obligados a ir al extranjero en busca de trabajo. Y a menudo, por regla general, por ganancias diarias no calificadas. También es indicativo el siguiente dato: desde el año 2020, más de 60.000 médicos y otros trabajadores de la salud han abandonado el país durante la pandemia.
Desde el 2014, las tarifas para el suministro de agua han aumentado en casi un tercio, varias veces para la electricidad, docenas de veces para el gas doméstico. Muchas personas simplemente no tienen dinero para pagar los servicios públicos, literalmente solo les queda sobrevivir.
¿Qué sucedió? ¿Por qué está pasando todo esto? La respuesta es obvia: porque la herencia, recibida no solo de la era soviética, sino también del Imperio ruso, fue dilapidada y metida en bolsillos. Se han perdido decenas y cientos de miles de puestos de trabajo que, gracias, entre otras cosas, a la estrecha cooperación con Rusia, dieron a las personas un ingreso estable y trajeron impuestos al tesoro. Industrias como la ingeniería mecánica, la instrumentación, la electrónica, la construcción naval y la construcción de aeronaves están en el suelo o completamente destruidas y, de hecho, alguna vez no solo Ucrania, sino toda la Unión Soviética estuvieron orgullosas de ellas.
En el año 2021, se liquidó la planta de construcción naval Chernomorsky en Nikolaev, donde se establecieron los primeros astilleros bajo Catalina II. La famosa empresa Antonov no ha producido ni un solo avión en serie desde 2016, y la planta Yuzhmash, que se especializó en la producción de cohetes y tecnología espacial, estaba al borde de la bancarrota, como la planta siderúrgica Kremenchug. Se puede continuar esta triste lista.
En cuanto al sistema de transporte de gas, que fue creado por toda la Unión Soviética, se encuentra tan deteriorado que su operación está asociada a grandes riesgos y costos ambientales.
Y en este sentido, surge la pregunta, la pobreza, la desesperanza, la pérdida del potencial industrial y tecnológico, ¿es esta la elección civilizatoria pro-Occidente con la que han estado engañando a millones de personas durante muchos años, prometiéndoles el paraíso?
De hecho, todo se redujo al hecho de que el colapso de la economía ucraniana estuvo acompañado por un robo total a los ciudadanos del país y Ucrania misma simplemente fue puesta bajo control externo. Se lleva a cabo no solo a instancias de las capitales occidentales, sino también, como dicen, directamente en el lugar, a través de toda una red de asesores extranjeros, ONG y otras instituciones desplegadas en el país. Tienen un impacto directo en todas las decisiones de personal más importantes, en todas las ramas y niveles de Gobierno: desde el central e incluso el municipal, en las principales empresas y corporaciones estatales, incluidas Naftogaz, Ukrenergo, Ferrocarriles de Ucrania, Ukroboronprom, Ukrposhta, Administración de Puertos Marítimos de Ucrania.
Simplemente no existe un tribunal independiente en Ucrania. A pedido de Occidente, las autoridades de Kiev otorgaron a los representantes de organizaciones internacionales el derecho de preferencia para seleccionar miembros de los más altos órganos judiciales: el Consejo de Justicia y la Comisión de Calificación de Jueces.
Además, la Embajada de Estados Unidos controla directamente la Agencia Nacional de Prevención de la Corrupción, la Oficina Nacional Anticorrupción, la Fiscalía Especializada Anticorrupción y el Tribunal Supremo Anticorrupción. Todo esto se hace con un pretexto plausible: aumentar la eficacia de la lucha contra la corrupción. Bien, pero ¿dónde están los resultados? La corrupción ha florecido tan exuberantemente, y florece, más que nunca.
Y los propios ucranianos, ¿están conscientes de todos estos métodos de gestión? ¿Entienden que su país ni siquiera está bajo un protectorado político y económico, sino reducido al nivel de una colonia con un régimen títere? La privatización del Estado ha llevado a que el Gobierno, que se autodenomina “poder de los patriotas”, haya perdido su carácter nacional y se dirija constantemente hacia la desoberanización total del país.
