EXCEPCIONALISMO Y CAOS GLOBAL EN CURSO
por Bruno Sgarzini
La guerra posmoderna es su nueva arma para remasterizar y ocultar la nueva ofensiva mundial por imponer el dominio del libre mercado y el capitalismo financiero.
Son banqueros, petroleros, industriales, militares, dueños de medios de comunicación, alimentadores y hambreadores del pueblo global. Comenzaron con el comercio marítimo, los créditos financieros, los saqueos coloniales, la esclavitud, y terminaron mercantilizando cada aspecto de la vida humana y natural con el paso del capitalismo productivo al financiero y la desregularización de cada uno de los controles que los limitara.
Ahora van por lo que falta y ocultan la historia que los llevó a concentrar la mitad de la riqueza mundial.
El 1%, genoma reciente, desesperanza humana
Con la maquinaria mediática disparando entretenimiento y relatos inventados, este poderoso sector ha consolidado su hegemonía global al punto que desde su poder en la banca y energía ha crecido con distintos personeros hacia la alimentación, la biología, la tecnología y la famosa innovación que hace al futuro, entre otras áreas.
Son los Goldman Sachs, Rockefeller, Lehman y Loebs Kuhn de Nueva York, los Rothschild de París y Londres, los Warburg en Hamburgo, los Lazards de París, y los Israelíes Moisés Seifs de Roma. Son los cuatro jinetes bancarios y petroleros propietarios de Bank of America, JP Morgan Chase, Citigroup, Wells Fargo y las energéticas Exxon Mobil, Royal Dutch Shell, BP Amoco y Chevron Texaco.
Son también los diez principales accionistas de casi todas las 500 corporaciones más grandes del mundo y registran a sus personeros en la administración de la tecnocracia mundial del FMI, del Banco Mundial y del Gobierno mundial de Estados Unidos y su estratégica Reserva Federal, que marca el compás del dólar y sus tiempos.
Son eso y más en los momentos en que manejan los tiempos modernos a su antojo, como cuando al crack financiero de 1928 y la amenaza comunista le salieron al paso con el seductor consumista y de servicios del Estado de Bienestar y el fascismo unificador en los países desarrollados, cuando apretaron todo lo que pudieron en los países periféricos para borrar a fuerza de golpes de Estado, matanzas y guerras a los gobiernos nacionalistas y los movimientos de liberación.
En esta lógica vimos cómo usaron a la bananera Chiquita Brands para llenar de golpes a Centroamérica y cómo las petroleras, mineras y demás transnacionales anglos apoyaron las guerras “antisubversivas” y los conflictos deslocalizados en la periferia (África, América Latina, mundo árabe) para evitar que emergieran modelos civilizatorios distintos al capitalismo y el ansia irreparable de concentración de riqueza de este 1%.
Y ganaron siendo lo que son porque en la Segunda Guerra Mundial estaban con los aliados y también con los nazis, y en la Guerra Fría estaban por destrozar la Unión Soviética y las naciones libres y socialistas de las periferias, así que en los 70 se adelantaron a preparar el terreno con el caos constructivo y la doctrina del shock para instalar el modelo civilizatorio victorioso con la caída del Muro de Berlín, el neoliberalismo.
La construcción del Fin de la Historia
Los que son entonces tuvieron que apoyar al papá de los helados del neoliberalismo, Milton Friedman, de la Escuela de Chicago, y se inventó una teoría económica y política donde la elección racional dominante se volvió la nueva religión para que sus evangelizadores la comenzaran a divulgar para hacerla coincidir con el nacimiento de la globalización y el imperio financiero.
El Chile sanguinario de Pinochet fue el primer experimento victorioso de los Chicago Boys y la tecnocracia mundial económica inició su nuevo mantra, mientras en los 80 se llevaba al mundo directo a una crisis económica que legitimara la salida por elevación hacia el neoliberalismo con la caída del Muro, la llegada de Margaret Thatcher y el primer guerrero “contra el terror”, Ronald Reagan. Así nos hicieron tomar la pastilla de las privatizaciones y la desregulación financiera del Consenso de Washington y abrimos los ojos en un mundo diferente donde la expresión geopolítica del 1%, el imperialismo gringo, era el nuevo César de la historia.
