SARS
Por Larry Romanoff – 16 de noviembre de 2020
En noviembre de 2002, Hong Kong sufrió el estallido de una epidemia que en la actualidad conocemos como SARS (1)(2), un acontecimiento que parece tener serias carencias siguiendo la lógica de la versión oficial transmitida por los medios occidentales, algunos elementos resultan inverosímiles e incluso imposibles, y una gran cantidad de preguntas relativas a la filogénesis y a la distribución de este virus continúan aún sin respuesta. Al parecer, el primer caso identificado se trató de un agricultor de la provincia de Guangdong, en la China continental, que murió de lo que parecía ser una enfermedad de tipo gripal poco común, “una de las desafortunadas víctimas que sucumben cada temporada de gripe”. El agricultor murió poco después de su ingreso en el hospital y, que yo sepa, no se hizo ningún diagnóstico definitivo sobre la causa de su muerte. Sin embargo, se le catalogó como “paciente cero”, marcando el inicio de una pandemia originada por una nueva y contagiosa enfermedad que acabó infectando a más de 8.000 personas y causó la muerte a más de 700. De esas muertes, 300 se produjeron en Hong Kong (de una población de 7 millones) y aproximadamente el mismo número en China continental (de una población de 1.400 millones de habitantes). Según el porcentaje de infecciones, la tasa de mortalidad en Hong Kong fue más de tres veces superior a la del continente, y estadísticamente el SARS resultó ser más una pandemia de Hong Kong que una pandemia china.
El gobierno chino fue criticado en ese momento por no haber dado a conocer el brote y la propagación de la enfermedad a tiempo, pero esto resulta irrelevante a la hora de buscar respuestas. Es cierto que los casos no se reportaron inicialmente y que tal vez los funcionarios de Guangdong quisieron contener la publicidad para evitar el pánico, pero contrariamente a los reiterados informes de los EE.UU., los medios de comunicación de otros países posteriormente anunciaron que China parecía haber reaccionado de forma exagerada al problema. Afirmaron que China continental había sufrido menos de 300 bajas en una población de 1.400 millones de personas, pero actuaba como si las pérdidas se contaran por millones, e incluso la OMS declaró que la información facilitada por las autoridades de China continental había sido “muy detallada”. Tenía que haber algo más tras este asunto del SARS que una lucha contra un virus contagioso, porque si bien las autoridades chinas llevaron a cabo desde un primer momento lo que, incluso en retrospectiva, parecía haber sido una respuesta extraordinariamente eficaz, llegaron incluso a afirmar que la propagación deliberada de este agente infeccioso se consideraría un delito capital. (3) Esto nunca sucedió con la gripe o con el sarampión.
En cambio, los medios de comunicación occidentales elogiaron efusivamente a Hong Kong, la BBC nos habló de la maravillosa “transparencia en la información aportada acerca de la propagación de la enfermedad, en marcado contraste con el encubrimiento ocurrido en China”, y el South China Morning Post mostró un gran entusiasmo al comunicar a sus lectores que “las rápidas medidas tomadas para poner en cuarentena a los residentes en situación de riesgo permitieron controlar el brote”. Pero todo esto se trataba simplemente de un imperdonable sin sentido para destruir a China ante los ojos del mundo. De hecho, el gobierno de Hong Kong, y Margaret Chan, la Directora del Servicio Médico de Hong Kong en ese momento, fueron duramente criticados, e incluso condenados localmente por la gestión del brote hasta que el asunto se puso muy serio. Incluso cuando el complejo residencial Amoy Gardens resultó infectado y sus 20.000 residentes tuvieron que ser evacuados y puestos en cuarentena, el gobierno de HK seguía negándose a informar al público de la gravedad de la situación. Nadie en Hong Kong sabía dónde o de qué manera se estaba propagando la enfermedad.
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