El rumbo hacia la desrusificación y la asimilación forzada continúa. La Rada Suprema emite constantemente nuevos actos discriminatorios y ya está en vigor la ley sobre los llamados pueblos indígenas. A las personas que se consideran rusas y les gustaría preservar su identidad, idioma, cultura, se les aclaró que son extraños en Ucrania.
De acuerdo con las leyes sobre educación y sobre el funcionamiento del idioma ucraniano como idioma estatal, el ruso es expulsado de las escuelas, de todas las esferas públicas, hasta de las tiendas. La ley sobre la llamada lustración, la “limpieza” del poder, hizo posible sacar a los funcionarios indeseables.
Están proliferando leyes que dan a las fuerzas del orden ucranianas motivos para la represión severa de la libertad de expresión, la disidencia y la persecución de la oposición. El mundo conoce la triste práctica de las sanciones ilegítimas unilaterales contra otros Estados, personas naturales y jurídicas extranjeras. En Ucrania, superaron a sus supervisores occidentales e inventaron una herramienta como las sanciones contra sus propios ciudadanos, empresas, canales de televisión, otros medios e incluso diputados del Parlamento.
En Kiev continúan preparando represalias contra la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú. Y esto no es una evaluación subjetiva, esto se evidencia en decisiones y documentos específicos. Las autoridades ucranianas han convertido cínicamente la tragedia del cisma de la iglesia en un instrumento de política estatal. El liderazgo actual del país no responde a las solicitudes de los ciudadanos ucranianos de derogar las leyes que infringen los derechos de los creyentes. Además, la Rada registró nuevos proyectos de ley dirigidos contra el clero y millones de feligreses de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú.
Además hablaré sobre Crimea. Los habitantes de la península han hecho su elección libre: estar junto a Rusia. Las autoridades de Kiev no tienen nada que oponer a esta voluntad clara del pueblo, por lo que recurren a acciones agresivas, a la activación de células extremistas, incluidas organizaciones islámicas radicales, en la infiltración de grupos de sabotaje para cometer actos terroristas en infraestructuras crítica, secuestrar a ciudadanos rusos. Tenemos evidencia directa de que tales acciones agresivas se llevan a cabo con el apoyo de servicios de inteligencia extranjeros.
En marzo del 2021, Ucrania adoptó una nueva estrategia militar. Este documento está dedicado casi en su totalidad a la confrontación con Rusia, tiene como objetivo atraer a los Estados extranjeros a un conflicto con nuestro país. La estrategia propone crear en los territorios de la Crimea rusa y de Donbás, básicamente, una organización clandestina terrorista. Además, establece los lineamientos de una supuesta guerra que debería terminar, como les parece a los estrategas actuales de Kiev, cito en adelante: “con la asistencia de la comunidad internacional en términos favorables para Ucrania”. Y también, como dicen hoy en Kiev, también cito aquí, escuchen con atención, por favor: “con el apoyo militar de la comunidad mundial en la confrontación geopolítica con la Federación de Rusia”. De hecho, esto no es más que una preparación para las hostilidades contra nuestro país, contra Rusia.
También sabemos que ya ha habido declaraciones de que Ucrania va a crear sus propias armas nucleares y esto no es una bravuconería vacía. De hecho, Ucrania todavía tiene tecnologías nucleares soviéticas y medios para lanzar tales armas, incluida la aviación, así como misiles tácticos operativos Tochka-U, también de diseño soviético, con un alcance de más de 100 kilómetros. Pero harán más, es solo cuestión de tiempo. Hay bases de la era soviética.
Por lo tanto, será mucho más fácil para Ucrania adquirir armas nucleares tácticas que para algunos otros Estados, no los nombraré ahora, que realmente realizan tales desarrollos, especialmente en el caso del apoyo tecnológico del exterior. Y tampoco debemos excluir esto.