Los reyes de la Reserva Federal, los petrodólares y el capitalismo financiero así impusieron la modernidad globalizada y la supuesta industrialización, foco de organización de trabajadores, que se convirtió en una deslocalización a cielo abierto y empezamos a horrorizarnos con el germen maquilador asiático de los niños haciendo franelas de Mickey y apoyando el primer salto industrial chino.
Invirtieron en vender la idea de la democratización del consumo y el marketing publicitario nos hizo creer que si en Venezuela tenías zapatos Rebook no eras tan pobre, si trabajabas doce horas y no tenías para la papa y la educación del chamo. El mismo mecanismo de dominación psicológica del ascenso social de consumo simbólico y masificación de las telecomunicaciones que nos volvió una masa líquida de percepciones con la llegada del posmodernismo y sus primeras guerras de expansión unipolar, como la de Yugoslavia, con su partición pro Unión Europea y Estados Unidos después de que fuera un país modelo en igualdad con el mariscal Tito.
Mientras, por abajo, silbando bajito y con las manos en los bolsillos a lo Frank Sinatra, los victoriosos del son consiguieron las leyes desregulatorias de los mercados financieros de Bill Clinton y nacieron los mercados de derivados, el casino financiero y la competición intra 1% se materializó en el infle y explosión de burbujas especulativas, como el de la punto com o las hipotecas ninja otorgadas a personas de escasos ingresos que llevó al quiebre del banco de Lehman Brothers, una excusa más para concentrar el capital financiero.
Porque si algo ha marcado esta nueva fase del capitalismo financiero es la concentración económica (contradictoria al padre del liberalismo, Adam Smith) en la que, por ejemplo, 10 empresas por sector controlan el 55% del mercado farmacéutico, el 67% de las semillas registradas, el 40% de los comestibles vendidos de las 100 primeras y el 66% de la biotecnología.
El futuro nos pisó y así llegamos.
Fascismo para vender, fascismo para controlar
La competitividad así se convirtió en “innovación, conocimiento y oportunidad” basados en relocalizar las producciones en las “cadenas de valores más eficientes” y se inauguró también la era del capital intensivo con mano de obra calificada para el salto tecnológico en curso, que en términos criollitos significa que no vas para la pela si no sabes manejar el software y la máquina cual, y los códigos tal.
Nos dijeron “ahora sí, el progreso es de todos, Ipads para ti, para mí y para todos”, y pasaron de que la producción fuera el sostén de la economía capitalista a que la bolsa financiera y los mercados de acciones y derivados marcaran la proa del nuevo mundo con las manipulaciones de los que son.
Y así vemos cómo juegan, por ejemplo, con los papeles de deuda de Venezuela, su moneda y su índice de riesgo país (que serían distintos si estuviese entregada al máximo a estos buitres del 1%).
Pero Madonna, los reality shows, la comida rápida y la religión Microsoft sonaban de fondo y apenas nos dimos cuenta de cómo sus empleados se convirtieron en los mimos de la venta de acciones y se inventaron millonarios sin que nadie se preguntase si en realidad eran dueños de algo. Y fueron naciendo los hijos tutelados del salto tecnológico: los Bill Gates, los Steve Jobs y los Mark Zuckerberg como caras visibles del nuevo rico y el emprendimiento individual.
Y cuando asimilábamos eso, ya era demasiado tarde para putear la imposición de facto de la tercerización y la flexibilidad laboral para competir en este nuevo mundo. Los que son continuaron, como si no hubiese pasado nada, con una nueva ofensiva concentradora en la que esta vez los Estados Nación son los legos a desarmar para consolidar un gobierno global financiero y transnacional, formalizado con el intento del Tratado del Transpacífico, el ALCA moderno y global.
Lo vimos y lo vemos –pantallas táctiles mediante– y también nos horrorizamos cuando la violencia de una masa laboral sobrante y pauperizada (en que el empleo manual, paradójicamente, es su único refugio), empieza a visibilizarse con la exclusión social y el no futuro para un tercio de la población mundial, lo que dio nacimiento a lo que Boaventura de Sousa Santos llamó el fascismo social en el que democracia se vuelve sólo un ingrediente, no una necesidad.
Y así nos enteramos también de que el nazismo ucraniano y el yihadismo cortacabezas también podían ser utilizados como herramientas de la intervención y, nuevamente, el ciudadano global se horrorizó con las muestras del nuevo orden global pero siguió comprando y consumiendo, como si eso le fuera ajeno y lejano, total, había que volver a la casa a darle cucharadas de Bob Esponja a los niños para trabajar tranquilo en su laptop y vía mails.