Con la aparición en Ucrania de armas de destrucción masiva, la situación en el mundo, en Europa, especialmente para nosotros, para Rusia, cambiará de manera radical. No podemos dejar de reaccionar ante este peligro real, especialmente, repito, que los patrocinadores occidentales pueden contribuir a la aparición de tales armas en Ucrania para crear otra amenaza para nuestro país. Nosotros vemos cómo, con persistencia, inflan militarmente al régimen de Kiev . Desde el 2014, solo Estados Unidos ha destinado miles de millones de dólares para estos fines, incluido el suministro de armas, equipos y capacitación de especialistas. En los últimos meses, las armas occidentales han estado llegando a Ucrania en un flujo continuo, desafiante, frente a los ojos de todo el mundo. Las actividades de las fuerzas armadas y los servicios especiales de Ucrania están dirigidas por asesores extranjeros, lo sabemos muy bien.
En los últimos años, con el pretexto de ejercicios, los contingentes militares de los países de la OTAN han estado presentes casi constantemente en el territorio de Ucrania. El sistema de mando y control de las tropas ucranianas ya está integrado con los de la OTAN. Esto significa que el mando de las fuerzas armadas ucranianas, incluso unidades y subunidades individuales, puede ejercerse directamente desde el cuartel general de la OTAN.
Los Estados Unidos y la OTAN han comenzado el desarrollo desvergonzado del territorio de Ucrania como un teatro de operaciones militares potenciales. Los ejercicios conjuntos regulares tienen un claro enfoque antirruso. Solo el año pasado, participaron en ellos más de 23.000 militares y más de 1.000 equipos militares.
Ya se ha adoptado una ley sobre la admisión en el 2022 de las fuerzas armadas de otros Estados en el territorio de Ucrania para participar en ejercicios multinacionales. Está claro que estamos hablando principalmente de las tropas de la OTAN. Y en el año en curso, se planean al menos diez maniobras conjuntas de este tipo.
Es obvio que este tipo de acontecimientos sirven para tapar el rápido incremento del grupo militar de la OTAN en Ucrania. Sobre todo porque los aeródromos mejorados con la ayuda de los estadounidenses —Boríspil, Ivano-Frankivsk, Chuguyev, Odesa, etc— son capaces de garantizar el traslado de unidades militares en el menor tiempo posible. El espacio aéreo ucraniano está abierto a los vuelos de la aviación estratégica y de reconocimiento estadounidense y a los vehículos aéreos no tripulados utilizados para vigilar el territorio ruso.
Voy a agregar que el Centro de Operaciones Marítimas en Ochákov, construido por los estadounidenses, permite facilitar las acciones de los buques de la OTAN, incluido el uso de armas de precisión contra la Flota rusa del Mar Negro y nuestras infraestructuras en toda la costa del mar Negro.
En su momento, Estados Unidos pretendió establecer instalaciones similares en Crimea, pero los habitantes de Crimea y Sebastopol frustraron esos planes. Siempre lo recordaremos.
Repito: hoy un centro de este tipo está desplegado, ya está desplegado en Ochákov. Permítanme recordarles que en el siglo XVIII los soldados de Alexandr Suvórov lucharon por esta ciudad. Gracias a su valentía pasó a formar parte de Rusia. Al mismo tiempo, en el siglo XVIII, las tierras de la región del mar Negro, que pasaron a ser parte de Rusia como resultado de las guerras contra el Imperio otomano, recibieron el nombre de Nueva Rusia. Ahora estos hitos de la historia se han olvidado, al igual que los nombres de los militares del Imperio ruso, sin cuyos esfuerzos muchas grandes ciudades e incluso el acceso al mar Negro no existirían en la Ucrania moderna.
Recientemente, han desmantelado el monumento a Alexandr Suvórov en Poltava. ¿Qué se puede decir? ¿Están negando su propio pasado? ¿La supuesta herencia colonial del Imperio ruso? Bueno, entonces sean coherentes aquí.
Luego, señalo que el artículo 17 de la Constitución de Ucrania no permite desplegar bases militares extranjeras en su territorio. Pero resultó que esto es solo un detalle sin mucha importancia que se puede eludir fácilmente.
Los países de la OTAN han desplegado misiones de entrenamiento en Ucrania. De hecho, ya son bases militares extranjeras. Llamaron a la base una misión y ya está.
Hace tiempo, en Kiev proclamaron como un rumbo estratégico su adhesión a la OTAN. Sí, por supuesto, cada país tiene derecho a elegir su propio sistema de seguridad y a establecer alianzas militares. Y todo esto tendría sentido, si no fuera por un “pero”. Los documentos internacionales consagran explícitamente el principio de seguridad igual e indivisible, que, como sabemos, incluye compromisos de no reforzar la seguridad propia a expensas de la seguridad de otros Estados. Puedo referirme aquí a la Carta de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) sobre la Seguridad Europea adoptada en Estambul en 1999 y a la Declaración de Astaná de la OSCE de 2010.
En otras palabras, la elección de las maneras de garantizar la seguridad no debe suponer una amenaza para otros Estados, y la adhesión de Ucrania a la OTAN es una amenaza directa para la seguridad de Rusia.
Les recuerdo que en abril de 2008, en la cumbre de Bucarest de la Alianza del Atlántico Norte, Estados Unidos promovió la decisión de que Ucrania y, por cierto, Georgia, se convirtieran en miembros de la OTAN. Muchos aliados europeos de Estados Unidos ya eran conscientes de todos los riesgos de esa perspectiva, pero tuvieron que aguantar la voluntad de su socio mayor. Los estadounidenses simplemente los utilizaron para llevar a cabo una política claramente antirrusa.
Varios Estados miembros de la Alianza siguen siendo muy escépticos con respecto a la entrada de Ucrania en la OTAN. Mientras tanto, desde algunas capitales europeas nos está llegando el mensaje: “¿De qué se preocupan? Eso no va a ocurrir literalmente mañana”. De hecho, nuestros socios estadounidenses también lo están diciendo. “Esta bien”, decimos, “mañana no, pero pasado mañana sí. ¿Qué cambia en la perspectiva histórica? En esencia, nada”.
Además, conocemos la posición y las palabras de los dirigentes estadounidenses de que los combates activos en el este de Ucrania no descartan la posibilidad de que ese país se incorpore a la OTAN si puede cumplir los criterios de la Alianza del Atlántico Norte y vencer la corrupción.
Al mismo tiempo, una y otra vez intentan convencernos de que la OTAN es una alianza pacífica y puramente defensiva. Dicen que no hay amenazas para Rusia. Otra vez nos sugieren que nos fiemos de su palabra. Pero sabemos el precio real de esas palabras. En 1990, cuando se discutió la cuestión de la reunificación alemana, Estados Unidos dio la promesa a los dirigentes soviéticos de que la jurisdicción y la presencia militar de la OTAN no se ampliarían ni una pulgada hacia el Este. Y que la reunificación alemana no llevaría a una expansión de la organización militar de la OTAN hacia el Este. Esto es textual.
Dijeron muchas cosas, dieron garantías verbales y resultaron palabras huecas. Más tarde, se nos aseguró de que el ingreso en la OTAN de los países de Europa Central y Oriental sólo mejoraría las relaciones con Moscú, libraría a estos países del temor de un difícil legado histórico e incluso crearía una franja de Estados amigos de Rusia.
Resultó todo lo contrario. Las autoridades de algunos países de Europa del Este, vendiendo la rusofobia, aportaron a la Alianza sus complejos y estereotipos sobre la amenaza rusa e insistieron en aumentar las capacidades de defensa colectiva que debían desplegarse principalmente contra Rusia. Y esto ocurrió en los años 90 y principios de los 2000, cuando, gracias a la apertura y a nuestra buena voluntad, las relaciones entre Rusia y Occidente estaban en un nivel alto.
Rusia ha cumplido todos sus compromisos, incluida la retirada de las tropas de Alemania y de Europa Central y Oriental, y con ello ha contribuido enormemente a superar el legado de la Guerra Fría. Hemos ofrecido constantemente diferentes opciones de cooperación, incluso en el Consejo OTAN-Rusia y en el formato de la OSCE.