El renacimiento de la resistencia
En este contexto, Estados Unidos, el sheriff mundial, mascarón de proa del 1%, iba viento en popa haciendo y deshaciendo estados en esta clave y mercantilizando los recursos naturales para saquearlos rápidamente con la nueva tecnología, y llegaron las rebeliones sociales a lo largo del mundo pero nacieron también focos de resistencia, que van desde franjas soberanistas de la elite rusa hasta los pueblos que se niegan a ser saqueados por las transnacionales y delimitan una soberanía nacional sobre sus recursos naturales.
América Latina, Asia, Medio Oriente, Rusia, Irán y otros comenzaron también a emerger con sus estados como resortes de elevación de sus élites o pueblos (lo que depende de la particularidad de cada país) para competir y quebrar el orden facho emergente en el que el capitalismo financiero pone el pop cantor para imponer su identidad única al ciudadano global.
Sin un modelo de civilización superador y alternativo a este capitalismo, estas regiones y países absorben e intentan remasterizar el nuevo orden con una mayor soberanía, control sobre recursos naturales, margen de maniobra y poder sobre el capitalismo financiero totalmente desbocado. En sí, son parte continuadora del viejo orden, pero sin la lógica financiera, y eso es lo que lleva a que en este momento Estados Unidos se prepare para nuevamente imponer su nuevo orden y evitar que nazca uno nuevo, al igual que una elite multipolar que le cuestione su hegemonía en el sistema-mundo.
De ahí nace la contradicción mundial del momento con el sancionismo a Irán y Rusia, el excepcionalismo global a todo el que desafine en la orquesta neoliberal y la disputa por evitar que China se integre a Europa con sus Nuevas Rutas de la Seda a través de Rusia y termine de formalizar el fin de una era rumbo al nacimiento de otra en la que los modelos de civilización mundiales y regionales comienzan a entrar en disputa y a volverse difusos frente al ascenso del capitalismo productivista basado en el Estado.
Marco en el que los chinos utilizan el colonialismo de baja intensidad para emerger como el centro del globo y el imperialismo del 1% despliega su posmodernismo bélico con una nueva Guerra Mundial para evitarlo con Siria, Libia, Ucrania y los yihadistas móviles como referencias.
Así el gran dilema existencial de la humanidad está tanto en la disputa global en dirección a nuevos conflictos deslocalizados en las periferias y nuevas emergencias sociales, como en la construcción de un nuevo modo de vivir en el que el facho salto tecnológico, la lógica financiera y la privatización total de la vida sean quebrados para por lo menos viabilizar la humanidad de miles de millones de personas regidas por el imaginario del no futuro.
Los estados latinoamericanos así se convierten en las expresiones de las resistencias más avanzadas pero con sus límites, ya que requieren articular la emergencia de un nuevo orden, donde las periferias puedan intervenir en las conductas impuestas por el 1% en los mercados de las materias primas, por ejemplo, desde donde nace nuestra bendición y maldición extractivista.
Lo mismo corre también a la realidad geopolítica en la que nos vemos inmersos y presionados para cambiar las rutas de exportación hacia Asia sin que se integre social y económicamente hacia dentro cada región del continente, para que se termine con la violencia emergente de la “inseguridad ciudadana” como correlato de los bolsones de exclusión contenidos por las políticas sociales y la redistribución del ingreso y riqueza de los gobiernos progresistas.
Aunque parezca comeflorismo de guitarreada en la playa, los desafíos de la humanidad pasan por América Latina y sus irresueltas contradicciones para evitar que nuestro único camino posible sea el de la defensa organizada y aislada del mundo como salvación de colectivos particulares y territoriales, vistos y desarrollados en los estados modelos del desastre agobiados por la lógica 1%, como Colombia y México, en los que la lógica Walking Dead funciona a la perfección.
De la victoria inminente de los 70, ahora estamos ante la lucha estratégica por hacer más vivible un mundo post industrial donde sobramos como materia viva y motor de la humanidad, y somos presa de la violencia eterna para robar nuestros recursos naturales.
La lógica 1% ha vuelto al medioevo; la necesidad del Estado Comunal y la resistencia global ha llegado.
Artículo publicado en la web misionverdad.com el día 04/12/2014
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