Además, ahora voy a decir algo que nunca he dicho públicamente, lo diré por primera vez. En el año 2000, durante la visita a Moscú del presidente saliente de EEUU, Bill Clinton, le pregunté: “¿Qué le parecería a EEUU aceptar a Rusia en la OTAN?”
No voy a revelar todos los detalles de aquella conversación, pero la reacción a mi pregunta parecía exteriormente, digamos, muy contenida, y la forma en que los estadounidenses reaccionaron realmente a esta posibilidad puede verse en sus pasos prácticos hacia nuestro país. Entre ellas se encuentran el apoyo abierto a los terroristas en el Cáucaso Norte, una actitud despectiva hacia nuestras demandas y preocupaciones de seguridad en el ámbito de la ampliación de la OTAN, la retirada del Tratado ABM, etc. Me dan ganas preguntar: ¿para qué, para qué todo esto? Está bien, no quieren vernos como amigos y aliados, pero ¿por qué convertirnos en un enemigo?
Solo hay una respuesta: no se trata de nuestro régimen político, no se trata de nada más, simplemente no necesitan un país independiente tan grande como Rusia. Esa es la respuesta a todas las preguntas. Este es el origen de la tradicional política estadounidense hacia Rusia. De ahí la actitud ante todas nuestras propuestas sobre seguridad.
Hoy en día, una sola vista en el mapa es suficiente para ver cómo los países occidentales han cumplido su promesa de no permitir que la OTAN avance hacia el Este. Simplemente nos engañaron. Hemos tenido cinco oleadas de expansión de la OTAN, una tras otra. Polonia, la República Checa y Hungría en 1999, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia en 2004, Albania y Croacia en 2009, Montenegro en 2017 y Macedonia del Norte en 2020.
Como resultado, la Alianza y su infraestructura militar han llegado directamente a las fronteras de Rusia. Esta fue una de las causas principales de la crisis europea de seguridad y ha tenido un impacto muy negativo en todo el sistema de relaciones internacionales, provocando una pérdida de confianza mutua.
La situación sigue deteriorándose, incluso en el ámbito estratégico. Así se están desplegando zonas de posicionamiento de sistemas antimisiles en Rumanía y Polonia como parte del proyecto de defensa global antiaérea de Estados Unidos. Es bien sabido que los lanzadores de misiles que allí se encuentran pueden utilizarse para los misiles de crucero Tomahawk, sistemas de ataque ofensivos.
Además, EEUU está desarrollando un misil universal Standard-6 que, además de resolver las tareas de defensa aérea y antimisiles, también puede alcanzar objetivos en mar y tierra. En otras palabras, el sistema de defensa antimisiles de Estados Unidos, supuestamente defensivo, se está ampliando y están surgiendo nuevas capacidades ofensivas.
La información de la que disponemos nos da motivos para creer que la adhesión de Ucrania a la OTAN y el posterior despliegue de sus instalaciones en este país es una conclusión inevitable, es una cuestión de tiempo. Entendemos claramente que, en tal escenario, el nivel de amenazas militares para Rusia aumentaría dramáticamente, muchas veces. Le presto especial atención al peligro de un ataque sorpresa a nuestro país aumentará varias veces.
Lo explico. Los documentos de planificación estratégica estadounidense consagran la posibilidad de un llamado ataque preventivo contra los sistemas de misiles enemigos. Y también sabemos quién es el principal adversario de Estados Unidos y de la OTAN. Es Rusia. En los documentos de la OTAN se declara directamente a nuestro país como la principal amenaza para la seguridad euroatlántica. Y Ucrania servirá de trampolín para tal golpe. Si nuestros antepasados hubieran oído hablar de ello, probablemente no lo habrían creído. Y hoy no queremos creerlo, pero es cierto. Quiero que esto se entienda tanto en Rusia como en Ucrania.
Muchos aeródromos ucranianos están no muy lejos de nuestras fronteras. Los aviones tácticos de la OTAN desplegados aquí, incluidos los portadores de armas de alta precisión, podrían alcanzar nuestro territorio hasta la línea Volgogrado – Kazán – Samara – Astracán. El despliegue de sistemas de reconocimiento por radar en Ucrania permitirá a la OTAN controlar estrechamente el espacio aéreo ruso hasta los Urales.
Por último, después de que EEUU rompiera el Tratado INF, el Pentágono empezó a desarrollar de manera abierta una gama de armas de ataque con base en tierra, incluyendo misiles balísticos capaces de alcanzar objetivos a una distancia de hasta 5.500 kilómetros. Si estos sistemas se despliegan en Ucrania, podrían alcanzar objetivos en todo el territorio europeo de Rusia, así como más allá de los Urales. Los misiles de crucero Tomahawk tardarían menos de 35 minutos en llegar a Moscú, los misiles balísticos de la zona de Járkov tardarían entre 7 y 8 minutos y los ataques hipersónicos entre 4 y 5 minutos. Esto es, directamente, “poner un cuchillo en la garganta”. Y no me cabe duda de que esperan poner en práctica estos planes, al igual que han hecho repetidamente en años anteriores, ampliando la OTAN hacia el este, empujando la infraestructura y el equipo militar hacia las fronteras rusas, ignorando por completo nuestras preocupaciones, protestas y advertencias. Lo ignoraron e hicieron lo que querían, lo que les parecía necesario.
Y, por supuesto, suponen seguir comportándose de la misma manera, según el conocido proverbio: “Los perros ladran, pero el tren avanza”. No hemos aceptado esto y nunca lo haremos. Al mismo tiempo, Rusia siempre ha sido partidaria de resolver los problemas más difíciles por medios políticos y diplomáticos, en la mesa de negociaciones.
Somos muy conscientes de nuestra enorme responsabilidad en la estabilidad regional y mundial. Ya en 2008, Rusia presentó una iniciativa para concluir un Tratado de Seguridad Europea. La idea era que ningún Estado u organización internacional de la región euroatlántica reforzara su seguridad a expensas de la de los demás. Sin embargo, nuestra propuesta fue rechazada desde el principio: no se debe permitir que Rusia limite las actividades de la OTAN.
Además, nos dijeron que solo los miembros de la Alianza Atlántica pueden tener garantías de seguridad jurídicamente vinculantes.
En diciembre del año pasado, compartimos con nuestros socios occidentales un proyecto de tratado entre la Federación de Rusia y Estados Unidos sobre garantías de seguridad, así como un proyecto de acuerdo sobre garantías de seguridad entre la Federación de Rusia y los Estados miembros de la OTAN.
La respuesta de Estados Unidos y la OTAN fue un montón de generalidades. Hubo algunos argumentos racionales, pero todos se referían a cuestiones secundarias y parecían un intento de desviar la discusión.
Respondimos en consecuencia, recalcando que estábamos dispuestos a negociar, pero con la condición de que todas las cuestiones se consideraran como un paquete, sin separarlas de las propuestas básicas y fundamentales de Rusia. Y estos contienen tres puntos clave. La primera es la prevención de una nueva ampliación de la OTAN. La segunda es la negativa a permitir que la Alianza despliegue sistemas de armas de choque en las fronteras de Rusia. Y, por último, un retorno de las capacidades e infraestructuras militares del bloque en Europa al estado de 1997, cuando se firmó el Acta Fundacional de la OTAN-Rusia.
Son precisamente nuestras propuestas de principio las que han sido ignoradas. Nuestros socios occidentales, repito, han reiterado una vez más sus formulaciones memorizadas en el sentido de que todo Estado tiene derecho a elegir libremente cómo garantizar su seguridad y a unirse a cualquier alianza militar. En otras palabras, nada ha cambiado en su posición, se escuchan las mismas referencias a la notoria política de “puertas abiertas” de la OTAN. Además, intentan chantajearnos de nuevo, amenazándonos de nuevo con sanciones, que, por cierto, seguirán imponiendo a medida que crezca la soberanía de Rusia y el poder de nuestras Fuerzas Armadas. Y el pretexto para otro ataque de sanciones siempre se encontrará o simplemente se fabricará, independientemente de la situación en Ucrania. El objetivo es el mismo: frenar el desarrollo de Rusia. Y lo harán, como lo han hecho antes, incluso sin ningún pretexto formal, solo porque existimos y nunca comprometeremos nuestra soberanía, nuestros intereses nacionales y nuestros valores.
Me gustaría decir de forma clara y directa: en la situación actual, cuando nuestras propuestas de diálogo en igualdad de condiciones sobre cuestiones de principio han quedado sin respuesta por parte de Estados Unidos y la OTAN, cuando el nivel de amenazas a nuestro país está aumentando de forma significativa, Rusia tiene todo el derecho a tomar contramedidas para garantizar su propia seguridad. Eso es exactamente lo que haremos.
En cuanto a la situación en Donbás, podemos ver que los dirigentes de Kiev declaran constante y públicamente su falta de voluntad de aplicar el paquete de Acuerdos de Minsk para resolver el conflicto y no están interesados en una solución pacífica. Por el contrario, están intentando una vez más organizar una guerra relámpago en Donbás, como ya hicieron en 2014 y 2015. Recordamos cómo terminaron estas aventuras en aquel entonces.
Ahora casi no pasa un día sin que se bombardeen las zonas pobladas de Donbás. Un gran grupo de tropas utiliza constantemente drones de ataque, equipo pesado, cohetes, artillería y lanzacohetes múltiples. La matanza de civiles, el bloqueo y los abusos contra la población, incluidos los niños, las mujeres y los ancianos, no cesan. Como decimos en nuestro país, no hay final a la vista.
Pero el llamado mundo civilizado, cuyos únicos representantes se han autoproclamado nuestros colegas occidentales, prefiere no darse cuenta de ello, como si todo este horror, el genocidio al que están sometidas casi cuatro millones de personas, no existiera, y solo porque estas personas no estaban de acuerdo con el golpe de Estado respaldado por Occidente en Ucrania en 2014 y se oponían al elevado movimiento estatal hacia el nacionalismo cavernícola y agresivo y el neonazismo. Y luchan por sus derechos elementales: vivir en su propia tierra, hablar su propia lengua y preservar su cultura y tradiciones.
¿Cuánto tiempo puede durar esta tragedia? ¿Cuánto tiempo más se puede tolerar esto? Rusia ha hecho todo lo posible para preservar la integridad territorial de Ucrania, ha luchado dura y pacientemente todos estos años para aplicar la Resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU, de 17 de febrero de 2015, que consagraba el paquete de Acuerdos de Minsk del 12 de febrero de 2015 para resolver la situación en Donbás.
Todo en vano. Los presidentes y los diputados de la Rada cambian, pero la esencia, la naturaleza agresiva y nacionalista del régimen que se ha hecho con el poder en Kiev, no. Es enteramente un producto del golpe de Estado de 2014, y quienes tomaron el camino de la violencia, el derramamiento de sangre y la anarquía no reconocieron ni reconocerán ninguna otra solución a la cuestión del Donbás que no sea la militar.
En este contexto, considero necesario tomar la decisión, largamente esperada, de reconocer inmediatamente la independencia y la soberanía de la República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk.
Pido a la Asamblea Federal de la Federación de Rusia que apoye esta decisión y ratifique los Tratados de Amistad y Asistencia Mutua con las dos repúblicas. Estos dos documentos se prepararán y firmarán lo antes posible.
Exigimos que quienes han tomado y mantienen el poder en Kiev cesen inmediatamente las hostilidades. De lo contrario, toda la responsabilidad de la posible continuación del derramamiento de sangre recaerá por completo en la conciencia del régimen que gobierna el territorio de Ucrania.
Al anunciar las decisiones adoptadas hoy, confío en el apoyo de los ciudadanos de Rusia y de todas las fuerzas patrióticas del país.
Le agradezco su atención.
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